CRÍTICA DE CINE

'Ip Man 4: el final': puñetazos y lágrimas

La saga con Donnie Yen como el mítico mentor de Bruce Lee combina intensa acción física con melodrama crepuscular

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Juan Manuel Freire

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El maestro de artes marciales Ip Man, mentor de Bruce Lee, fue durante un tiempo solo un personaje secundario en películas sobre su discípulo. Pero en el 2008 llegó un filme que lo cambió todo. Protagonizado por Donnie Yen, 'Ip Man' convertía a este maestro del Wing Chun (estilo de kung fu basado en el ataque y defensa simultáneos) en héroe épico de su propia aventura. No mucho después, a la visión del director Wilson Yip se sumaron las de Herman Yau ('Ip Man: la leyenda') y, más famosamente, Wong Kar-wai ('The grandmaster').

El acercamiento más productivo ha sido el de Yen y Yip: 'Ip Man 4: el final' cierra una larga saga que incluye, de hecho, una quinta película, el spin-off 'Master Z: Ip Man legacy', dirigido por el mítico coreógrafo de acción Yuen Woo-ping ('Tigre y dragón'), quien además ha diseñado las luchas de la tercera y cuarta entregas de la saga principal. 

Los paisajes y épocas han variado de un episodio a otro: si en el primero observábamos las tribulaciones del maestro antes de y durante la ocupación japonesa de China, la segunda enfrentaba a Ip Man con colonialistas británicos en Hong Kong, y esta cuarta se desarrolla en San Francisco, donde el protagonista, enfermo de cáncer en secreto, acude para visitar a Bruce Lee y, de paso, saber cómo acogería Estados Unidos a su hijo Ching.

Lo que menos ha variado es el esquema argumental: Ip Man parece no entenderse con un compatriota, pero, después de giros alambicados, el verdadero rival acaba siendo un diabólico extranjero al que debe derrotar para defender el Wing Chun y la identidad china.

En este último episodio, nuestro héroe descubre que Bruce Lee (Chan Kwok-Kwan Danny) no es santo de la devoción de los maestros chinos de San Francisco por su interés en divulgar el kung fu entre los occidentales. Ip Man defiende a su aprendiz, lo que enoja al presidente de la Asociación China Benevolente (Wu Yue), quien debe firmar la carta que permitirá a Ching estudiar en la ciudad.

Pero el enemigo es, claro, un estadounidense, el marine Barton Geddes (Scott Adkins), defensor del karate como herramienta de entrenamiento militar. Quizá por el guion, quizá por las aptitudes dramáticas de Adkins, o igual ambas cosas, el personaje es desagradable caricatura, un monstruo sin dobleces que merece la paliza humanista de Ip Man.

Como en la (superior) tercera entrega, se busca un equilibrio difícil entre el melodrama crepuscular y la acción física más allá de las leyes de la gravedad. Este último aspecto es el más acertado, aunque se echa de menos la interacción con mobiliario y paisaje de otros episodios. Las coreografías se centran en los rápidos e intrincados cruces de extremidades, esos que Ip Man no deja de practicar con un muñeco de madera. Sin ser el mejor cierre posible, funciona bien.