A LOS 87 AÑOS

Muere Mercedes Barcha, la viuda de García Márquez

Estuvo casada 56 años con el Nobel colombiano y desempeñó un papel fundamental en su éxito literario

El 27 de marzo de 1958 se casaron Mercedes y Gabriel

El 27 de marzo de 1958 se casaron Mercedes y Gabriel / periodico

El Periódico

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La historia es que un día Gabriel García Márquez estaba tomando algo con Plinio Apuleyo Mendoza, José Font Castro y otros amigos en el Gran Café de Caracas, cuando el escritor colombiano dijo de repente: “Mierda, voy a perder el avión”. Le preguntaron adónde iba, y él respondió: “A casarme”. Nadie sabía ni siquiera que tenía novia. Era Mercedes Barcha, nacida en Magangué, un pueblo tórrido del Caribe colombiano y a la sazón vecina de Sucre, el pueblo donde transcurrió parte de su juventud. El matrimonio tuvo lugar el 21 de marzo de 1958 en Barranquilla y estuvieron casados 56 años. Barcha murió este domingo a los 87 en México.

La había conocido cuando ella era apenas una niña que entraba en la adolescencia. Tenía 13 años cuando Gabo le dijo que se casaría con ella. El escritor esperó a que tuviera 15 para proponerle formalmente matrimonio. Desde entonces mantuvieron una relación básicamente epistolar, y según el biógrafo de García Márquez, Gerald Martin, cuando se casaron ella no sabía prácticamente nada de él. “Pasarían años antes de que se sintiera completamente segura de su posición en la vida de su aparentemente extrovertido pero a la vez reservado hombre”, escribió Martin en ‘Una vida’, la biografía del Nobel colombiano.

Juicio respetado

Barcha leía los manuscritos de García Márquez antes que nadie, y ningún juicio respetaba tanto el escritor como el suyo. Su papel fue fundamental en la elaboración de ‘Cien años de soledad’, toda vez que obsequió a su esposo con la tranquilidad que precisaba para concentrarse: mientras Gabo escribía frenéticamente, Barcha empeñaba electrodomésticos y compraba al fiado para mantener en marcha la casa, sitiada por una economía precaria. “Ahora lo único que falta es que la novela sea mala”, dijo ella cuando empeñó lo último que le quedaba (un calentador, un secador de pelo y una licuadora) para pagar el envío del manuscrito a Buenos Aires.