CRÓNICA DE MÚSICA

Ara Malikian, compromiso con la vida en Porta Ferrada

El violinista deslumbró, divirtió y emocionó al público de Sant Feliu de Guíxols en su despierto tándem con el pianista cubano Iván 'Melón' Lewis

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Jordi Bianciotto

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Ara Malikian descubrió hace tiempo que disponía de un don que le permitía llevar su virtuosismo con el violín más allá de las salas de conciertos encopetadas y llevarse por delante las grandes audiencias del circuito pop. En lo suyo se siguen percibiendo los rigores de la educación académica, un subsuelo sólido para esta mezcla de estrella del rock y ‘showman’ que no necesita de grandes montajes para traspasar la barrera del escenario: basta con su sola figura, su toque y su labia. Y ya no digamos si encima le acompaña otro músico dotado de su misma mezcla de pulcritud e intuición, casi un alma gemela al piano, como es el cubano Iván ‘Melón’ Lewis.

Este viernes se mostró Malikian en Porta Ferrada, primera de sus cuatro noches en Catalunya (camino de Fes Pedralbes, las Nits del Fòrum y el Camp de Mart, de Tarragona), con un concierto que vino a ser una versión para la era covid-19 del espectáculo con el que giró en el 2019. Un Malikian sin la espectacularidad ni el rock, más cercano y emotivo, sacando partido de la alquimia que le une a Melón. Sin renunciar a la constante invocación al humor: bromas autobiográficas muy parecidas a las del pasado otoño en el Palau Sant Jordi, como las relativas a su iniciación en Alemania (cuando solo sabía decir ‘ja’, es decir, ‘sí’, y se acabó pasando, sin quererlo, por experto en música judía), historias siempre “tuneadas”, concedió, para solaz y recreo de la afición. “Yo cuando me emociono puedo exagerar las cosas”.

Belleza desde el caos

Siguiendo el hilo de su misma vida nos llevó Malikian al “gueto armenio” de Beirut, donde nació, junto al mercado, entre “tomates, calabacines, músicas y el ruido del tráfico”; el entorno bullicioso del que salió ‘Bourj Hammoud’, una pieza envuelta en trepidantes arabescos. Es posible que la historia de Malikian se entienda en esa clave de extraer belleza del caos y arte del ajetreo mundano, y de ambas cosas hubo en grandes cantidades, ya fuera apelando delicadamente a Dvorák y a Paganini como mirando al sur en ‘Las milongas de Kairo’, dedicadas a su hijo, o evocando su supuesto encuentro con Björk a través de su sentida versión de ‘Bachelorette’, una vez más tocada por el feliz desvarío (“creo que me la dedicó a mí, pero no hay constancia de eso”). Malikian rey del vacile, advirtiendo al público que del escenario no le echa nadie y que el concierto duraría, tomemos todos nota, 18 horas y 33 minutos.

Al final, fueron dos horas, en cuyos últimos compases pudimos deleitarnos con su muy despierto diálogo con Melón, abierto a destellos improvisados en el cara a cara del ‘Rondo capriccioso’, de Camille Saint-Saëns, todo relojería y ‘feeling’. En tiempo de fundido, esa ‘Nana arrugada’ creada en los días del confinamiento e inspirada en la gente mayor que el virus nos ha arrebatado. Pieza que Malikian interpretó paseando por la platea con la mascarilla puesta, gesto último de identificación total de la música con la vida, la ecuación sobre la que el violinista sigue danzando y procurándonos sus más gráciles golpes de arco.