UNA HABITACIÓN CON VISTAS (3)

La sopa de 'farigola' de Josep Pla

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Olga Merino

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El Josep Pla que acude asiduamente al Motel Empordà, en la avenida Salvador Dalí de Figueres, ya no es aquel corresponsal todoterreno que había recorrido el mundo de punta a cabo, sino un septuagenario aquejado de insomnio y lleno de achaques que se sienta a la mesa 26, a resguardo tras una vitrina con recuerdos, desde donde controla quién entra y quién sale del comedor. Cuesta poco imaginarlo en su escondite, observando al personal con ojillos ávidos mientras lía un ‘caldo’ de picadura. Muy a menudo se queda a dormir, por así decirlo, siempre en la misma habitación, la 103, que le reservan el dueño del establecimiento, Josep Mercader, y luego su yerno y sucesor, Jaume Subirós, actual chef del Motel.

Para entonces, el ‘homenot’ de Palafrugell come muy poco. Primero, porque nunca fue un tragaldabas (“pido una cocina simple y ligera, sin ningún elemento de digestión pesada, una cocina sin taquicardias”, escribe en ‘El que hem menjat’). Y segundo, por las malditas muelas. La señora Vergés, esposa de su editor, ha de acompañarlo una y otra vez a casa del dentista en Barcelona para que le haga y ajuste la dentadura postiza, según consigna el escritor en su dietario ‘La vida lenta’: “Sensación rara. No me cabe la lengua en la boca y hablo muy mal. Me molesta”.

“No me ve venga con moderneces”, le soltó al legendario chef Josep Mercader, renovador de la cocina catalana

Aunque el amo del Motel Empordà se desvive por abrirle el apetito, Josep Pla se encastilla en ahorrarse el esfuerzo de masticar: apenas una sopa de ajo o de ‘farigola’, una colita de merluza hervida, guisantes, flan, crema de Sant Josep, todo bien macerado en vino, café y whisky. El Johnnie Walker va bien para orinar, dice.

En una ocasión, Mercader, el gran renovador de la cocina catalana -quitó las ‘seques’ y los manteles de cuadros; sofisticó los platos sin alardes, atemperando sabores- intenta que el anciano pruebe una creación nueva, el pastel frío de tordo, pero Pla arruga el entrecejo: “'Miri, Mercader, els tords, com les becades, s’han de menjar rostits. I prou [...] No em vingui amb modernismes, vostè ara'”. El escritor prefiere la cocina arcaica: un buen estofado de conejo, el bacalao guisado con patatas o la escudella y ‘carn d’olla’.

Esta deliciosa anécdota y otras muchas se desgranan en un libro recién publicado por la editorial Gavarres, de Cassà de la Selva, el volumen titulado ‘Històries de Josep Pla’, donde se recogen las prolongadas y jugosas conversaciones de sobremesa mantenidas con Josep Valls, quien fue gerente del Motel Empordà y también chófer, barbero, confidente e incluso amigo del escritor, aunque por edad podría haber sido su padre. La obra contiene también fotografías históricas muy poco vistas, como la de Pla en la habitación de su madre, en el ‘mas’ de Llofriu, en la misma cama donde murió, el 23 de abril de 1981.

Maravilla del libro la prodigiosa memoria de Valls, que transcribe palabra por palabra las charlas compartidas con el autor de ‘El quadern gris’, desde 1973 hasta su fallecimiento, con una justeza y tono tan conseguidos que parece estar escuchando al genial cascarrabias en directo, en carne y huesos mortales: “'Ah, això és pernil serrano? De Jabugo? Bufa! Deu ser molt car això… Nosaltres menjarem quatre anxoves'”.

La obra consigue un tono tan convincente en la transcripción de las charlas que parece escucharse de viva voz al genial cascarrabias

Más que conversaciones, se trata en realidad de monólogos, de largos soliloquios de un Pla torrencial, tremendo, colosal. Pura oralidad. Recitaciones en las que mezcla sarcasmos, sentencias y opiniones sin filtro. Habla de todo. De literatura, viajes, religión, mujeres, de la letra de las habaneras. De política: “'Aquest és un país de lladres, sap?'”. Y, para justificarlo, argumenta que en las cajas de cerillas dice “cuarenta fósforos” y, si los cuentas, te salen, 39, 38, 37…

Es un Pla que llora al escuchar las notas de ‘Rossinyol, que vas a França’. A la muerte de Mercader, se permite dar consejos al sucesor, Subirós: no estire más el brazo que la manga; nunca se deje deslumbrar; sea más bien crítico y pesimista, como los payeses. También le dijo: “'Vesteixi’s d’amo'”. 

No es de extrañar que Josep Pla frecuentara tanto el Motel del Empordà: lo mimaban como a un niño. Lo escuchaban. Mientras que en el silencio y la soledad de la masía, con la pata atada al duro banco de la escritura, solo oía pasar el viento, la tramontana que se entablaba, fría y fuerte, sobre huertos y maizales.  

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