EFECTOS DEL CORONAVIRUS

Los clubs de música electrónica, olvidados de la crisis

Pinchadiscos y productores barceloneses se quedan sin campo de testeo a causa del covid y sufren el poco apego gubernamental por el 'clubbing' o cultura de clubs

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Juan Manuel Freire

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Desde el 25 de julio, las discotecas, salas de baile y locales de fiesta de toda Catalunya permanecen con persianas bajadas por orden de la Generalitat a causa de las restricciones por los rebrotes del coronavirus. El Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TJSC) permitía esta semana la reapertura de cines y gimnasios, pero denegaba la petición de la patronal del ocio nocturno para reabrir discotecas. Es una estocada tras otra para la 'cultura de clubs', un concepto que puede sonar exagerado o incluso ridículo a quien no le interese la música de baile, pero que tiene toda su lógica y toda su razón de ser.

Entre mediados de los 90 y los primeros dosmiles, la electrónica fue un valor cultural de Barcelona, consagrada como pilar de nuestra modernidad posolímpica a través del Sónar. Pero hoy en día, cuando se habla de cultura afectada por el covid o se anuncian ayudas y medidas, es raro que se mencione el caso particular del 'clubbing'. "Es que no se considera cultura", señala Marco Morgione, responsable de la exquisita sala Laut. "Se observa más bien como un tejido de actividad nocturno que crea tensión con los vecinos, y probablemente por ese enfoque no parece haber ninguna voluntad por preservarlo y ayudarlo".

Pinchadiscos y productores pasan por un momento de trance, si perdonan el juego de palabras con el estilo musical. Para los artistas que piensan mínimamente en la pista, una pieza puede no estar terminada hasta que pasa la prueba del público. "El 'feedback' es algo necesario, ya que te ayuda a saber qué funciona y qué no", explica Olaf Blanch, joven productor barcelonés de inclinaciones baleáricas. "Todo esto ha menguado durante la pandemia y, por ejemplo, es difícil saber el impacto que ha tenido un lanzamiento si la gente lo escucha encerrada en su casa".

El cierre de las discotecas, por otro lado, es un drama no solo para quienes hacen esta música, sino para quienes la valoran realmente. El 'disc-jockey' y productor Marc Piñol (residente de Nitsa Club) recuerda que la electrónica es música hecha "para ser sentida". Y añade: "Cuando me preguntan qué echo de menos del club, es que la música me haga vibrar el pecho. Echo de menos a la gente, pero sobre todo es eso: notar la música en el cuerpo".

Venderse todos los discos

Crítico musical pasado a los platos y, después, la producción propia (busquen su esotérico nuevo álbum con Hugo Capablanca como C.P.I.), Piñol es un veterano clave de la escena local. Pero el que iba a ser, quizá, su mejor año se ha acabado convirtiendo en una yincana, como para casi todos. "Ahora mismo estoy pidiendo las ayudas para autónomos y es un refuerzo. Por otro lado, tuve la suerte de conseguir un trabajo como corrector de textos en la empresa de 'software' musical Native Instruments". No puede quejarse, aunque todavía le duela pensar en las fechas perdidas: una gira por Estados Unidos y México en mayo; una fiesta Life and Death en el off-Sónar, noches en Taipei o Bangkok… "Mucha gente está peor. Los hay que han tenido que vender todos sus discos para subsistir".

La 'disc-jockey' y productora de Maryland (con residencia en Barcelona) Ivy Barkakati también debía actuar en el Sónar, así como en el Primavera Sound. A ella le ha salvado el dinero que gana como casera: "Tengo una casa que alquilo a dos personas. Pero pago dos alquileres, de piso y de estudio. Me ha jodido no tener los ingresos de los bolos". Además, la crisis le ha impedido presentar en directo sus recientes 'epés' con los grupos Proceed e IVAN. "Estos lanzamientos no han tenido tanta repercusión porque no ha habido bolos en los que sonaran los temas. Pero bueno, siempre habrá más en el futuro, solo hay que esperar", rubrica Barbakati con optimismo.

Sin salas ni festivales

La última sesión de Piñol en Nitsa fue el 8 de febrero, en una noche del sello Numbers. Apolo está cerrada hasta nuevo aviso. Igual que Razzmatazz (que a finales de junio canceló todo hasta finales de agosto) y clubs más pequeños pero grandes como Moog o el citado Laut, donde hasta hace poco la intimidad del espacio era un valor añadido más que un problema. Su carrera ascendente se ha visto truncada de golpe. "La idea era consolidar el club durante este 2020, en nuestra tercera temporada", dice su responsable. "Estábamos en un momento dulce y todo se ha parado bruscamente".

Mientras tanto, los festivales quedan pospuestos o se cancelan sus fechas hasta nuevo aviso. De poco sirve que se celebren al aire libre, como el popular Soundit. "Hemos cancelado por una mezcla de motivos", dice su codirector Borja Malet. "Por un lado está la inestabilidad sanitaria actual. Por otro, la incertidumbre provocada por las órdenes contradictorias que provenían de las instituciones. Todo eso perjudicó al proyecto hasta el punto de tomar esa decisión". Si el contexto lo permite, después del verano retomarán la propuesta singular que ofrecían ahora mismo en la plaza Monumental: "Sesiones más personales, con más mezcla de estilos. En un formato nuevo, con el 'disc-jockey' en el centro, repartiendo sonido a los 360º del ruedo".

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