CRÓNICA DE MÚSICA

Música y pintura en Peralada

Santi Moix crea en directo una obra pictórica mientras la Simfónica del Liceu interpretaba a Händel

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Pablo Meléndez-Haddad

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El Festival Castell de Peralada continuó el sábado con su edición ‘Livestream’ ofreciendo una singular velada dedicada a los trabajadores de la sanidad –se invitó a varias decenas de profesionales de la salud a presenciar el concierto en directo– a cargo de la Simfònica del Gran Teatre del Liceu en una colaboración con el artista gráfico Santi Moix. La idea era que una obra plástica del creador catalán tomara forma inspirada en directo por la música que el conjunto orquestal ofrecía.

En el programa figuraban la ‘Sinfonía Nº 7 en La mayor, Op. 92’, de Ludwig van Beethoven, como homenaje al 250º aniversario del nacimiento del genio alemán, compartiendo menú con la también muy popular ‘Música para los reales fuegos de artificio’ de Georg Friedrich Händel, dos piezas festivas ideales para las noches de verano. Moix, que llegaba al certamen del Ampurdán impresionado por el festival de fuegos artificiales del Japón (‘Hanabi’), solo trabajó con la segunda de las piezas, una joya del Barroco creada sobre todo para metales y percusión y para ser ejecutada al aire libre que en sus transcripciones para orquesta moderna acaba apareciendo más bien una pieza para banda si no se interpreta con la elegancia que exige.

Retransmisión opaca

Quizá la hubo en Peralada, pero en la retransmisión –el festival es en ‘streaming’– el sonido apareció opaco, plano y sin especial delicadeza en los matices. Este detalle se apreció más todavía en la obra de Beethoven, con un ‘Allegro’ final que hacía subir los colores por lo poco pulido: el micro no oculta los fallos que en una sala se empastan y se integran. Los instrumentos se escucharon parcelados, aislados, aspecto que acentuó el efecto ‘enlatado’ y en el que salió ganando la madera. Quizá el repertorio sinfónico no sea el más apropiado para este formato.

En Händel al menos hubo buena métrica y las danzas se llevaron con los ‘tempi’ requeridos consiguiéndose momentos muy convincentes sobre todo en las más lentas.

La impecable realización televisiva de la primera parte –aunque se abusara del plano del maestro– dio paso, en la segunda, a un exceso de movimientos y cortes. Si las cámaras parecían querer seguir a Moix en sus trazos, sobraban las grúas y los ‘travellings’ ante la orquesta: vamos, que se echaron de menos más planos fijos, sobre todo del artista en plena creación. El resultado, una interesante ‘performance’ al estilo ‘nuevo’ Liceu, aunque es probable que Moix, con un poco más de tiempo, hubiera quedado más contento con el resultado final.