PRESENTACIÓN DE UNA BAILAORA DE REFERENCIA

El embrujo de María Pagés

La bailaora inaugura Peralada con un espectáculo cargado de emotividad

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Pablo Meléndez-Haddad

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Envuelto de solemnidad y con un discurso que aparecía como un canto a la naturaleza y al arte comenzó 'Entremos en el jardín', el espectáculo inaugural del Festival Castell de Peralada 'Livestream'. Después de unas emotivas palabras de un breve solo de danza con aires introspectivos, María Pagés –que firmaba la coreografía, la dirección musical y el vestuario– daba alas a su cuerpo sinuoso y flexible, vestida de negro y ante un fondo sonoro de pura naturaleza. Unas palmas, un violonchelo, una guitarra y una cantaora rompieron ese silencio con el que arrancaba una propuesta que cautivó por su carga emocional, por su concisión y por su nivel artístico.

Voces rotas y pasionales (Ana Ramón y Sara Corea) fueron dando vida en su cante a textos de Sor Juana Inés de la Cruz, Fray Luis de León, San Juan De La Cruz, Ibn Arabi, Rumi, Tagore, Mario Benedetti y El Arbi el Harti imbricándose con el baile de una María Pagés madura, sabia, contando también con un violín y una segunda cantaora. Con estos elementos se fueron encadenando música y coreografías tan telúricas como esteticistas, pero siempre contenidas.

Raíces mozárabes

Un flamenco innovador se reflejaba en una música firmada por Rubén Levaniegos, David Moñiz y Sergio Menem de profundas raíces mozárabes acentuadas por las cuerdas en un montaje en el que el diseño de iluminación de Pau Fullana tuvo una importancia vital.

La dramaturgia de El Arbi el Harti brindó el ritmo adecuado al espectáculo dando paso a una Pagés que en el segundo número, de rojo y cola, con castañuelas, propuso un baile en el que equilibraba sobre todo torso y brazos (¡y qué brazos!). Con matón a juego, más tarde subrayó el zapateado siempre manteniendo limpio el centro de equilibrio.

Muy impresionante el dúo de ambas cantaoras antes de la apoteosis final, con una Pagés de pelo suelto, descalza, de rojo intenso con un vestido que brindaba un gran juego teatral, incluso como mortaja. Caderas, brazos, manos, giros... La melancólica conclusión llevaba de la mano un guiño a la sociedad toda, con las voces calladas y solo con el canto del violonchelo mientras la bailaora bajaba del escenario para perderse entre el público.

La retransmisión fue de una factura técnica de lujo, impecable, a la que se le sacó todo el provecho posible con varias cámaras muy bien dispuestas y con una realización con sentido.