CRÓNICA

Un escalofriante Nick Cave en 'Idiot prayer'

El cantante australiano dio un apabullante recital a voz y piano en un concierto único en la Red en 'streaming' de pago

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Jordi Bianciotto

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Frente a la comunión de masas, la mayestática intimidad de la voz y el piano en un enclave con pedigrí, el londinense Alexandra Palace, levantado en 1875. Y en contraste con la vibración física del concierto, un cara a cara en riguroso ‘streaming’, con la pantalla como ventana. La gira de Nick Cave and the Bad Seeds saltó por los aires (nueva fecha, el 27 de mayo del 2021 en el Palau Sant Jordi), pero este jueves pudimos asistir, en modo virtual, a un recital del australiano a solas, en el inmenso salón victoriano, para encontrar consuelo del desamparo y el duelo.

Nada de baratijas gratuitas: espectáculo de pago (16 libras, que son 17,58 euros), iluminación elaborada, realización de corte cinematográfico. En el centro, el Fazioli negro de cola y la banqueta en la que Cave se acomodó para abordar la primera pieza, ‘Idiot prayer’, que daba título al concierto. Canción de hechuras epistolares, que alude al dolor y a la fatalidad. “Tenemos lo que nos merecemos / mi pequeña paloma blanca como la nieve”, entonó en su desenlace, mientras dejaba que las armonías en el teclado se fundieran con el silencio.

Ni una palabra

Ni aplausos, ni parlamentos. Tan solo Nick Cave y su más severa circunstancia, tocando primero en la penumbra y dejando que poco a poco le bañaran haces de luz amarillenta, ocre, violácea. El único gesto de informalidad fue el de ir tirando al suelo los papelotes con anotaciones y letras de las canciones a medida que las iba cantando. Cave litúrgico, pero sin rigidez, modulando la voz con expresividad a través de las letanías de ‘Sad waters’ o ‘Brompton oratory’.

Ni su último álbum, ‘Ghosteen’ (2019), ni el anterior, ‘Skeleton tree’ (2016), ambos muy piropeados, tuvieron demasiada presencia: dos temas y uno, respectivamente, y ahí cabe citar ese ‘Waiting for you’ que aulló con desconsuelo y forzando la voz. Quizá esos discos, en los que flota la memoria de su hijo Arthur, fallecido a los 15 años al caer de un acantilado, condicione en exceso el equilibrio de un concierto. Sí que hubo un estreno, ‘Euthanasia’, atrayente balada de acordes mayores. El trabajo más citado resultó ser ‘The boatman’s call’ (1997), expiatorio de sus cavilaciones espirituales y sus cataclismos románticos, con la cumbre de ‘Into my arms’ y sus reproches al “dios intervencionista”, y el morbo de ‘Black hair’, inspirada en su aventura con PJ Harvey.

Cave no es un virtuoso del piano, pero dio a las canciones la pulcritud y el toque que requerían, tanto en canciones que encajaban de un modo natural con ese formato (‘Nobody’s baby now’ o ‘The ship song’) como en piezas asociadas a la catarsis muscular de los Bad Seeds: ‘The mercy seat’ y ‘Papa won’t leave you Henry’, eléctricas sin necesidad de electricidad, con sus insanos ‘crescendos’ cortando el viento. Gran dominio de los elementos a lo largo de 21 canciones sin espacio para la especulación ni el divertimento, en la tensión permanente del cuerpo y el alma, dándonos la grave medida de este Nick Cave en tiempo de pandemia.