UN NUEVO Y ATÍPICO DÍA DEL LIBRO Y LA ROSA

Los libreros cruzan los dedos ante otro Sant Jordi incierto y extraño

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Mauricio Bernal

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Si hubiera un custodio de las librerías y un termómetro en su poder hecho para medir el bienestar de sus protegidas, el mercurio habría caído estrepitosamente en abril, se habría recuperado en mayo, en junio se habría disparado y en julio habría caído o se habría instalado en la normalidad. Sí, sería un termómetro antiguo. El efecto sobre el mercurio del inminente Sant Jordi de verano debería, en teoría, ser bueno –no importa si al final en muchos lugares solo vaya a celebrarse en las tiendas–, y apuntalar una recuperación que parecía impensable hace unos meses; un día para certificar que la pesadilla fue menos grave e irse con una sonrisa de vacaciones. Pero la situación es incierta. Salir a la calle a comprar libros es incompatible con la recomendación de las autoridades de permanecer en casa. No se sabe qué hará la gente.

"Los números de junio… Parecen los de un mes de diciembre", dicen Arnau Cònsul y Silvana Vogt, de Cal Llibreter, en Sant Just Desvern. "Ha sido espectacular. No tenemos palabras". Sofía Balbuena y Daniela Demarziani, de Lata Peinada, la librería latinoamericana del Raval de Barcelona, dicen que "la facturación de junio no fue de ningún modo inferior a la de junio del año pasado", e Isabel Sucunza, de la Llibreria Calders,que "ha sido el mejor mayo" desde que abrió el local. "Abril fue menos catastrófico de lo que pensábamos gracias a las ventas 'online', y junio fue muy bien", dicen Mar Redondo y Carlota Freixenet, de La Carbonera, en el Poble Sec. "Mucha gente que había comprado durante la cuarentena venían después a recoger sus libros, y ya que estaban aquí se llevaban otros".

Arropadas por sus clientes

Han sido meses en que las librerías se han sentido arropadas por sus clientes habituales o bien por su entorno geográfico (la gente del barrio, del pueblo), y coinciden en que surtió efecto el llamamiento del gremio en lo más álgido del confinamiento, cuando apelaron a lo único con lo que estaban seguros que podían contar: la solidaridad del lector. La gente respondió. La gente reservó o compró por internet. Activaron sus pantallas, hicieron clic con el ratón y compraron un libro, hicieron clic con el ratón y compraron otro, y los clics se acumularon y funcionaron como antídoto contra el pesimismo en los meses en que los locales permanecieron cerrados. "La venta 'online' ha crecido exponencialmente", dicen en Lata Peinada. "No sí se compensó", explican sus colegas de Cal Llibreter, pero no estamos muy por debajo de la facturación que teníamos el año pasado a estas alturas. Y eso que en abril llegamos a plantearnos cerrar".

"Había mucha incertidumbre y nos planteamos todo, cerrar, pedir un crédito, renegociar el alquiler, bajarnos los sueldos…", dice Sucunza. "Al final hemos tenido la suerte de poder renegociar el alquiler, además de estar dos meses sin cobrar y bajarnos un poquito los sueldos". Los libreros casi hablan con una sola voz cuando dicen que el género que más salida ha tenido estas semanas es infantil y juvenil: "Parece que las familias estaban cansadas de que los niños estuvieran todo el día pegados a las pantallas", dicen en La Carbonera. "Venían padres", dicen Cònsul y Vogt, "que nos decían que durante el encierro los niños ya habían leído todo lo que había de literatura infantil en la casa, así que se llevaban varios libros".

Días de confusión

Ninguno de estos libreros tiene pensado sustraerse de la celebración del Día del Libro versión canicular; algunos con reparos, otros porque no han tenido más remedio que dejarse arrastrar; otros porque piensan que hay motivos para celebrar. Y por hacer caja, claro. En cualquier caso, los últimos días han sido de confusión: la que sembró el Govern con las medidas que empezó a perfilar el viernes. Más allá de que a dos días de la cita las librerías no tuvieran claridad en asuntos básicos como si tendrían permiso para poner paradas en la calle, seguía teniendo una evidente carga de incongruencia que el Govern mantuviera una cita que implicará movilización colectiva mientras con la otra mano llamaba a la desmovilización de lo colectivo. ¿Qué pensar? Algunas librerías como Cal Llibreter llegaron a plantearse si es responsable, incluso, abrir. "Nuestra principal preocupación es cuidar a nuestros clientes, autores y editoriales", dicen desde Lata Peinada. La única certidumbre de cara a este jueves es la incertidumbre: nadie puede prever qué pasará. Si saldrá la gente a la calle, si acudirán a las librerías, cuando las autoridades les están pidiendo que solo salgan para lo imprescindible.

"Será un Sant Jordi raro, con media Barcelona fuera y la recomendación de quedarte en casa", dice Carme Prim, de La Caixa d’Eines, que añade que "ha sido un sablazo" la cancelación de la fiesta en el paseo de Gràcia. "Es muy difícil hacer una previsión, pero las perspectivas no son muy buenas". Lluís Morral, de Laie, otro perjudicado por esa suspensión, dice que "puede ser un día normal o un día en que la gente salga y llene las librerías"; que "no se sabe". La Laie carece de espacio suficiente en la acera de enfrente para instalar una parada, pero Morral dice que prefiere que la gente entre en el local y escoja su libro de Sant Jordi del amplio fondo de la librería. Por supuesto, todo con las debidas medidas de seguridad. La Laie ha cancelado las firmas que iba a llevar a cabo en la segunda planta del local para evitar aglomeraciones.

Contradicciones

Es una contradicción flagrante: convocar a la gente a un acontecimiento grupal y decirle al mismo tiempo que lo grupal es peligroso, pero las librerías tienen previsto desactivarla con un cuidado extremo de las medidas de seguridad. Eso y algo de ingenio. "Vamos a poner una mesa afuera y a reorganizar adentro para evitar que se acumule gente", dicen en Lata Peinada. "Pondremos una mesa afuera y cerraremos las librería para evitar la aglomeración en un lugar cerrado", dice Cònsul, de Cal Llibreter. "Seguimos el plan previsto, con más cuidado con las medidas", resume Sucunza, que abrirá hasta las 11 de la noche y que el martes ultimaba con algunos editores la posibilidad de que pasen por la librería a recomendar libros.

Algunas librerías, como Cal Llibreter, llegaron a plantearse cerrar el Día del libro para evitar las aglomeraciones

"Abriremos y celebraremos, pero a nuestros clientes les estamos diciendo que vengan escalonadamente durante la semana", dicen en La Carbonera. "Vamos a ampliar el protocolo. Hay muchas manera de esponjar", dicen en La Caixa d’Eines. Por todas partes se mezcla el deseo de tener día del libro y de ser responsables. Salvo excepciones, los escritores firmando brillarán por su ausencia. Congregan multitudes, que es lo que no se quiere, a pesar de que se quiere que la gente salga… Aunque, quizá, la gran contradicción es otra. Como dice Sucunza, "es asombroso que después de la experiencia con el Sant Jordi cancelado y de hablar tanto de que no era bueno jugárserlo todo a un día, de que había que potenciar otro tipo de compra, ¡pum!, otra vez un día, el 23 de julio". Todo a un día, como sea.

Las recomendaciones de los libreros

EL PERIÓDICO pidió a los libreros consultados para este reportaje que recomendaran tres libros para este Sant Jordi de verano. El resultado es una lista amplia, variada y seguramente para todos los gustos.

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