CRÍTICA DE SERIE
'Homeland': espionaje fracturado
La última temporada de una serie originalmente pensada para durar una ha escenificado un conflicto poderoso, complots rusos y asesinatos presidenciales
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Caasas
Las series de televisión pasan rápido. La oferta es tremebunda y nos olvidamos pronto de las innovadoras y las convencionales. Hay que echar mucho la vista atrás, hasta el 2011, para contemplar el inicio de la existencia catódica de Carrie Mathison, la agente de la CIA encarnada por Claire Danes en 'Homeland'. Debemos recordar también que fue concebida como serie de una sola temporada, pero el éxito y los premios abrieron las puertas a un reciclaje argumental y una segunda temporada, y una tercera con cambios radicales, y así hasta un ciclo de ocho temporadas, algo imprevisible cuando Howard Gordon y Alex Gansa, productores de otra longeva serie, '24', nos contaron la historia de Carrie, agente de inteligencia activa y bipolar, y Nick Brodie, soldado estadounidense que regresó tras años de cautiverio convertido en terrorista islámico.
Brodie (Damian Lewis) duró tres temporadas, hasta su ejecución. Y desde entonces, siempre respaldada por su superior en la CIA, Saul Berenson (Mandy Patinkin), Carrie se convirtió en el eje central de una serie que ha sobrevivido con solvencia pese a perder parte de su interés inicial. 'Homeland' adaptó inicialmente la serie israelí'‘Hatufim' (2009), creada por Gideon Raff y que fue concebida también para una sola temporada y acabó beneficiándose del éxito de su 'remake' estadounidense: tres años después se realizaron 12 episodios más.
Constantes vaivenes
Los vaivenes han sido constantes. Gordon, Gansa y el equipo de guionistas han situado a Carrie en el centro de todo tipo de conflictos geopolíticos, familiares, sentimentales y éticos. Los recovecos de su mente fracturada y las lagunas de su memoria han actuado de acicate para las intrigas una vez superada la fase de los giros argumentales radicales. En la última temporada, en pleno conflicto en Afganistán, pero con ecos del espionaje anterior a la caída del muro de Berlín, Carrie se ve implicada en complots con los rusos y asesinatos presidenciales.
"Si se ha metido en la mierda es por mí. No le daré nunca la espalda", exclama Saul, asumiendo lo que le une a Carrie. Hay intentos de conversaciones discretas (la política) y acciones quirúrgicas (la acción física), la sombra de un activo secreto de Saul en el Kremlin –el misterio de una fuente no revelada–, y un conflicto poderoso que pone en jaque el respeto, estima y deudas contraídas entre Carrie y su superior. Un conflicto de verdad cuyo desenlace nos acerca al final de una serie que en principio debía tener 12 episodios y ha acabado extendiéndose hasta los 96.
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