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'Daniel no es real': mejor cuanto más irreal

Un amigo imaginario causa problemas muy concretos en este estimable filme de terror de Adam Egypt Mortimer

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Juan Manuel Freire

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El segundo largo de Adam Egypt Mortimer ('Some kind of hate') reúne dos películas en una: por un lado, un psicodrama de ironía oscura sobre las ventajas y perjuicios de tener un amigo imaginario más atrevido que uno mismo; por otro, la clase de pesadilla psicodélica (con banda sonora 'dark ambient') en la que se parece estar especializando la productora SpectreVision de Elijah Wood tras la resonancia de 'Mandy'.

Coescrita por el director con Brian Deleeuw, a partir de una novela de éste, 'Daniel no es real' cuenta la reconexión del universitario Luke (Miles Robbins, hijo de Tim) con su viejo amigo imaginario de infancia Daniel (Patrick Schwarzenegger, hijo de Arnold), que ahora como entonces le impele a superar sus propios límites. Durante esta especie de revisión estudiantil de 'El club de la lucha', Daniel se tatúa chuletas para que Luke saque buenas notas, o le empuja a ligar, o le ayuda a recitar de memoria los libros predilectos de su chica predilecta, la artista Cassie (Sasha Lane).

La verdadera oscuridad y el mejor tramo del filme llega más o menos en el ecuador, cuando el amigo estupendo decide tomar control del cuerpo de Luke. Hay un momento bastante icónico en que las caras de uno y otro se empiezan a fusionar viscosamente, como en una escena eliminada de 'Society'. Se abre con esta fusión de lo digital y lo táctil una carretera hacia una pesadilla intangible con imaginería poderosa.

'Daniel no es real' resulta mejor cuanto más irreal, cuanto más se asienta en el terreno viscoso del mal sueño. Como retrato de una masculinidad en estado de crisis, es bastante simplista y reduccionista. Como puro viaje imaginativo, así en su segunda mitad como en ese prólogo con reflejos del 'Juego de niños' de la serie 'Misterio', alcanza una notable capacidad sugestiva, algo en lo que tiene mucho que ver la saturada fotografía de Lyle Vincent.