Directo de la guerra
CRÍTICA DE LIBROS
Capturar lo inaprensible
La croata Lana Bastašic cuenta la historia de dos amigas de la infancia que se reencuentran y viajan en el tiempo en las heridas de la antigua Yugoslavia en 'Atrapa a la liebre'

Minarete de una mezquita de Mostar, donde parte la acción de la novela. /
En el Museo Albertina de Viena se conserva una acuarela de Durero que representa una liebre. Fue pintada en 1502 y esconde en su ojo derecho el reflejo de una ventana, la del estudio del pintor, cuya luz de aquel día quedó ahí inmortalizada. Las dos protagonistas de la novela de la croata Lana Bastašić se dirigen hacia esa ciudad, esa liebre y ese ojo sin saberlo. Con las hechuras de una 'road story', Bastašić cuenta la aventura de dos antiguas amigas de infancia, Sara y Lejla, que se reencuentran, a petición de Lejla, para viajar desde Mostar a Viena en busca de su hermano desaparecido Armin. Es Sara quien cuenta la historia, es ella quien abandona su nueva vida en Dublín para regresar, tras doce años de ausencia, a las tierras doloridas de la antigua Yugoslavia. El viaje geográfico es también un viaje en el tiempo, a su fervor infantil y juvenil hacia Lejla, a su fascinación por su desenvoltura y avasalladora personalidad de su mejor amiga (y la alusión a la novela de Elsa Ferrante no es gratuita), a su arbitrario cambio de favores e incluso a sus desplantes y agresiones.
El hechizo que Lejla ejerce sobre Sara tira la empuja a una ruta hacia un pasado lleno de cicatrices, hacia un país cancelado en su memoria, hacia las aulas escolares y universitarias, hacia el origen de una vocación de escritora que ahora, al fin, en Irlanda y en otro idioma, se ha hecho realidad. La novela combina los capítulos en los que avanza el viaje geográfico de Bosnia hacia Austria con otros que retroceden en el tiempo, hacia las raíces remotas de la amistad y de la misma personalidad de Sara. La búsqueda de Armin a bordo de un Opel Astra por las carreteras de los Balcanes se convierte, de hecho, en una retrospección y en una indagación de su propia identidad. Pero también en una toma de conciencia de las posibilidades de la escritura: Sara descubre que a la huidiza e inaprensible Lejla (o Lela Béric, el nombre con que se protegió tras la guerra) no la podrá poseer nunca salvo por un medio, el de recrearla convirtiéndola en literatura. Es la estrategia de Durero: la fijación para siempre de lo fugitivo en el ojo de la liebre. Es la lección de Sara, o quizá estoy hablando de Lana Bastašić.
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