EL LIBRO DE LA SEMANA

'No soc aquí': una épica minúscula

La novela con la que Anna Ballbona ganó el Llibres Anagrama de Novel·la es sutil y serena y en las antípodas de la grandilocuencia

Anna Ballbona

Anna Ballbona / periodico

Ricardo Baixeras

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El Walter Benjamin de esa maravilla que es 'Dirección única' reclamaba buscar “en la casa de nuestra vida” el ritual de las “antigüedades descarnadas y extrañas”. A esos asombros familiares, a esos “recuerdos no contados ni compartidos”, con su léxico, sus gestos y sus objetos cotidianos les ha dedicado Anna Ballbona (Montmeló, 1980), 'No soc aquí', obra con la que ha ganado el premi Llibres Anagrama de Novel·la

La Mila, protagonista de esta ficción que radiografía “una épica en minúscula”, viene de un mundo rural y plagado de señas e historias que dibujan una familia “vaporosa, aleatoria y  estrambótica”. Viene de un padre malhablado que grita “filipollas” en vez de “gilipollas” y que está obsesionado por el cultivo de las patatas kennebec. De una madre que “machacaría la cabeza” de la gente que le resulta insoportable. De un abuelo cuya pierna ortopédica recorre toda la novela como el último bastión de un pasado remoto, pero íntimo. De una abuela que siempre “se le hacía oscuro”. Una mujer que vivirá en los polígonos, estudiará Historia del Arte y viajará a París para hacer un Erasmus. Mila pretende un saber sobre sí misma y sobre su entorno en el momento en que se queda embaraza. Ahí aparece “el punto de fuga” que tiñe la vida de Mila de extrañeza de sí misma y de ligera melancolía: “A veces me desborda la obsesión de medirlo todo, de dar a la realidad una apariencia computable para que sea más comprensible, más transitable: averiado o no averiado, salida o huida, posicion correcta o tedio, noche que cuenta, noche que descuento... Y ni el sexo del polígono ni muchas otras cosas funcionan apretando un botón. Y la maternidad menos aún, supongo".

Pasado en busca de un presente

No espere el lector de este libro sutil, sereno y en las antípodas de la grandilocuencia una trama intensísima, sino más bien una miríada de pequeñas historias familiares, descritas en una suerte de sintaxis despejada que vuelve una y otra vez sobre un pasado en busca de un presente. Porque la Mila “venía de un rincón que la gente del pueblo consideraba remoto y oscuro. Y de una familia efectivamente anclada en el pasado".  Una mujer sin pretensiones que verá de qué modo nunca ha dejado de ser quién es, una mujer que sigue siendo “un malentendido perpetuo, carne picada de las cosas que ignoramos y de las desconfianzas que acumulamos, como un poso inevitable", una mujer que sabe que la foto fija es una quimera, que el amor a veces se torna en desamor, que los aledaños emocionales surgen de súbito de los pequeños objetos olvidados y que la prosa de la vida viene siempre entreverada de un espacio diminuto pero fuerte en su anclaje.

Escribir para comprender es lo que quiere este personaje que huye del miedo como de la peste porque sabe que “vivimos instalados en un presente asfixiado, sin alas”. Un personaje que se pregunta hasta la saciedad “qué se hereda y qué dejamos atrás”. Pero si hay una pregunta que recorre la espina dorsal de este libro tranquilo es esta: “¿Dónde se detiene la correa de ascendencia y descendencia que nos atraviesa?” y no es, en modo alguno, una cuestión que atañe solo a Mila. Es el lector quien debe responder.

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