ENTREVISTA

Carlos Vives: "Cuando hice 'La gota fría' me querían fusilar"

El 'rey del vallenato' reivindica la Colombia caribeña "y anfibia" en su nuevo disco, 'Cumbiana', homenaje a la cumbia que cuenta con invitados como Rubén Blades, Alejandro Sanz y Ziggy Marley

Carlos Vives, en una imagen promocional de 'Cumbiana'

Carlos Vives, en una imagen promocional de 'Cumbiana'

Jordi Bianciotto

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Carlos Vives nos habla apasionadamente de un territorio poco homologado que bautiza como Cumbiana, en una Colombia medio fluvial medio antillana que parece salida de un ejercicio literario de realismo mágico. ‘Cumbiana’ es el título de su nuevo álbum, el primero de una trilogía consagrada a la cumbia, y el músico nos habla de él por vía telefónica desde su residencia en Bogotá.

Así que ha inventado un nombre para el país de la cumbia.

Claro, un territorio que es mucho más grande de lo que podamos imaginar. Una nación anfibia, de culturas que han vivido en el agua, bajando por los grandes ríos y creando sus ciudades en las ciénagas. Para Colombia, esa fue siempre la despensa del pescado, donde se podían coger los peces con la mano, por decirlo así. La cumbia representa una matriz de la diversidad del imaginario americano anterior a los españoles. Ciudades de las que hemos heredado percusiones, flautas y melodías. Es el mismo territorio del vallenato, del porro, de la chalupa. Río arriba y río abajo, como narró García Márquez.

Se refiere al río Magdalena, que nace en los Andes colombianos y desemboca en el Caribe.

En su parte más ancha, donde se une al río Cauca, está Mompox, la capital de Cumbiana, de donde es la reina de la cumbia, Totó la Momposina. Y si sigues el río para abajo hasta al delta, eso en las crónicas de indias era la nación chimila, y hay referencias a instrumentos desde antes que llegara el primer barco portugués con esclavos. Es un mundo de cruces culturales que yo recojo para estos tiempos con el nombre de ‘Cumbiana’.

Entonces, ¿es un error atribuir al patrón rítmico de la cumbia un origen africano?

El público africano influyó en la fisionomía de la cumbia, pero el origen viene de antes. Las crónicas de indias describen las danzas y las percusiones. Y uno no entiende el vallenato si no entiende todo ese territorio, y el río Cesar. Así se juntó lo indígena, lo español y lo africano.

Y viene usted y se mete en una trilogía de discos asentados en el folclore, ahora que parece que en la radio latinoamericana solo haya reguetón o trap.

Pero en el origen del reguetón está el folklore de acordeón, las bases cumbieras y los tamboritos panameños. Hay una conexión de origen, aunque luego todo ello se vuelva industria. En otro tiempo llegaron las guitarras eléctricas y las baterías, y ahora las computadoras y los archivos de sonido, pero sigue siendo más de lo mismo. Yo también puedo usar esos sonidos. En muchos éxitos de la música urbana hay debajo patrones de cumbia, vallenato, ‘dancehall’...

Lo que distingue a la música urbana es más la producción que el patrón rítmico, que no es tan distinto.

No lo es. Comparto esa visión. Yo escribo una canción como ‘La bicicleta’ o ‘Robarte un beso’, y si le pongo una cajita de percusión que haga “pa-quetequicatapa-pa-quetequicatapa...” y canto sobre eso van a decir “¡qué folclórico, Carlos Vives! ¡Qué auténtico!”. Y, en cambio, si le pongo una maquinita, dirán: “¡ya está haciendo reguetón!”. Cuando es exactamente lo mismo.

Pero, ¿su intención es llevar la cumbia al mundo urbano?

Hace 27 años, cuando grabé ‘Clásicos de la provincia’, el disco que me abrió las puertas, ya estaba utilizando nuevas formas: guitarras, baterías... Dijeron que ponía rock al vallenato, pero no, no, yo simplemente le apliqué patrones percutivos venidos del norte de África, o de Senegal, o de Estados Unidos. Cuando hice ‘La gota fría’ me querían mandar a fusilar. Dijeron que había dañado el vallenato, cuando yo trabajé en una nueva forma de tropicalización sin tener que mirar a Cuba, ni a Puerto Rico, ni a México. Abriendo un camino propio.

En España, vallenato es Carlos Vives, al igual que bachata es Juan Luis Guerra.

Al principio me preguntaban por qué cantaba eso, “si es muy pobre”... Pero ahora ya lo utilizo y lo promuevo: “sí, soy el rey del vallenato, ¡conmigo no te metas, ja, ja!”. Tengo un nuevo equipo de productores, con mi hijo, que entiende los nuevos sonidos y el potencial de esos patrones rítmicos.

En el disco hay una pieza que tiene otro aire, con influencia de la salsa, ‘Canción para Rubén’, que canta con Rubén Blades. ¿Cómo se avino el panameño a cantar un tema que está dirigido a él?

Con Rubén conectamos mucho en ese mundo colombiano-panameño; siempre hablamos de eso. La música colombiana y la panameña son hermanas, y le dije: “voy a sacar a ese cumbiero que habita ahí dentro”. No le gustaba mucho que la canción se titulara así, pero cuando la escuchó lo vio claro. Yo quería que él recibiera la canción, y le metí un mensaje muy al estilo suyo, cantando “cómo se extrañan esos cantantes que cantan con estructura / que tienen voces de mucha altura y tesitura elegante”, como un homenaje a los soneros que influyeron a mi generación. La canción es un cumbión con salsa, que empieza como un vallenatico, con toque de guaracha, y luego entra la ‘big band’, más de veinte profesores tocando, y se vuelve otra cosa. La canción evoluciona como la misma salsa, que representó la industrialización de las músicas campesinas, pasadas por Nueva Orleans y Nueva York.

Ziggy Marley canta en ‘El hilo’. ¿Jamaica está en la zona de influencia del país ‘cumbiano’?

Los colombianos tenemos un territorio, las islas de San Andrés y Providencia, que están muy cerca de Nicaragua, donde hablan el criollo, y que es tierra de calypso y de mento. He trabajado desde hace tiempo con músicos de allí, como Elkin Robinson, que hace el rap en esta canción, donde se unen dos ‘caribes’ diferentes, el más antillano y el que conecta con Jamaica. Contar con Ziggy Marley fue un sueño. Se interesó mucho por la historia de este caribe andino, indígena, quiso entenderlo y al final hasta cambió la melodía y la adaptó a su estilo.

Y otro invitado del disco es Alejandro Sanz. ¿Un artista de otro mundo?

Conoce la historia del delta del Magdalena y siempre lo comparamos con el delta del Guadalquivir. Son lugares estratégicos para nuestros países, y cunas musicales. El territorio al que llamo Cumbiana en otra época era la Nueva Andalucía. Hablamos de conectar mundos, y a mí ese disco me sirve como herramienta para hablar de la importancia de rescatar el delta, que tiene unos problemas tremendos.

¿A qué se refiere?

Yo soy de Santa Marta y toda mi vida cogía una carretera que iba a Barranquilla, una ciudad grande e industrial. Tardaba 45 minutos. Y en esa carretera, cruzando el delta, ves los pueblos de pescadores sobre el agua y te preguntas qué hace esa gente ahí, tan pobres que no tienen dónde vivir. Mi papá era médico y los servía, y ellos nos mandaban pescado de la ciénaga. Pero esos pueblos no fueron siempre pobres, sino que nosotros los empobrecimos con los latifundios, el maltrato a las tierras, la contaminación... Dañamos el territorio, la pesca, y les quitamos oportunidades. La única conciencia que tengo me la ha dado la música, y a través de ella entiendo el territorio: somos Cumbiana, somos la Nueva Andalucía, somos África... Somos todo eso, y mis discos muestran ese orgullo.

¿Esa Cumbiana tardará en trasladarse a los escenarios?

Sueño con ir a lugares donde no es posible todavía ir, pero tengo mucha fe. Esto va a tomar su tiempo, pero no va a acabar con lo fundamental: las relaciones humanas, que es de lo que depende mi trabajo. Tengo la esperanza de que volveremos a estar brincando juntos abrazados y bailando.

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