CRITICA DE LIBRO

'Líbranos del mal': el aula del crimen

Empar Fernández y Pablo Bonell se introducen en su propia novela como narradores, protagonistas y sospechosos

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Marta Marne

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Una mañana de diciembre Pablo se dirige al instituto donde trabaja. Los de segundo de Bachillerato deben ir acostumbrándose a la separación entre ellos para el examen de selectividad, por lo que se dirigen a la sala de actos, un lugar más espacioso que un aula común. Cuando acciona el mecanismo que deja al descubierto la pantalla del proyector, los gritos y las caras de horror de sus alumnos le indican que algo sucede. Al girarse, descubre los cuerpos sin vida de dos estudiantes del centro, Claudia Pellicer y Tommy Paguay, desnudos y suspendidos boca abajo de un perchero.

'Líbranos del mal' está relatada a dos voces, las de Empar y Pablo. Una Empar y un Pablo, profesores de secundaria, que escriben novelas criminales a cuatro manos. Igual que Empar Fernández y Pablo Bonell, autores del libro. A través de este juego metaliterario no solo los autores se convierten en narradores y protagonistas, sino que el mismo Pablo será sospechoso de asesinato. Y aunque podríamos decir que estamos ante la cuarta entrega del inspector Santiago Escalona, este pasa a un segundo plano para dejar las pesquisas en manos de los dos narradores.

Uno de los elementos más destacados de la obra es la crítica manifiesta a los problemas que padecen los docentes en su día a día. Se espera de ellos que se conviertan en consejeros familiares, que sean capaces de tratar de manera individualizada a sus alumnos, que traten la diversidad en las aulas. Y, cómo no, hacerlo mientras mantienen cada jornada el ánimo alegre y el carácter tranquilo. Educar, enseñar, guiar, sin apenas recursos y sin cobrar la paga extra cuando toca.