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Crítica de 'Ya no estoy aquí': una hipnótica odisea de desarraigo

La segunda película de Fernando Frías es un tributo a la subcultura de los kolombias a la vez que universal relato de nostalgia

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Juan Manuel Freire

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En su segunda película, el mexicano Fernando Frías rinde tributo al ya extinto movimiento Kolombia: grupos de jóvenes no colombianos, sino regios, caracterizados por su combinación de un estilo cercano al de los cholos de Los Ángeles y una sincera devoción por la cumbia rebajada. El personaje central, Ulises (no profesional García Treviño), lidera la pandilla Los Terkos y su vida resulta menos pobre gracias a ello. Cuando se ve salpicado, literalmente, por la violencia narco, cruza la frontera para buscarse la vida en Jackson Heights, Nueva York, donde su estilo llama la atención, a veces para bien y casi siempre para mal.

Frías sabe capturar, a base de planos fijos y suaves movimientos de cámara, los sentimientos de desarraigo y nostalgia que acosan al personaje. Durante ese tramo de (intento de) aprendizaje neoyorquino, su película se erige como un relato universal sobre lo difícil de dejar todo aquello que te define, o casi todo, y empezar en otro lugar. Este Ulises tiene pocas fuerzas: no todos los obligados a emigrar saben o pueden hacer el tránsito con éxito.

'Ya no estoy aquí' quizá no sea para todo el mundo: no tiene muchos ejes dramáticos claros ni desemboca en una resolución reconfortante. Pero quienes logren sintonizar con su onda, con su ritmo de nostálgica cumbia a 76 pulsaciones por minuto, vivirán una experiencia de las que marcan. Es la mejor película original de Netflix en una eternidad.