LA COMPLEJA REACTIVACIÓN DE LOS CONCIERTOS EN VIVO

Las salas de música en directo buscan oxígeno

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Jordi Bianciotto

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Suenan los clarines anunciando la reanudación de <strong>la música en directo</strong> al aire libre de cara al verano, en audiencias reducidas, mientras que las salas de concierto guardan silencio en su inmensa mayoría. A partir de la fase 1, las actuaciones en locales cerrados son posibles sobre el papel, pero los límites marcados (aforos reducidos a un tercio y con 30 personas como máximo; 50 en la fase 2 y 80 en la fase 3) ponen las cosas muy difíciles. Solo algunas salas no sujetas a las lógicas comerciales, o bien gestionadas por equipos familiares o asociaciones culturales, o moviéndose por amor al arte o por mantener viva su marca aun renunciando a los beneficios, se plantean estos días subir la persiana para retomar el viejo ritual.

Es un doloroso “quiero y no puedo” en el que las ganas de poner de nuevo en marcha la maquinaria y dar oxígeno a músicos y profesionales topa con una hoja de cálculo impracticable. “Para las salas, abrir con esos límites de aforo no es posible, porque los costos de estructura de cada local no se cubren”, resume Lluís Torrents, presidente de la ASACC (Associació de Sales de Concert de Catalunya), que pone como ejemplo el complejo del que es gerente, Razzmatazz. “El cálculo de rentabilidad para los conciertos suele contemplar un 80-90 % de ocupación, que en Razzmatazz podemos llegar a bajar a un 60-70%, pero menos de eso ya es ruinoso”, explica, y añade otro factor, los ertes como el que afecta a la sala de Poble Nou. “No puedes levantarlo para hacer un concierto un día y que encima sea una ruina”. Torrents descarta por ello abrir “ni en la fase 1, ni en la 2, ni en la 3”.

La ayuda de los hijos

Pero en el mundo de las artes, tan imaginativo, no siempre dos y dos suman cuatro, y si hay una rendija por la cual el son pueda colarse, la intuición nos dice que alguien la aprovechará. Y así, Jamboree se convertirá este jueves en la primera sala de Barcelona dispuesta a ofrecer música en directo: sendos conciertos (20.00 y 22.00 horas) del ‘soulman’ holandés, afincado en la ciudad, Clarence Bekker, que se repetirán el viernes, y que serán relevados el sábado por la rapera Kween Cortés, y por otros bolos que se irán anunciando en las semanas venideras. Por ahora, para 30 asistentes sentados con distancias. “Llevo más de 30 años programando conciertos a diario, y abriré porque lo necesito, y porque quiero animar a los músicos y al público”, señala el responsable de la Joan Mas, que recuerda que, “en el mundo primitivo, cuando había una pandemia se cantaba para expulsar al virus”.

¿Cómo se explica esa apertura en tan adversas condiciones? La clave aquí consiste en tener hijos: tres, de 19, 20 y 21 años, que se arremangarán con Joan Mas para sacar la sala adelante en medio del erte que mantiene a sus 80 trabajadores en el dique seco (Mas i Mas gestiona también las salas Tarantos y Moog). “Mi hija estará en la taquilla; mis dos hijos abajo colocando al público, y yo haré de técnico de sonido, como ya hice en otros tiempos en La Boîte. Y los artistas se llevarán una parte de la taquilla”, revela, confiado en que el ‘modus operandi’ no le traiga problemas administrativos. “Mis hijos son autónomos. No me pueden multar por eso. Y si lo hacen, pues cierro y se acabó”, resopla Mas, que critica que “con todo esto se pueda incentivar a la gente a no trabajar”.

En materia de protocolos, donde quedan flecos por precisar, Jamboree contempla las mascarillas para el público y para los músicos, con excepciones como los cantantes y los instrumentistas de viento. Joan Mas anuncia la reactivación de Tarantos para dentro de “una o dos semanas”, con conciertos de “flamencos de aquí, que los tenemos buenísimos”.

¿Hostelería o cultura?

Otras salas dan vueltas a la idea de reabrir, aunque sea bajo mínimos. Vol, en Poble Nou, montada por un equipo procedente de Heliogàbal e integrada en la cooperativa L’Afluent, anuncia para la fase 3 “algún concierto simbólico, aunque sea deficitario”, revela Sergi Egea. El local calcula poder abrir como bar musical, lo cual le permitiría acogerse al 50% de aforo (y no el 30%) previsto en el apartado de hostelería, de condiciones más holgadas que el de las actividades culturales y de ocio. Un punto este que genera confusión. “¿Dónde nos ubica nuestra licencia?”, se pregunta Egea. Y no es el único.

A ese 50% apela la sala Taro, de Sants, que confía en activarse en julio para la música en vivo. “En la fase 3, esperando que nos dejen ir un poco más allá”, apunta su gerente, Josep Comas. En Sidecar, Roberto Tierz se muestra “prudente” y pone la vista en otoño para volver a la normalidad. “Todos vamos a ciegas”, desliza. Y en el Harlem Jazz Club, Dani Negro muestra cierta predisposición a abrir las puertas, pero con muchas dudas logísticas y sanitarias por resolver. “Si me salen los números para simplemente cubrir los gastos, yo abro mañana”, asegura el fundador del local, que habla de “deber moral” con los músicos y con la música. “Pero necesitamos que las reglas estén claras”. El Harlem, en el Gòtic, presenta en verano una clientela extranjera del 60%, “y con la situación actual nos quedamos a la intemperie”. Negro cree que “con ayudas pensadas para crear público se podría pasar esta crisis”, considera, y lanza un símil: “desde las instituciones nos condenan a ser La Boqueria, que ha tenido que cerrar muchas paradas, y yo quiero ser Santa Caterina”.

Vida en el ‘underground’

Otras salas que vislumbran actividad son las que cuelgan de asociaciones culturales. Escenarios ‘underground’ como El Pumarejo, de L’Hospitalet, que trabaja en un concierto aún sin fecha y bajo demanda, a cargo de músicos de su entorno (como Mirlo, de Ljubliana & The Sea Wolf, y Tarta Relena), a través de la Caixa de Ressonància y la plataforma de micromecenazgo Goteo, de modo que cuando se alcance el mínimo de 20 asistentes se dará por confirmado. Iniciativa “de bajo presupuesto y pos-irónica”, la califica Juan Luis Batalla, convencido de que “pase lo que pase, siempre saldrán nuevas estructuras para la música”. En una semejante línea de autogestión, el Konvent, de Berga, anuncia un mini-festival, Konvent Piano, del 3 al 5 de julio, con músicos como Marco Mezquida y Clara Peya. “Existen muchas soluciones, y la reinvención y la autogestión no son cosas nuevas para nosotros: venimos de aquí”, razona Pep Espelt, su director y fundador, hace 27 años.

Desde la ASACC se lamenta que la administración “tome decisiones sin haberlas consensuado con el sector”, apunta Lluís Torrents, y se pide más diálogo. Mientras, hay quien recuerda que el verano no es la época más propicia para los conciertos en locales cerrados, lo cual complica aún más las expectativas. Buscando el aire libre, Luz de Gas se ha aliado con el Festival de Pedralbes para programar conciertos en la edición de pequeño formato que desplegará este verano en los jardines. Y en esa línea, pero desde el sector público, el ayuntamiento trabaja con la ASACC para ofrecer a las salas espacios abiertos de Barcelona. Otras de las muchas ideas que están ahora en movimiento para que la rendija de la música en vivo se haga un poco más grande.

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