Hotel Cadogan 23
Mi caro roedor literario
Turner reedita con material inédito 'Miquiño mío', el epistolario que Emilia Pardo Bazán escribió a su amante Galdós durante tres décadas
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olfa Merino
Nos fascinan tanto los amantes, sus escarceos, las citas secretas, el quebrantamiento de lo establecido, que en cuanto una pareja atraviesa la puerta del hotel, desplegamos un protocolo sabiamente perfeccionado en la discreción. Los acomodamos en la única alcoba del ‘penthouse’ —no llega el ascensor, sino una escalerilla de caoba—, una habitación clara, todo lo luminosa que en Londres cabe, con una cama de dos metros, vestida con sábanas de lino holandés y almohadones de seda.‘Champagne rosé’ siempre a mano, fresas de Wimbledon con nata y otras cursiladas, así como un servicio de habitaciones ininterrumpido y caprichoso, desde toallas limpias hasta huevos fritos intempestivos. El amor da mucha hambre pero, aun así, los huéspedes que anoche se instalaron en el dormitorio tórtolo no han bajado todavía a almorzar. Se trata de una dama regordeta con frufrú de tules y de un señor bigotudo, con cierto desaliño bohemio.
Aquí, en el Hotel Cadogan, estamos que no cabemos de gozo por la reedición con material inédito de ‘Miquiño mío’ (Turner), la gavilla de cartas que Emilia Pardo Bazán dedicó a su amante canario, Benito Pérez Galdós, entre 1883 y 1915, un periodo que abarca los mejores años creativos de ambos. El epistolario, remitido con frecuencia desde la “granja de Meirás” que el franquismo rebautizó como pazo, evolucionan desde un distante “querido y respetado maestro”, hasta la cercanía íntima de “ratonciño del alma” y del “caro roedor literario”. Ah, qué mujer, libre, culta y tenaz, despreciada por el academicismo testicular, aún casada a ojos del mundo aunque desvinculada del lazo conyugal. Queda una inquietud de fisgón luego de leerlas, pero qué le vamos a hacer, la curiosidad admirada nos puede.
Nos congratula también saber que se ha levantado el secreto para las 2.400 cartas que, depositadas en la biblioteca Bodleian de Oxford, escribió Monica Jones a su amante Philip Larkin, poeta capital de la lengua inglesa. Los estudiosos podrán acceder al fin, 20 años después de la muerte de Jones, a una correspondencia que desgrana una relación tortuosa, pero, lo mismo que la anterior, sustentada en la admiración intelectual mutua. Larkin y Galdós, dos solteros empedernidos, apreciaban a sus musas respectivas en pie de igualdad. La inteligencia, en efecto, no tiene sexo.
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