CRÍTICA DE CINE

'El captor': el síndrome de Estocolmo

Ethan Hawke, de nuevo dirigido por Robert Budreau, protagoniza una comedia criminal que desquicia y estimula a partes iguales

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Quim Casas

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'El captor' es una película algo desconcertante, voluntariamente histriónica. Es también muy coherente desde el rótulo inicial: "basado en una historia absurda pero real". Si no supiéramos que es un caso que ocurrió realmente, pensaríamos que al guionista (y también director del filme) se le ha ido la olla.

Relata el atraco a un banco más chapucero que uno pueda imaginarse, increíble. Pero sucedió en verdad, en 1973, en un banco de Estocolmo. Fue el primer atraco con rehenes acontecido en Suecia, y de la relación entre los secuestradores y esos rehenes surgió lo que hoy se conoce como el síndrome de Estocolmo: la empatía desarrollada con tu captor.

Un Ethan Hawke exagerado –pero así era el personaje– se hace fuerte en el banco, toma como rehenes a dos trabajadoras del mismo y otro individuo, consigue que liberen de la cárcel a un amigo e improvisa, sin ningún plan preconcebido, una serie de acciones condenadas al fracaso. Al tipo le gusta mucho Bob Dylan: junto a una metralleta, una pistola y varias granadas de mano, se ha traído al banco un aparato de radio que siempre sintoniza una canción 'dylaniana'.

Dirige el canadiense Robert Budreau, quien ya brindó a Hawke una buena interpretación como el 'jazzman' Chet Baker en la anterior colaboración entre ambos, 'Born to be blue'. La sensación es que se lo pasaron bien rodando 'El captor', una película que desquicia y estimula a partes iguales.