OTROS ESCENARIOS POSIBLES
Escalera hacia el barrio
La estadounidense Tori Sparks lleva ocho sábados actuando para sus vecinos desde la terraza de su casa en el barrio de Horta
Conciertos en los terrados, los ha habido desde el primer día de confinamiento. Literalmente. El sábado 14 de marzo, en cuanto se decretó el estado de alarma por el coronavirus, la estadounidense Tori Sparks pensó que una buena forma de animar a sus vecinos de Horta, barrio en el que se instaló hace año y medio, sería salir a la terraza y cantar un rato. Y así lo hizo. Si percibía que su iniciativa no era bienvenida, volvería a casa y no lo repetiría más. Pero el sábado siguiente tuvo que salir con una escalera y encaramarse para que se la viese mejor.
Poco a poco, empezó a conocer a los vecinos que había tenido enfrente durante meses pero con los que nunca había hablado. Sábado a sábado, ellos se han convertido en su público más fiel: la mujer que baila, el hombre que se saca la cerveza al balcón pero nunca aplaude, el vecino que le pidió una de AC/DC, la mujer que nunca abría la boca hasta que oyó ‘You shook me all night long’ y alzó el puño haciendo la señal heavy de los cuernos... Tori no puede verlos, pero pronto empezó a oír aplausos de los edificios de atrás. ¡Y al fondo del parque! Se siente más querida que nunca. Ahora sí: ya es una más en el barrio.
Encerrados como fieras
Este sábado todo fue algo distinto. Era su octavo concierto y el primero en que se podía salir a pasear a las ocho de la tarde, justo cuando inicia su recital. Muchos paseantes se encontraron la sorpresa. “¡Tenemos de todo en el barrio!”, exclamó un vecino con mascarilla, mientras explicaba que, aunque ya sabía de los conciertos de Tori, desde su casa no los oía y hasta ahora no había podido acercarse a verla. “La música amansa a las fieras. Y estamos encerrados como fieras”, comentaba otra mujer que había sacado a pasear a su perro.
Al poco rato, empezó a concentrarse en su calle un número exagerado de paseantes. Con y sin mascarilla. Con y sin perro. Solo los 'runners' pasaban de largo. Tori aparcó rápido el temario de su disco ‘Wait no more’ para sazonar la velada con versiones. La primera fue ‘Stand by me’ porque se le había pedido un vecino que cada sábado la aplaude desde la lejanía. La segunda, el ‘Folsom prison blues’ de Johnny Cash. “Ay, ‘La llorona’”, suspiró una joven bajo su terraza.
Sí, Tori domina el castellano hasta el punto de poder alterar algún verso de esta incunable canción mexicana. “Soy como el chile verde, Horta, picante pero sabroso”, improvisó, ya totalmente integrada en este nuevo escenario. El distanciamiento social se respetaba en la calle, pero los elogios subían de tono. “¡Qué grande eres!”, le gritó una mujer. “¡Bravísimo, que alguien se enrolle así”, añadió otro vecino, visiblemente alterado. Algo más lejos, una hortenca se quitó la mascarilla un momento para saludarla: “¡Gracias, Tori!”. “Esto anima un poco, ¿no, cariño?”, pellizcó un hombre a su pareja. Otro llamó por el móvil y lanzó una propuesta: “No vols sortir una estona de casa a escoltar-la?”. “¡Aerosmith!”, reclamó alguien. El perro de enfrente solo ladraba entre canción y canción, coincidiendo con los aplausos que llegaban de todas las direcciones. En los momentos de mayor bullicio se llegaron a concentrar ante su portal unas diez personas, pero pronto llegó un furgón de la urbana. Era lo que temía Tori desde el primer sábado. No fue nada grave: con un megáfono pidieron al público que pasease sin detenerse. Los de los balcones también increparon al público callejero. “¡Vamos a volver atrás!”, gritó un balconero, temiendo un rebrote del coronavirus. “Y tranquila, que si te ponen una multa la pagamos entre todos”, gritó otro de los nuevos fans de Tori. Fieles desde hace ocho sábados.
Un antro en Tallahassee
Lo del sábado fue lo más parecido que habrá estado Tori Sparks de tocar en la calle, pues su terraza está a apenas cuatro metros del suelo. Ella no se curtió en las esquinas, sino en el circuito de 'coffee shops' estadounidense. Con 18 años dijo tener 21 para poder tocar cada martes durante cuatro horas en un bar de Tallahassee y pagarse así los estudios. Un día se le acercó un excombatiente del Vietnam. Vivía bajo un puente y al escucharla tocar ‘The house of the rising sun’ había regresado un segundo a su juventud, le confesó entre lágrimas.
Casi dos décadas después, aquí está Tori, encaramada a una escalera y cantando ‘The man who sold the world’, de David Bowie. Tal vez su público de Tallahassee la haya reencontrado estos días en internet, pues sus ocho actuaciones se han retransmitido por facebook e instagram. Su objetivo inicial solo era tocar para el vecindario, pero para su sorpresa, al final de cada concierto contactan con ella gente de medio mundo que le agradece su gesto. Lo hacen de palabra y comprándole CDs: el día que no vende siete, vende diez. Y estos días ya ultima la edición de ‘Amor en tiempos de cuarentena’, colección de canciones de The Penguins, Che Sudaka, A Contra Blues, Raynald Colom y otros. Un modo de apoyar a un sector totalmente devastado por la crisis: los músicos.
En cuanto se inició el confinamiento, Tori se sacó de la manga una iniciativa sin presupuesto, producción, subvención ni artificio. Una lámpara, una escalera, un amplificador y su guitarra. Más modesto, orgánico y horizontal, imposible. Y el ambiente que genera es lo más parecido que podemos imaginar hoy por hoy a una fiesta mayor: unos vecinos paseando por la calle, otros mirando desde los balcones y un músico tocando para todos. La última versión de este sábado fue ‘Me and Bobby McGee’, de Kris Kristofferson. Tori la dedicó a la gente de la Bodega Andrés, que sigue abriendo cada día. Otro gesto de reconocimiento a otra labor esencial estos días. Sin simbolismos ni drones. De vecina a vecino.
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