HOTEL CADOGAN

Las catacumbas oscuras de Poe

POE

POE / periodico

Olga Merino

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Encerrados a cal y canto en el Hotel Cadogan, con las horas abismadas por la epidemia, más duras de roer que un ‘pudding’ recocido, una de las doncellas sugirió ayer que encadenásemos historias de miedo, viejas leyendas de aldea, para pasar el rato, tal como hicieron aquellos divinos locos de Villa Diodati en el verano de la lluvia. En esas estábamos, con más pitorreo que pericia al principio, cuando, al filo de la medianoche, sonó la aldaba con un repique insistente. Apareció en el vano de la puerta un caballero chupado, muy pálido, vestido de negro, con un traje raído pero bien planchado, los hombros cubiertos por un capote de cadete. Hablaba con un rítmico acento sureño, de Virginia. Cuando dijo ser el mismísimo Edgar Allan Poe, tragó saliva hasta el ama de llaves. Ella, la inmutable, el espino prieto de la señora Danvers.

En sus relatos abundan  las 'réventantes', mujeres como su madre, muertas en mala hora, que regresan a reclamar lo que les pertenece  

Edgar llegó acompañado de su tía Muddie, que se acomodó en un rincón con la labor de aguja, mientras él escogía un butacón de terciopelo morado, en el que se sentó levantándose las alas de la levita. Alzó la mano temblorosa para pedirse una copa de láudano, una receta ancestral a base de vino blanco, canela, clavos de olor, unas hebras de azafrán, más tintura de opio, el buen chorro que le vertió la jefa de cocina. Al segundo trago, los ojos grandes como pozos, comenzó a enhebrar la historia de un caserón cuya fachada, con una sospechosa grieta, se reflejaba sobre un estanque negro, una mansión lúgubre adonde acudió a visitar a un viejo amigo. Alguien reconoció enseguida ‘La caída de la casa Usher’ diciendo que era el mejor de sus relatos, y al punto prendió en el salón un encendido debate entre los fascinados por el horror mórbido de ultratumba y quienes prefieren al Poe analítico de ‘Los crímenes de la calle Morgue’. La señora Danvers chistó para hacernos callar, ansiosa por sentir de nuevo el dulce escalofrío, cuando  lady Madeline Usher, la gemela inquietante, sale de la cripta.

 La obra de Poe está repleta de ‘révenantes’, mujeres que regresan del más allá a recuperar lo que es suyo, porque las muertas nunca acaban de estarlo. Lady Madeline, Ligeia, Morella, Eleonora… Bellos cadáveres que resucitan fantasmas: la madre del autor, su amada de adolescencia, su esposa–prima.

Al marcharse los huéspedes inesperados, un cuervo negro se quedó graznando en el vestíbulo: “Nevermore, nevermore, ¡nunca más!”. Poe nunca pudo arrancárselas de la cabeza.