OTROS ESCENARIOS POSIBLES
Tarde de pop punjabi en el Aribau
La comunidad india se citó el pasado domingo 8 de marzo en el céntrico cine barcelonés para recibir a su compatriota Garry Sandhu
La señora cinéfila anda desconcertada. Quiere comprar entradas para el pase de las seis, pero en el cine Aribau no encuentra los carteles de las películas. La taquilla está llena de jóvenes indios, algunos con turbante, y hasta la taquillera, que habla perfecto castellano, tiene rasgos indios. ‘Invisibles’ y ‘Parásitos’ se proyectan en el multicines de enfrente, pero en la sala grande, la histórica, hoy hay programa especial. “¿Qué película pasáis?”, pregunta la cinéfila intuyendo, por la insólita aglomeración de público indio, que tal vez se estrene algún título del cine de Bollywood. “Hay un concierto”, responde la taquillera. “¿Y quién toca?”, insiste. “Es un cantante de fuera”, zanja la taquillera, asumiendo que el nombre de Garry Sandhu, no le dirá nada.
Garry Sandhu es una estrella del pop punjabi; estrella tipo ‘tres millones de seguidores en Instagram’, que es como hoy se mide el brillo de las estrellas. Estrella virtual y terrenal, porque igual que estrena videoclip y en dos semanas supera los diez millones de reproducciones, anuncia gira europea y vuelan las entradas. Cuando Kunal Kanda supo que el cantante de Jalandhal actuaría en Inglaterra se le encendió la bombilla: ¿y si lo traía a Catalunya? Kanda es un joven empresario indio. A sus 21 años ya regenta un bar de shishas en Vic y su teléfono particular es el que figuraba en los carteles que anunciaban el concierto en infinidad de colmados. A través de WhatsApp, Instagram y Facebook vendió 700 entradas a familias de Madrid, Zaragoza, Valencia, Italia y Portugal.
Coreografías bhangra
El concierto se organizó en apenas un mes. Por eso Kanda no encontró sala de conciertos, discoteca o pabellón disponible y por eso Garry Sandhu actuó en este inmenso cine de 1.160 localidades. El escenario se ubicó en el hueco que hay entre la pantalla y la primera fila de butacas. Pero la primera actuación fue la de Bikramjit Lally Powar, director de la academia de baile Din Tak, que con otros tres bailarines ofreció coreografías bhangra sobre éxitos de Diljit Dosanjh, Sunanda, Sharry Mann, Kulwinder Billa y demás ídolos del pop punjabi actual. Este último ya protagonizó otra jornada histórica para la comunidad india local.
Kanda se pasó la actuación corriendo arriba y abajo por los pasillos de la platea, nervioso y ajetreado con su impecable traje blanco. Además de promotor del concierto ejercía de acomodador para los clientes que no sabían qué butacas habían comprado. Un grupo de hombres con aspecto de empresarios se situó en las primeras filas, las de 100 euros. Por alguna razón, las butacas del flanco derecho estaban llenas de familias, mujeres y niños. Las centrales y las del lateral izquierdo, en cambio, llenarían lentamente de varones: algunos con turbante, otros con chándal. Las entradas más baratas costaban 35 euros.
Jagdish Dhaliwal, cantante afincado en Brescia, había venido de Italia para compartir cartel con Sandhu y actuó envuelto en una bandera de la Unión Europea. Tras él actuarían otros tres cantantes, todos ellos respaldados por la misma banda de siete músicos dominada por cuatro percusionistas: uno a la batería, otro al tabla y dos más golpeando los característicos dhols indios.
En cuanto se anunció que, por fin, el concierto principal iba a empezar, el público de las butacas baratas se lanzó a ocupar las filas vacías más cercanas al escenario. Kanda, que nació a 30 kilómetros de la ciudad de Sandhu, se situó al fondo del escenario para disfrutar lo más cerca posible de este concierto que los había reunido a 6.500 quilómetros de su tierra. Buena parte del público también provenía del Punjab. O eso cabría intuir porque, en cuanto el cantante preguntó cuántos allí eran punjabis, la mayoría gritaron el nombre de su pueblo.
Bullicio en la platea
La platea del Aribau era puro bullicio. La gente permanecía sentada y muchos filmaban el concierto con el móvil, pero los aullidos colectivos y los berridos individuales fueron constantes. Había una tropa especialmente ruidosa en el flanco izquierdo. En cuanto se levantaron a bailar, tres miembros de la organización les pidieron que se controlasen y volvieron al final de la sala a liarla sin molestar. Tampoco es que Garry ayudase mucho. Este Enrique Iglesias indio se pasó medio concierto bromeando sobre su vida amorosa y el coronavirus. Por cada canción, seis intervenciones habladas que acabaron en carcajada.
Imposible transcribir el contenido de sus comentarios claro. Aquel domingo solo se habló en indio y este cronista vino sin traductor. De vez en cuando, se pudo pescar alguna expresión familiar: “bonita chica”, “I love you”, “namasté” y poco más. De vez en cuando, el galán punjabi se puso serio y dio órdenes a la banda para que suavizase el ritmo o cortase la canción. Un niño de seis años con turbante observaba la escena con pose distante y serena. Se estaba poniendo fino a palomitas. Tal vez fue la última bolsa que se vendió en el cine.
Sanduh invitó a Bikramjit a bailar en el escenario y la cosa se animó. Sanduh se quitó las gafas y la cosa se animó más. Sandhu improvisó un movimiento brusco que consistió en golpearse el muslo y señalar al cielo y la cosa se desmadró del todo. Un espectador entregó su móvil al cantante para que le firmase un autógrafo en la pantalla. En la zona central de la fila 27, cuatro chicas ya armaban más jaleo que los malotes del flanco izquierdo. Al final del concierto, un espontáneo subió al escenario y bañó a Sandhu en billetes de diez euros. Acto seguido, otro hombre repitió el ritual. Detrás de la batería, Kanda sonreía feliz. Tal vez maquinaba ya con qué estrella del pop punjabi repetir la aventura.
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