ENTREVISTA

Claudia Durastanti: "Mi abuelo le compraba 'walkmans' a mi madre sorda"

La autora italoamericana debuta en nuestro país con 'La extranjera', finalista del premio Strega 2019 y premio Strega Off. Una memoria de extranjería, discapacidad, rareza y clase

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Kiko Amat

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La primera persona hay que ganársela. No es algo a lo que uno tenga derecho solo por el hecho de haber nacido, como la presunción de inocencia o la sanidad pública. Además, tiene que venir de un sitio especial y tiene que estar abonada con humildad, visión y oficio. E incluso así, a veces se les resiste a los más intrépidos. Claudia Durastanti (Brooklyn, 1984) tuvo que entregar tres novelas de ficción solapada para escribir al fin su historia y, sobre todo, la de sus padres, en 'La extranjera' / 'L’estrangera' (Anagrama / L'Altra). La historia de dos sordomudos rebeldes y filobohemios que, negando su clase, su discapacidad, incluso su paternidad, emigraron y desemigraron de Italia a Estados Unidos, convirtiendo a sus hijos y a sí mismos en extranjeros de todo.

Tus padres construían su propia historia, cambiándola cuando les convenía.

La novela se gestó cuando mi padre contradijo la versión romántica de mi madre de cómo se conocieron (ella le salvó cuando él iba a suicidarse). El autoengaño es un mecanismo de supervivencia. La hermana de mi abuela, Joseppina, se mudó a Brooklyn a los dieciséis, y al día siguiente se llamaba Josephine y simulaba no hablar italiano. Vengo de una familia de impostores románticos, inmersos en una lucha que desafia al sentido común. Mi abuelo materno le compraba 'walkmans' a mi madre sorda. Incluso hoy, sus tíos no la consideran sorda, solo extraña. La rebelión de mis padres fue rechazar los conceptos de buen discapacitado y buen inmigrante.

Rechazaste algunos de sus rasgos para irte al extremo opuesto. Pero a veces esos rasgos se quedan en uno.

El mundo se sorprendió cuando Trump ganó, pero mi familia votó por él. La izquierda culpó a gente como mi madre, porque es de clase obrera y no tiene educación política (su postura es una mezcla de cábala, apatía y vulnerabilidad a los mensajes apocalípticos). Su voto 'fuck off' me pareció natural. Para ella, abrazar el nihilismo es una opción lógica. Los mismos sensores de calamidad están integrados en mí, quiera o no.

"Se nos plantea una carrera universitaria como el único modo de mejora, pero es un timo"

Pasaste años creyendo “que morir o volverse loco o era la única forma de estar a su altura”.

Mi adolescencia estuvo marcada por el deseo de ser versiones distintas de la angustia de mi madre. Mi única forma de estar a la altura era jugar el papel de hija medio loca. Pero ya me curé. La mayoría de memorias vienen de una herida que aún sangra, y tratan de resolverla, mientras que la mía oscila alrededor de la pregunta “qué sucede cuando incluso el recuerdo de la pena te abandona”. Un chico que me gustaba me dijo que el momento más traumático de su vida había sido cuando mi padre salió al balcón amenazando con secuestrarnos, pero en mi familia nadie lo recuerda. Para mí, el recuerdo triste es que aquel chico lo recordase. Es pena de segundo nivel, y me interesa más que la obvia.

Mary Karr narra en 'El club de los mentirosos' que fue abusada dos vecesy lo vivió con desapego. En 'La extranjera' se percibe esa separación de la experiencia.

Escogí una posición de observadora que se podría confundir con frialdad. Cada familia tiene su gramática, que consideras natural. Quise comprender si el léxico de mis padres era comprensible solo para nosotros, que fuimos educados en él. La vergüenza aparece cuando sacas esas cosas al exterior y las muestras por lo que son. Yo estaba en una frontera de gente discapacitada y gente que simulaba no serlo, y de gente que estaba loca, pero también cuerda. Pensaba que mi problema con mis padres venía de su sordera, pero venía de su locura [ríe]. Cuando se solapan varias discapacidades se ocultan unas a otras.

Tu libro empieza hablando de discapacidad, pero al rato se concentra en la clase.

Mi madre siempre ha estado endeudada, y ese es un estado conflictivo, incluso para la clase obrera. Tenemos una iconografía de la pobreza, pero la deuda está mal vista. Mi hermano y yo éramos hijos del consumismo, veníamos de Estados Unidos, crecimos con Barbies y ropa de marca. Pero cuando empecé a mezclarme con el 'radical chic' me decían que comía encorvada, “como una pobre”. De joven me vendieron que la educación era la primera forma de emancipación, pero quizás yo no quería ir a la universidad. Nunca fui libre de tomar esa elección. Se nos plantea una carrera universitaria como el único modo de mejora, pero es un timo y una paradoja, porque al terminar vuelves a ser de clase obrera. Tony Blair dijo que un día todos seríamos de clase media, pero no sucedió [ríe].

"A mí tal vez me salvaron los libros, pero no me hicieron los libros"

El trabajo de muchos escritores de clase obrera surge de un lugar ajeno a la literatura.

La mayoría de escritores italianos vienen de clases sociales que les permitieron pagarse lo de escribir, y su escritura surge de los libros. Yo no me siento así. A mí tal vez me salvaron los libros, pero no me hicieron los libros. Si algún día me convierto en una escritora que escribe y está hecha por libros, lo que hago perderá todo el sentido.

El autoengaño que tus padres aplicaban a su propia clase social es admirable.

La pobreza es una sustancia pegajosa que tiende a sujetar a mucha gente en el mismo lugar, pero los pobres tienen distintas aspiraciones y deseos, tantas como la clase media. Negar tus circunstancias puede llevar al dolor pero también a la libertad y la alegría. Mi padre nació en la clase media-baja, pero era muy dandi, y se conducía como un noble. Se hacía trajes a medida, iba a las barberías de los políticos famosos. Era su fantasía, que hacía realidad a base de caradura y encanto personal. Mi madre nunca fue capaz de mantenernos, pero se negó a acomodarse en la indefensión de la pobreza. Y también de la discapacidad. Miraba por encima del hombro a otros mudos, no se identificaba con ellos.

"Escribir desde la otredad, sea de clase o de género, es una bendición"

“Me he pasado media vida defendiéndome del Sur y de la magia solo para darme cuenta de que ambos me rebosan”, afirmas.

La forma en que crecí definió mi ética. Sucede lo mismo con la condición femenina: siempre estás lidiando con tu diferencia y con la mayoría. Yo tardé en definirme como feminista porque estaba enamorada de intelectuales 'cool' como Susan Sontag o Joan Didion, que decían que escribir bien no tenía que ver con ser mujer. Pero no puedes negar tu feminidad; acabará saliendo quieras o no. Muchos libros escritos por mujeres vienen de un lugar que estuvo sumergido, y de repente sube a la superficie. Escribir desde la otredad, sea de clase o de género, es una bendición.

Clase o género; qué va primero.

Cuando era joven y vivía en un pueblo pequeño creía que no podía enrollarme con chicos porque dirían que era una chica fácil. Pero mis amigas pijas sí que lo hacían, y no estaba mal visto. Así que el estigma era mi clase, no mi feminidad. Como chica pobre, mi lugar no era flirtear ni experimentar sexualmente. La clase hacía que la transgresión de género existiera o desapareciese.

"Las clases altas culturales te convierten en una maravilla dickensiana: ¡la chica que vino de no tener nada y escribió libros! Me avergüenza que se explote ese rasgo"

Como literato de clase obrera, siempre temo el momento en que el mayordomo me señala la entrada de servicio.

Aún me siento una impostora. Las clases altas culturales te fetichizan. Te convierten en una maravilla dickensiana: ¡la chica que vino de no tener nada y escribió libros! Me avergüenza cuando se explota ese rasgo, algo que es tan importante para tu identidad y que de repente te proporciona un 'valor' añadido. Me genera escepticismo que las cosas que somos (antifascista y de clase obrera, por ejemplo), se convierta en un estímulo para vender libros.

Llevamos tiempo analizando las películas como comodidad cultural, pero tu padre salía del cine siendo otra persona.

Cuando fui a ver 'Joker' lo primero que pensé fue: ojalá mi padre no vea esto. Nunca ha tenido claras las fronteras entre realidad y ficción. Algunos personajes le infectaban: Travis Bickle de 'Taxi Driver', el Scarface de Al Pacino… Salía del cine viviéndolos, y exponiendo a su hija pequeña a su interpretación. Era confuso, pero también liberador. Mi padre no era sofisticado ni culto, pero el cine alteró dramáticamente su ADN. Mis padres no meditaban: lo vivían. Mi madre se negaba a creer que 'El exorcista' no fuese verdad. Sufría de verdad por aquella chica. Incluso hoy le cuesta enfrentarse a lo supernatural en la ficción.

"Todos somos futuros minusválidos, quizás por ello es tabú"

Las historias deberían ser vividas así, más que analizadas intelectualmente.

Hemos caído en la trampa de creer que lo accesible no puede ser sofisticado ni profundo, que lo popular no es artístico. La literatura italiana carece de término medio: o son libros de masas o alta literatura escrita en lenguaje barroco. 'La extranjera' fue criticada por su lenguaje sencillo. Estamos tan acostumbrados a creer que hay que barnizar las palabras, que la belleza es oscuridad, que lo sencillo se convierte en una tara. Pero lo accesible es natural en toda la música, cine o literatura que me gusta. Puedes analizar a John Cage desde puntos de vista cerebrales, pero lo que hacía con el sonido es emocionante y punto; no hace falta haberle estudiado. Además: la simplicidad requiere esfuerzo. La claridad exige oficio.

Dices que toda la solidaridad entre mujeres, LGBTQ, pobres y refugiados, cuando se añade una carencia física, deja de ser identidad y se transforma en falta de capacidad.

Antes, la gente cursaba estudios de discapacidad porque eran discapacitados o tenían un familiar que lo era. A las conferencias académicas sobre discapacidad solo acudían familiares, mientras que mucha gente iba a estudios 'queer' o de género. Tiene que ver con la idea de lo guay. Es distinto ser hija de gánsteres pobres que de minusválidos pobres. Las minusvalías tienen que ver con el cuerpo, y a la gente le dan miedo. Todos somos futuros minusválidos, quizás por ello es tabú. En países donde la iglesia tenía poder, como Italia o España, la discapacidad estaba domada por ideas de piedad y caridad, y no tuvo el potencial rebelde que tienen el género, el sexo o la criminalidad. Por eso es importante visibilizarlo, y cambiar el lenguaje. Si hoy hablamos de lo femenino o de raza de un modo diferente, lo mismo tendría que suceder con la 'discapacidad'.

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