CRÍTICA DE CINE
'First love': un Miike torrencial
El filme de Takeshi Miike es una apabullante, a ratos estilizada y en otros momentos atribulada, mezcla de tonalidades y género, en una nueva muestra de su libertad expresiva
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Cuando se estrena entre nosotros una película del japonés Takeshi Miike quiere decir que es algo más tradicional que el grueso de su abultada filmografía: del centenar de filmes en cine o vídeo que ha realizado desde principios de los años 90, aquí deben haberse estrenado menos de una decena, entre ellos 'Audición' y 'Llamada perdida', dos 'thrillers' de terror con elementos clásicos, y '13 asesinos' y 'Hara-kiri: muerte de un samurái', dos películas ambientadas en el Japón feudal y protagonizadas por guerreros ronin. Nunca llegaron a distribuirse producciones más provocadoras, sanguinarias, retorcidas o radicales como 'Ichi the Killer' y 'Dead or alive'.
'First love' es una apabullante, a ratos estilizada y en otros momentos atribulada, mezcla de tonalidades y géneros: contiene algo de drama, de 'thriller' y de acción, con yakuzas, triadas, policías corruptos, narcotraficantes, prostitutas redimidas y boxeadores como protagonistas y ejes del relato.
El filme empieza al más puro estilo desbocado de Miike, con un combate de boxeo y una pelea con katanas, dos acciones al mismo tiempo en escenarios distintos. Prosigue después con ese estilo agitado y con muchas filigranas de montaje, a veces kitsch en cuestiones sentimentales, siempre rematadamente personal.
Si fuera una película de John Huston al estilo de 'Fat city' estaríamos hablando de un relato de perdedores. Porque el filme documenta en el Tokio nocturno el encuentro entre un boxeador en crisis y una joven prostituta adicta a las drogas pero de una cristalina inocencia.
Inician un amago de acercamiento, más que de relación, pero el boxeador no sabe que la muchacha es perseguida por criminales y policías de distinto pelaje. Miike se pone romántico, a su estilo entre irónico y exaltado, e inunda el relato de secuencias de impacto filmadas con esa energía que nunca ha perdido pese a los altibajos de su irregular trayectoria.
Hay además momentos que son casi de comedia muda y de dibujos animados pero con personajes de carne y hueso, una fina línea de nihilismo detrás de cada una de las decisiones de los protagonistas, picos de tensión constante –no existe pausa, pero tampoco es una película acelerada ni espasmódica– y, sobre todo, una libertad expresiva de la que Miike no ha renunciado hasta en sus filmes más torpes, que tiene unos cuantos.
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