ENTREVISTA

Gerard Quintana: "Hoy la única opción casi es ser antisistema"

Sopa de Cabra lanza 'La gran onada', su álbum más sereno e introspectivo, que presentará el 14 de marzo en el Poble Espanyol

Cuco Lisicic y Gerard Quintana

Cuco Lisicic y Gerard Quintana / periodico

Jordi Bianciotto

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Llenaron el Palau Sant Jordi tres veces en su regreso del 2011, pero desde entonces se han tomado las cosas con calma: dos álbumes espaciados en el tiempo, ‘Cercles’ (2016) y ahora ‘La gran onada’, que Sopa de Cabra presentará el 14 de marzo en el Poble Espanyol (Cruïlla de Primavera). Hablamos con Gerard Quintana (cantante) y Cuco Lisicic (bajista).

Habían insinuado que quizá su nueva música vería la luz a través de canciones sueltas en la Red, pero al final han vuelto a apostar por un álbum.

G. Q.: La idea estuvo sobre la mesa, porque todo ha cambiado: antes, el lanzamiento era un gran secreto hasta que salía el disco, y ahora cuando ve la luz ya se han lanzado canciones. Nosotros hemos publicado cinco temas del álbum antes de que saliera. Pero hay un público que nos acompaña desde hace mucho con el que nos relacionamos a través de los discos.

A usted le gusta que en los álbumes planee un concepto unitario, una idea o un estado de ánimo.

G. Q. A Josep (Thió) los discos conceptuales no le gustan, defiende que cada canción es cada canción. Yo creo también eso, pero a la vez veo que en este álbum los temas están asociados, no por un relato lineal o descriptivo, pero sí por unas constantes. No es casualidad que en la portada haya un trozo de mar. El agua está muy presente.

¿De qué es metáfora?

G. Q. De transformación y de cambio. Es el elemento más voluble, puede ocupar cualquier espacio y cobrar cualquier forma, y abrirse paso allí donde no hay camino. Es protagonista en muchos campos. Ahora, el nivel del mar crece, las olas en la Costa Brava son de 14 metros. Los ciclos son más extremos, con largos períodos de sequía y luego episodios de abundancia. Y el mar que tenemos aquí al lado, un mar de intercambio de culturas, de ocio, que creíamos semi-domesticado, es la frontera más mortífera del mundo. En el disco hay canciones que hablan de la conciencia de la fragilidad, de lo efímero, del delicado equilibrio en el que vivimos creyéndonos inmortales. ‘Deien adéu’ habla de la desafección hacia el sistema. Los datos que tenemos nos empujan a pensar que tiene que haber un cambio radical porque nuestra forma de funcionar es nociva para el equilibrio natural. Hoy, la única opción casi es ser antisistema. Cuando el sistema da la espalda a la gente y a los valores que nos permiten convivir...

Esa canción, ‘Deien adéu’, incorpora citas de piezas famosas de Led Zeppelin, Bob Dylan o Lluís Llach. ¿Hay también melancolía por un cambio de ciclo cultural?

G. Q. Sí, porque lo hay, y un síntoma es el lugar que ocupan las bandas de tributo, las bandas de ‘covers’. El año pasado hubo un concierto de tributo a Queen en Menorca que reunió a 9.000 personas. ¡El más multitudinario de la historia de la isla! Pues eso ocurre cuando has cerrado un ciclo. Tratar a Queen como si fuera Beethoven.

Cuco Lisicic: Por otra parte, la música está cambiado. Ahora pones la radio y se oyen pocas guitarras.

G. Q.: Y muchas veces, y sin complejos, los conciertos incluyen ‘playback’, algo que antes era un desprestigio. Lo importante es el espectáculo.

La primera puesta en escena de ‘La gran onada’ fue hace unos días en las ruinas de Empúries, un concierto con público reducido que TV-3 emitirá este miércoles. Es inevitable pensar en la película de Pink Floyd ‘Live at Pompeii’, de 1972.

G. Q. Es curioso, ¡hay gente que te habla del concierto de Coldplay en Jordania! Como cuando tocamos en aquella azotea de Girona y te mencionaban a U2, y les decías: “¡hey, no, antes de U2 estuvieron los Beatles!”. Pues sí, los Beatles y Pink Floyd, ahí están nuestros referentes. ¡Cuántas veces habíamos soñado con hacer nuestro concierto en Pompeya! Y luego, la idea era hacer algo como lo que ves en las televisiones de otros países, como en el programa de Jools Holland en la BBC, donde un grupo va y toca unos temas en directo. Toda la vida hemos querido lanzar un disco de esta manera.

¿Sopa de Cabra viene del mundo antiguo? ¿Es una banda del siglo XX?

G. Q. Somos como el Enterprise, una nave de la que ya no se pueden cambiar todas las piezas y sustituirlas por otras más modernas. Hay un espíritu analógico ahí, y tienes que convivir con ese cambio de paradigma bestial. Esos guiños de la letra a ‘Stairway to heaven’, ‘Blowin’ in the wind’ o ‘L’estaca’ representan eso; son nuestras referencias. Pero hay una mirada de cambio de pantalla, de sensación de que estamos entre dos mundos, de que las cosas se aceleran y avanzan.

Hay mucha letra en primera persona, y a la vez se deslizan alusiones a angustias colectivas.

G. Q. Tiene que ver con esa sensación de que sabemos lo que tenemos que hacer, pero no lo hacemos. Tanto individual como colectivamente. Antes eras un apocalíptico por hablar de según qué: no solo del cambio climático, sino de la especulación sobre la vivienda, el alimento... Cosas que eran intocables. Hay un acuerdo de convivencia que ha saltado por los aires cuando ves que se desahucia a un señor de 90 años. Esa urgencia con que lo hacen... Coincide con la expulsión de las asignaturas de humanidades de las escuelas, porque tenemos que ser prácticos y eficientes.

¿‘La gran onada’ es la del amor universal?

G. Q. El amor, la empatía, ponerte en la piel del otro... Amar tiene muchas formas y grados. Generalmente lo identificamos con su forma romántica, de pareja. En el disco lo que hay es la reivindicación de una cierta humanidad.

Este es el disco menos rock’n’roll de la historia de Sopa de Cabra.

C. L. Seguramente. Nuestra música ha ido evolucionando con la edad. Josep busca eso, tocar diferente y no repetir la misma canción. Ahora tocamos de otra manera.

Pero quieren seguir siendo una banda de rock.

C. L. Hay guitarras, pero puestas de otra manera. No están tan en frente. Jugamos con lo que tenemos y tratamos de hacer cosas diferentes.

G. Q. Hacemos cosas que nos motiven. La peor maldición es tener éxito haciendo una cosa en la que no crees.

C. L. Al principio no te sientes bien con según qué, pero a medida que te vas poniendo en situación acabas disfrutando.

G. Q. No puedes seguir haciendo lo mismo que hace 30 años. Sería absurdo. Ahora hay menos complejos, y cuando algo nos emociona vamos a por ello. ‘Farem que surti el sol’, por ejemplo: al principio no sabíamos cómo enfocar esa base, ese patrón que podría ser casi reguetón. Luego ves que en el grupo hay referentes comunes, como José González, y aunque no vayas a buscar ese mismo espacio, ves que esa forma de utilizar bases, melodías, arreglos, guitarras serenas..., te permiten una tensión emocional sin hacer explotar la canción.

Da la impresión, Gerard, de que ha retomado algo de lo que buscaba en aquel disco en solitario, ‘Les claus de sol’ (2004), su trabajo más intimista y experimental, pero ahora en ese contexto de banda de rock del que entonces huía.

G. Q. Estoy bastante de acuerdo. La cuestión entonces era conseguirlo.

C. L. Pero se puede tocar rock sin utilizar los ‘riffs’ típicos. Ahora hay gente que nos dice que aquello de “Sopa de Cabra ya no es lo que era...”

Una frase que se puede aplicar a cualquier persona en cualquier momento.

G. Q. Claro, nadie es lo que era. Pero creo que por encima de todo nos mueven las ganas de que gente que no había nacido cuando hicimos un tema, lo oiga y te diga: “esta canción forma parte de mi vida”. Más allá del impacto inmediato que pueda tener. Canciones que, si hay suerte, puedas seguir cantando dentro de 20 años, y que lo hagas con convencimiento. Pero no somos estrategas para ir pensando ese tipo de cosas. No hacemos canciones pensando en un circuito, en que suene en unas radios...

Sopa de Cabra no toca en fiestas mayores.

G. Q. Hace tiempo que no. Ese es el circuito mayoritario y condiciona mucho. Lo ves en todas las bandas que tratan de hacerse un lugar ahí. Sentimos una responsabilidad. En los 80 tocábamos en fiestas de toda Catalunya y entre dos o tres bandas podíamos llenar el campo de fútbol de un pueblo. La entrada no era muy cara, y luego ese ayuntamiento podía contratar a cinco o seis grupos más a lo largo del año. Ahora ya no es así: hay una perversión, y el ayuntamiento contrata a una banda puntera y ya no puede pagar a ninguna más porque se ha gastado en ella todo el presupuesto. Y puede llegar a pasar que una banda con un discurso social, revolucionario, de cambio, se esté llevando cada verano tres, cuatro o cinco millones de euros de dinero público. Veo que Txarango ha decidido no hacer ningún concierto gratuito en la gira de este año; son todos de pago. Hay una reflexión que hacer ahí, aunque yo soy enemigo de los dogmas y no le digo a nadie lo que debe hacer. Luego están los festivales, que hacen otro trabajo y posibilitan que haya otro tipo de artistas, que no se rinden a las pautas de la fiesta mayor. Pau Vallvé, El Petit de Cal Eril, Ferran Palau, Núria Graham... Hay muchísimos. Eso antes no podía pasar porque no había circuito. Ese tejido lo están aguantando los festivales.

Las canciones de este disco las firma el tándem Quintana-Thió, letra y música. Vienen de una larga relación personal con turbulencias. ¿Un equilibrio delicado?

G. Q. [Señala con el dedo la primera canción del CD, ‘Fràgil’, y la última, 'Tant se val'] Ahí está. Ese punto de aceptación y de decir ‘tant se val’, y tan amigos. Hay un reparto de roles. Espacios en los que cada uno tiene su última palabra. Josep a veces me dice “hasta al cabo de dos años no he entendido esta letra”. Hasta ese punto delega. La semilla de nuestras canciones es emocional; jugar a encontrar la emoción a través de la cual contar algo. Soy muy obsesivo, de orfebrería, buscando no perder la sencillez, fijándome en la fonética y en todos los planos de la escritura. Sí, hay un equilibrio, y una manera de trabajar, y un respeto.

¿La edad rebaja los egos?

G. Q. ¡O los acentúa! Lo importante es que no ceda siempre el mismo. Si no, hay un desequilibrio, y eso no es aconsejable.