CRÍTICA

Izal, más y más grande en el Sant Jordi

El grupo madrileño sacudió a sus seguidores con el espectáculo 'El final del viaje', versión XXL de su pop-rock tendente a la inflamación emocional

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Jordi Bianciotto

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Estribillos con halo imperial, ritmos para botar en comunidad y letras que apelan a infiernos interiores y pozos existenciales escritas con la vibración de la redacción adolescente. Una ecuación que le ha servido a Izal para erigirse en rey de los festivales, categoría neo-‘indie’ español, y con la que este sábado marcó musculatura llevándose por delante un Sant Jordi no completo, pero casi (escenario adelantado, tres cuartos de aforo), en esa ocurrencia llamada ‘El final del viaje’, colofón a la gira ‘Autoterapia’.

Tras diez años picando piedra, el grupo madrileño ha conseguido por fin el ingrediente plástico que le faltaba para que la grandiosidad de su música fuera total: el paisaje de bellas gradas bien pobladas en un pabellón. Así fue en esta cita del Festival Mil·lenni, una de las seis con las que Izal cierra etapa, valiéndose de un montaje con tacto ‘hi-tech’ que fantasea con el regreso del grupo a la Tierra tras un periplo sideral. Artillería pesada para abrir camino: ‘Autoterapia’, torturada ella (y poco comprensible: “separado soy materia inerte”, repite), ese espasmo de rock de estadio a lo Muse llamado ‘Ruido blanco’ y la repescada ‘Copacabana’, con sus neones y su texto con aires de sucesión de fotos de Instagram.

Duetos intergalácticos

Izal trabajó para ofrecer un 'show' con empaque, generoso (dos horas y media) y distinto, salpicado por los golpes de efecto vía pantalla de vídeo: esos duetos virtuales que descorchó Rozalén, presentadores intergalácticos como Santi Millán y Kira Miró, y una canción, ‘Despedida’, seleccionada ‘in situ’ por el público votando en una aplicación. Mikel Izal cantó ‘Arte moderno’ o ‘Hacia el norte’ con esa afectación cercana a la de Bunbury (época Héroes del Silencio) y apeló a la vez a la humildad del ukelele (de cuando compraban “instrumentos baratos”), buscando los contrastes, en ‘Agujero de gusano’.

Pero Izal es un grupo embriagado por su propia emoción y la que fabrica a su alrededor, forzando el tono coloquial si hace falta: “qué sublime, estratosférico, galáctico, locura, demencia, desparrame...”, celebró el líder en medio del festín de himnos compartidos. Buscando el clímax desesperadamente, suministró escenas de baile sincronizado con el público (‘Hambre’), quemó las naves con sus ‘hits’ de cabecera, y buscando el modo de dejarnos con una última imagen de poder en la cabeza, eligió para despedirse la mística ‘Pausa’, con Bunbury en la pantalla. Izal, en su modo más motivado, invasivo, vehemente... Listo para tomarse unas vacaciones.