crítica de concierto

Wynton Marsalis, albacea de la historia del jazz

El trompetista y su orquestra funcionaron como un majestuoso sedán en el Palau de la Música

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Roger Roca

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En un lateral del Palau, junto a una columna, el trompetista Marcus Printup observaba con atención el escenario. Los teloneros, la joven Sant Andreu Jazz Band, tocaban 'Sophisticated lady' de Duke Ellington. Ni uno solo de los chicos y chicas que dirige Joan Chamorro había nacido en 1993, cuando Printup entró en la Jazz at Lincoln Center Orchestra (JLCO) de Wynton Marsalis. Y ahí estaba Printup, un primera espada del jazz norteamericano, escuchando atentamente a unos chavales catalanes tocar una partitura que debe haber oído -y tocado- centenares de veces.

¿Por qué? Porque cuando su jefe Wynton Marsalis dice que la misión de esta orquesta es mantener viva esta música, lo dice en serio. Porque la razón de ser de la Jazz at Lincoln Center Orchestra es guardar y transmitir un legado, pasar el testigo. Y de eso van sus giras, y sus grabaciones con algunos de los últimos gigantes vivos del jazz, y las explicaciones que Marsalis da entre pieza y pieza y que son pequeñas clases de historia. Y de ahí, también, el desprecio del trompetista a lo que se lleva ahora. «No se trata de tener peinados cool ni apodos, sino de conocer bien el instrumento», diría luego Marsalis. Porque para él, está la música de verdad y luego, todo lo demás. 

El Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, que en realidad se celebró en octubre y noviembre, quiso esperar a la JLCO para echar oficialmente el cierre a su 51ª edición. No es mala jugada: la orquesta de Marsalis, que llenó el Palau, no viene a Europa muy a menudo, y además no tiene competencia. No hay big band en el mundo con su amplitud de repertorio, su precisión, su potencia, su riqueza de recursos y su excelencia en todos los atriles. O por lo menos, no hay big band que tenga todo eso al mismo tiempo. Es un gran sedán, cromado y lujoso, que rodó fino por todas las rutas que eligió en el Palau.

Fueron hasta los confines del jazz para encontrar a Buddy Bolden, «el primer músico de jazz de la historia», de quien no existen grabaciones, pero que Marsalis se atrevió a imaginar con una pieza propia. Vistieron de gala el único waltz que escribió jamás Thelonious Monk, 'Ugly beauty', a partir de una partitura manuscrita que Marsalis recibió de manos de un miembro del grupo del mismísimo Monk. Dieron una dimensión majestuosa y a la vez serena y dulce a 'Contemplation', un clásico del más moderno de los clásicos vivos, Wayne Shorter, autor de otra partitura en la que invitaron al saxo tenor catalán Lluc Casares como solista. Se despidieron al son de Duke Ellington, faro y modelo de una orquesta con una misión. «La verdad de esta música es la que es», sentenció Marsalis. Y su trabajo, claro, es contarla.