INTRIGA EDITORIAL

'Doctor Zhivago', el libro que caldeó la guerra fría

Una novela de la norteamericana Lara Prescott cuenta la historia secreta de cómo la CIA infiltró en la URSS una edición pirata de la obra de Pasternak

Borís Pasternak, en su despacho en octubre de 1958, fecha en la que ganó el Nobel de LIteratura.

Borís Pasternak, en su despacho en octubre de 1958, fecha en la que ganó el Nobel de LIteratura. / periodico

Elena Hevia

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Hubo un tiempo en el que los políticos creían de verdad que la cultura puede transformar las mentes, que un libro puede  funcionar como una bomba de relojería infiltrada en el sistema. Fue parte de la política de bloques de los 50. La guerra fría. Y todo porque el sueño más clandestino de los ciudadanos soviéticos estaba habitado por la Coca Cola, los tejanos, los discos de jazz o las películas pornográficas, pero también por el deseo de leer lo que se escribía en el propio país y a lo que no se podía acceder. ‘Doctor Zhivago’ ilustró eso y por lo tanto fue mucho más que una gran novela. 

La novela ya era una leyenda en la Unión Soviética cuando el habitualmente poeta Borís Pasternak (Moscú 1890-Peredélkino 1960) la estaba escribiendo, arrinconado por el régimen estalinista desde finales de los años 30, sabedor de que nunca lograría verla publicada oficialmente en ruso. La forma en que después de muchas vicisitudes la novela regresó a su país en edición pirata impulsada por la CIA, después de haberse convertido en un apoteósico éxito editorial en Occidente, ha producido no pocos libros de ensayo y memorias pero ahora una novela lo refleja con amenidad.

‘Los secretos que guardamos’ (Seix Barral), 'best-seller' en el que la norteamericana Lara Prescott ha creado una ficción muy documentada, pone el foco en dos mecanógrafas imaginarias dentro del mecanismo del plan real de la CIA. La agencia de inteligencia utilizó una editorial inexistente en Francia para lanzar una única novela, ‘Doctor Zhivago’, que regresó así a la URSS, de tapadillo, aprovechando la Expo de Bruselas de 1958 -que tan bien retrató Jonathan Coe-. Así un economista ruso ocultó el libro bajo la solapa de un catálogo del encuentro. La mujer de un ingeniero aeroespacial lo escondió en una caja de compresas vacía. Un trompetista de fama, en la funda de su instrumento. Una bailarina del Bolshoi, entre sus medias. Gracias a ellos, las páginas circularon entre la intelectualidad moscovita que básicamente se hacía esta pregunta: ¿Qué tiene este libro de subversivo?

"Lo que hace 'Doctor Zhivago' es desafiar el colectivismo soviético. Su protagonista es un individuo que no se deja arrastrar por las consignas y las opiniones únicas" 

Lara Prescott 

Cuando Prescott lo leyó por primera vez de jovencita, preocupada tan solo por la historia de amor que encierra, también se hizo esa misma pregunta. De hecho, debía su nombre de pila a la heroína de la novela porque su madre se había enamorado de la película de David Lean. "Lo que hace es desafiar el colectivismo soviético. Su protagonista es un individuo que no se deja arrastrar por las consignas y las opiniones únicas. Pasternak, además, retrata a todos y cada uno de los personajes: a aquellos que se enriquecieron con la revolución pero también a los que la sufrieron perdiendo libertades y lo mejor es cada uno de ellos muestra un pensamiento distinto y genuino".

La culpa del superviviente

La novela, la de Prescott, traza un fresco histórico cosido con una trama de espionaje y una ambientación estilo ‘Mad Men’, porque también retrata ese momento clave en el que las mujeres empiezan a hacerse un hueco en el panorama laboral a golpe de voluntarismo. ¿Hay que añadir que ya está vendidos los derechos para que sea una película?

También se acerca al drama del propio Pasternak, amargado durante años porque ha visto como sus colegas han sido enviados al gulag siberiano o directamente al pelotón de fusilamiento, mientras a él tan solo se le recluía en el ostracismo. "Él tiene la culpa de que ha sobrevivido y no se lo perdona", asegura Prescott. Su ‘pecado’, ser uno de los poetas de cabecera de Stalin, a quien le gustaban especialmente los poemas que dedicó a Georgia, la tierra natal del autócrata. A la norteamericana le interesa todavía más la figura de Olga Ivinskaya, editora y amante de Pasternak, y no muy lejano trasunto de la Lara de la novela, a quien el régimen llevó a prisión en dos ocasiones. Además, Prescott se ha enfrentado a una agria polémica frente a la sobrina nieta de Pasternak, que escribió unas memorias sobre Ivinskaya y la acusa haberlas utilizado demasiado literalmente y con poco rigor. "No creo que los hechos históricos sean propiedad de nadie, yo los he colocado en una novela de ficción", se defiende Prescott.

Colas en las librerías

Ivinskaya sobrevivió más de tres décadas a Pasternak y pudo contemplar cómo en 1988 el Gobierno de Gorbachov permitía, por fin, la publicación de la novela y las colas que se formaron para comprarla. Allí había incluso gente que la había leído en la vieja edición pirata de la CIA. Durante años corrió el rumor de que el manuscrito original ruso le había sido robado a Giangiacomo Feltrinelli -el primero que se atrevió a editarlo- en una parada forzosa en Malta del avión en que viajaba. La realidad, como mostraron los papeles desclasificados por la CIA en el 2014, fue mucho más prosaica. "Fueron los familiares de Pasternak los que lo hicieron llegar a la inteligencia británica y estos se lo cedieron a los estadounidenses", cuenta Prescott.  

Para el autor, su fama en Occidente -a despecho del régimen soviético- no hizo más que abonar su tragedia personal. En 1958 se vio obligado a rechazar el Premio Nobel y murió solitario en su dacha de Peredélkino. De ninguno de  los 99 documentos desvelados años después se desprende que la CIA presionara a la Academia Sueca.