LA PELÍCULA DE LA SEMANA

Crítica de 'El Hombre Invisible': tensa vuelta de tuerca a un gran clásico

Leigh Whannell crea momentos de enorme tensión en un filme que traslada el punto de vista a la víctima femenina del monstruo

Quim Casas

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la novela original de H. G. Wells, el científico megalómano que experimenta con la invisibilidad se llama Griffin, sin nombre de pila. En la icónica versión dirigida en 1933 por James Whale, es Jack Griffin. En la secuela 'El Hombre Invisible vuelve', de 1940, el protagonista es el hermano de este y su nombre es Frank Griffin. En esta última y muy libre versión, el Hombre Invisible podría ser perfectamente el nieto o el bisnieto de alguno de aquellos primeros Griffin cinematográficos, ya que se llama Adrian Griffin. Pero su andadura es bien distinta. Es un magnate de las ópticas, vive en una ultramoderna mansión encima de una colina, experimenta con la invisibilidad y maltrata a su pareja sentimental, Cecilia Kass.

Lo más interesante de esta nueva remodelación reside en su punto de vista, que corresponde a la víctima femenina, y a la lectura cristalina que se desprende en cuanto al tema del maltrato y la violencia machista. No muy bien articulado, con algunos elementos de brocha gorda, pero a la postre efectivo, o más concluyente que en otras películas de género que han jugado también a aliarse con la causa del Me too.

Hay otro elemento a tener mucho más en cuenta: cómo el director del filme crea momentos de enorme tensión con los encuadres vacíos de personajes. La cámara se desplaza de la protagonista a su izquierda o derecha dentro de una estancia. No sabemos si en ese espacio se encuentra el amenazante hombre invisible. Tampoco lo sabe la protagonista. Pero esas imágenes respiran una inquietud difícil de superar. Cuando la cámara vuelve a Cecilia, sabemos, aunque nunca tendremos la certeza absoluta, que el peligro continúa latente.

La película es obra absoluta del director, guionista y actor australiano Leigh Whannell, escritor de los primeros títulos de la saga 'Saw' -y en el primer filme de aquella salvajada del cine de horror también tenían mucha importancia los escenarios y la forma de filmarlos, lo que se veía y lo que no- y realizador de la tercera entrega de otra saga exitosa, la de 'Insidious'.

En un valiente cambio, Whannell se ha fijado ahora en un clásico incontestable del fantástico, dotándolo de una dimensión más terrorífica, y parece enfrascado en la aventura, aún más temeraria, de dirigir un 'remake' de otro título fundamental, '1997: Rescate en Nueva York', de John Carpenter. No rehúye las comparaciones. Sabe a lo que se enfrenta. De ahí las variaciones que ha producido para que su Hombre Invisible tenga entidad por sí mismo.

Whannell juega con los puntos de vista con la misma imaginación desperdigada por David Robert Mitchell en 'It follows'. Trabaja con imaginación las múltiples posibilidades del sonido más cotidiano. O el vaho como elemento amenazante en un gran plano en el que Cecilia, en el frío exterior de la casa, no ve el vaho que el hombre invisible desprende a su lado.

Algunos aspectos un tanto forzados de guion empañan algo los logros visuales de una película que se toma con mucho respeto el referente original: agitarlo, cambiar la perspectiva y hasta cierto punto modernizarlo sin olvidar nunca la admiración que se siente hacia él.