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Muere Juan Eduardo Zúñiga, el más ruso de los escritores españoles

El escritor madrileño, galardonado con el Premio Nacional de las Letras, ha fallecido a los 101 años

El escritor Juan Eduardo Zúñiga, en el 2011.

El escritor Juan Eduardo Zúñiga, en el 2011. / periodico

Elena Hevia

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El escritor madrileño Juan Eduardo Zúñiga, flaco flaquísimo, cultivó un aspecto físico y una prosa de tiempos pasados quizá gestados en su querencia por la literatura rusa, la de Chéjov, Pushkin y Turguéniev, que alumbró no pocas traducciones y dos libros modestos y delicados en intención y por eso mismo maravillosos titulados ‘El anillo de Pushkin’ y ‘Las oscuras pasiones de Turguéniev’, piedra de toque de su literatura, que más tarde reuniría en el volumen ‘Desde los bosques nevados’. Con sus barbas de chivo podría haber sido un Quijote o un filósofo nihilista eslavo, pero fue más bien un maestro oculto -voluntariamente oculto- del relato pausado y realista en un país en el que tradicionalmente no se ha apreciado mucho a los cuentistas. "Escribo cuentos porque son la medida de mi respiración", solía decir. El pasado 24 de enero cumplió 101, un mes más tarde, este lunes, ha fallecido en su Madrid natal, según han anunciado su hija Adriana y su mujer, Felicidad Orquín.

Tardó mucho en llegarle la fama. Y aunque es cierto que su talento había aflorado en los años 50, con obras como 'Inútiles totales' y ‘El coral y las aguas’, no fue hasta 1980 con ‘Largo noviembre de Madrid’, la primera entrega de su trilogía de libros de relatos sobre la guerra civil, que le hizo ganarse un consenso de gran escritor, a la vez preocupado por una elegancia de estilo desprovista de adornos y por el compromiso político. Luego vendrían ‘Capital de la gloria’ (1989) y ‘La tierra será un paraíso’ (2004), que entrarían de pleno derecho en una antología de lo mejor escrito sobre la guerra civil. A ellas se unió en el 2010, bien cumplidos los 90 años, los relatos ‘Brillan monedas oxidadas’. El pasado mayo publicó sus memorias, ‘Recuerdos de una vida’ (Galaxia Gutenberg, donde está recogida la mayor parte de su obra). Su longevidad le permitió disfrutar del reconocimiento a un magisterio que nunca buscó frente a los escritores más jóvenes, cuando en los últimos años se evaporaron los prejuicios frente a la Generación de los 50 a la que pertenecía.

Maestro de cronistas literarios madrileños

<strong>En el 2016 fue galardonado con el premio Nacional de las Letras Españolas</strong> que le reconoció el magisterio "tanto en el cuento, realista y fantástico, como en el ensayo literario y la traducción". Sin embargo, el Cervantes, el premio mayor, le fue esquivo. Debilitado y enfermo, no estuvo presente en los actos de celebración de su centenario en vida, en el que autores como Manuel Longares o Almudena Grandes le agradecieron haberles abierto el camino como cronistas literarios de Madrid. Fue allí, en el Instituto Cervantes, donde su hija depositó tres objetos seleccionados por el autor en un legado que será abierto en el 2069 y que le retratan bien: una pipa -una de sus aficiones-, una visera negra que utilizaba a modo de fetiche para escribir y el manuscrito de un cuento.