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'L'amor': una versión contemporánea sobre las distintas edades de Medea

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Eduardo de Vicente

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Han pasado ya más de 15 siglos desde que los griegos acuñaron el término de tragedia y, sin embargo, sus dramas intensos y potentes nos siguen interesando. El motivo puede ser porque, pese a los matices y la diferencia de épocas, muchos de los problemas siguen siendo los mismos y resultan más actuales de lo que pueda parecer. Teniendo en cuenta la vigencia de estos temas, la escritora y directora Queralt Riera creó L’amor (no és per a mi, va dir Medea), una recreación del mito de este personaje, adaptado al siglo XXI.

El Teatre Eòlia recupera ahora esta obra al servicio de dos grandes actrices que dan vida al personaje en dos etapas distintas: Rosa Cadafalch es la Medea anciana, mientras que Patricia Mendoza la interpreta en un amplio arco de edades desde la infancia hasta la madurez. El equilibrio y complicidad entre ambas es el gran aliciente de este espectáculo que te deja con el corazón en un puño.

La anciana recuerda su infancia

La escenografía es muy minimalista. Tan solo hay un piano a la izquierda (Joan Alavedra crea un espacio sonoro muy especial) y una silla con ruedas en el centro, al fondo una cortina dorada y el suelo está pintado de azul con ondulaciones como si representara las olas del mar. Conocemos en primer lugar a la Medea de 88 años que está en la silla cubierta con una manta y repite “El desierto soy yo”, está internada en una residencia y mira constantemente al mar. El descubrimiento de una niña que se ha ahogado la lleva a rememorar su pasado. Su mirada vitriólica del mundo de los viejos hace aflorar alguna que otra sonrisa.

Poco después conoceremos su versión infantil, una pequeña de 8 años que nos explica las decepciones que sufre en su niñez y adolescencia donde, como si fuera un presagio, también se encuentra en una residencia juvenil donde también aprende a controlar sus emociones.

El destino y el amor

A la Medea anciana le cuesta mantener el hilo conductor entre las ideas, habla de su relación con otros internos y tiene miedo de ser quien es. La tragedia del pasado sobrevuela en el ambiente mientras solo espera la muerte y explica su filosofía sobre la relación entre la vida y la muerte.

La joven Medea descubre el amor y el sexo, que la parte del cuerpo que se encuentra entre las piernas es la más suave pero también que el amor da miedo, te hace bajar las defensas y sufrir, a lo que ella parece predestinada. La diosa Afrodita y Eros interfieren en su camino y se cruza con Jasón, convertido aquí en Jason (pronunciado en inglés, Yeison), que será su amor y su perdición y marcará su destino. Estamos en la actualidad, en Barcelona, no en la Grecia Antigua, por lo que también hay reflexiones sobre la modernidad o posmodernidad del teatro actual.

Una tragedia plenamente contemporánea

La protagonista recuerda la menopausia, cómo añora a su padre y a su hermano y la joven aprende a quererse a sí misma cuando descubre que el amor es un intruso. La escena del parto estremece, la maternidad la altera, la infidelidad la aniquila y concluye que “tú eres todo y yo no soy nada, el amor no es para mí”. Se acerca el trágico desenlace ilustrado por medio de una serie de macabras instrucciones para llevar a cabo su fin. El silencio se apodera de la sala, conmovida.

Es una puesta al día de este legendario personaje donde el texto reafirma la idea de que el sufrimiento es universal e intemporal, por lo que resulta dolorosamente vigente (no hay más que mirar las noticias de sucesos para comprobarlo). El amor y sus consecuencias reflejados en el rostro de una misma mujer a través de su vida. No la justifica pero tampoco la acusa, simplemente le da voz para que intentemos comprender sus acciones. Necesitas un buen rato para digerirla, para sacarte de encima la amargura y conviene respirar hondo para coger fuerzas. Un trabajo brutal que ofrece una insólita visión femenina que te desarma. El amor puede ser muy placentero, pero también hiere, mucho… y mata.