LO QUE NO SABÍAS DE...

Las anécdotas de 'El plan' explicadas por su director, Polo Menárguez

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Eduardo de Vicente

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El estreno español de esta semana es El plan, un drama con tres únicos intérpretesEl plan (Antonio de la Torre, Raúl Arévalo y Chema del Barco) basado en la obra homónima del escritor y actor catalán Ignasi Vidal. No resulta difícil descubrir su origen teatral ya que prácticamente toda la película transcurre en un único escenario en el que se encuentran los tres personajes.

Son tres amigos que han sido trabajadores de una empresa de seguridad pero ahora están en el paro sobreviviendo como pueden, compartiendo pipas de girasol y cervezas. Se encuentran en el piso de uno de ellos para reunirse con unos compañeros y llevar a cabo un plan (que no conoceremos hasta el final). Pero los imprevistos se suceden y para complicar aún más las cosas, diversos secretos salen a la luz con consecuencias imprevisibles. Su impactante desenlace no se ve venir y nos dejará en la butaca en estado de shock.

Su director es el madrileño Polo Menárguez, director, guionista, montador y productor, con una amplia experiencia en documentales y cortometrajes y supone su segundo largometraje tras la poco conocida Dos amigos. El cineasta nos explica las curiosidades de El plan.

-Mi amigo tiene un plan. “Un día recibí una llamada de un buen amigo actor, Juan Vinuesa. Era la última función de El plan en el Teatro Marquina y estaba empeñado en que la viera, me compró la entrada e insistió en que no podía perdérmela. Chema del Barco y él son grandes amigos, y quería que viera lo que Chema hacía en la obra. No puedo estarle más agradecido”.

-Antes que director, espectador. “Hace poco leí en una entrevista que a Kubrick le gustaba adaptar obras en vez de partir de ideas originales porque así era capaz de experimentar la historia como espectador o lector antes de hacer la película. A mí me pasó exactamente eso, tuve la suerte de poder sentir en el teatro lo que muchos espectadores van a sentir en los cines: la catarsis. Salí golpeado, afectado, y profundamente emocionado”.

-Una entrada milagrosa. “Solo podía pensar en una cosa, poner a Chema del Barco delante de una cámara. Más tarde, salimos a tomar algo con parte del elenco y le transmití a Chema que me parecía que se podía hacer una gran película con ese texto. Gracias al empeño de Nacho La Casa, productor de la cinta, y al apoyo del ICAA, no tardamos ni un año en empezar a rodarla. Un milagro que empieza gracias al empeño de Juan Vinuesa. Si no me hubiera comprado la entrada, me hubiera perdido la obra y hoy no estaría aquí escribiendo estas palabras”.

-Buscando piso. “Encontrar el piso fue una de las grandes quimeras de la producción, que viví como una aventura urbana junto a Lara Tejela, directora de producción. El casting  fue arduo y difícil; cuando encontrábamos una opción, o no encajaba en el precio o sus dueños no querían. Pasé un mes entero enganchado a las webs de alquiler y venta hasta altas horas de la madrugada, padeciendo cada vez más la ansiedad del contrarreloj”.

-El gran hallazgo. “Un día, por fin encontramos la localización perfecta: un chalet antiguo y abandonado cuyo interior era transformable a nuestro antojo, y que nos daba todas las comodidades de no tener que enfrentarnos a una comunidad de vecinos. La disposición, las ventanas, todo era perfecto... Pero los dueños nos dijeron que no querían saber nada de nosotros”.

-Una negativa positiva. “Un compañero director me animó a que les escribiera una carta personal para convencerles, y así lo hice. En folio y medio traté de explicarles lo importante que era para el proyecto (mi primera gran película, el sueño de mi vida, etcétera) la localización perfecta. Lo que podían aportar al cine solo con una sencilla cesión con la que además sacarían beneficio económico... Obviamente, el chantaje psicológico no funcionó, y ni me respondieron. Pero gracias a eso, dos semanas más tarde encontramos el piso donde finalmente rodamos, que sin duda, era mucho mejor en todos los sentidos. Más amplio, con disposición y tamaño soñados, y más céntrico. ¡Gracias por no responderme!”

-Tres personajes en un solo espacio. “Rodar una película en un único espacio con pocos personajes y mucho diálogo es un reto a nivel visual pero a la vez, creo que es un regalo. Me gusta vivir cada proceso creativo como un aprendizaje, y en este sentido, creo que tener que exprimir el cerebro para sacarle partido a tan pocos elementos y en tan poco tiempo, fue un juego de estrategia muy divertido. Me gusta planificar y entender por qué la cámara está en un lugar y no en otro, o por qué está en mano y no fija, o porque se mueve y no se queda quieta. En ese sentido, al estar siempre en el mismo espacio, casi todas esas decisiones estaban dentro de mi control”.

-La matemática de un rodaje. “Alejandro Espadero, director de fotografía, y yo, sentimos el cine de la misma manera y pronto establecimos una manera de trabajar que a pesar de su sencillez, nos fue conduciendo hacia una narrativa calculada. Tuve la idea de trabajar con diferentes objetivos en cada acto de la película. En el primer acto trabajamos con teleobjetivos, más lejos de los actores, en el segundo acto con objetivos de focal media, 50mm, y en el último con angulares, acercando mucho la cámara a las caras. Esto hace que poco a poco el espectador se sienta más cerca de la acción y sienta la catarsis de una manera más visceral”.

-Todo en orden. “Al transcurrir casi toda la acción en un único espacio, quise rodar la película de manera cronológica. Esto no solo es un regalo para los actores, también para la energía del set. Un rodaje, como cualquier proceso, se va calentando, va creciendo, mejorando, y los equipos se van armando a medida que pasan los días. Creo que eso está reflejado en El plan, en el sentido de que es una película cuya emoción y tensión va aumentando positivamente a media que avanza el metraje. Todos temíamos el momento de rodar la secuencia final, y en ese ambiente de tensión se construyó la energía perfecta para afrontarla. Al terminar esa secuencia, casi el último día de rodaje, todos nos emocionamos y sentimos que habíamos llegado con los personajes al final de la historia. Fue un acto de catarsis también dentro del equipo”.

-El aprendiz y las estrellas. “Mi primer trabajo profesional en el cine fue como meritorio de dirección en Gordos, de Daniel Sánchez Arévalo, donde Antonio y Raúl tenían papeles protagonistas. Allí pasé muchas horas haciendo fotocopias, vigilando las puertas de los platós, o cortando calles. Ninguno de los dos me recuerdan de esa época, pero a veces me gustaría viajar al pasado a decirle a ese chaval soñador que diez años más tarde iba a hacer su primera película con esos dos monstruos de la interpretación”.

-El buen rollo. ”La noche antes de los ensayos, sabiendo que ambos habían trabajado con los mejores directores de este país, me entró una tremenda congoja. No sabía si iba a estar a la altura. Por eso les estaré eternamente agradecido de que desde el primer momento me trataran con el mismo respeto que tratarían a cualquier otro director, escuchando y trabajando codo con codo y hablando conmigo de tú a tú. Creo que uno de las claves de la película es la estrecha relación de camaradería y libertad que había entre los cuatro, detrás y delante de la cámara”. 

-El disfraz volador. ”En una escena teníamos que rodar la caída de un enorme disfraz de teléfono móvil desde lo alto de un edificio. Fue uno de los grandes momentos. Nadie daba un duro por lo que teníamos en la cabeza, que era que el traje mantuviera exactamente una trayectoria curva desde la terraza hasta el centro de la calle y cayera dando vueltas. Todavía no sé en qué momento Antonio de la Torre se convirtió en experto lanzador de disfraces, pero lo consiguió a la primera, y lo repitió en una segunda toma que fue incluso mejor. El traje hizo exactamente lo que queríamos, girando y moviendo los brazos como un ser animado, y todas las veces cayó exactamente en el punto que queríamos”.

-El móvil y el pájaro. “La mayor casualidad fue cuando en la mejor toma vimos en el monitor algo extraño que salía detrás del traje. Justo en el momento en el que Antonio lanza el traje, un pájaro apareció en el cielo volando en el mismo eje. Siempre que mostramos la película mucha gente me pregunta si ese pájaro lo incrustamos en posproducción, pero en realidad es un imposible fruto de la casualidad.

-La abuela y el calor. “Tras una de las tomas de esa escena, una de las abuelas que vivían en el edificio de enfrente, abrió la ventana y gritó indignada “¡Eso no se hace!”. En otro orden de cosas, creo que Antonio jamás pasó más calor que metido dentro de ese traje, expuesto a todas las luces del set en un piso cerrado a cal y canto”.

-La escena en el exterior. “Hay una escena en la que Antonio baja al portal y la salida a la calle fue el plano más complicado del rodaje, por su longitud y porque al salir fuera perdíamos todo el control de lo que pudiera suceder. Enfrente del portal había un parque, y al segundo ensayo ya teníamos un buen grupo de espectadores preparados para ver a Antonio salir gritando como un energúmeno. Nuestro gran equipo de producción consiguió solucionarlo con habilidad y mano izquierda”.

-El acierto del azar. “El que para mí es uno de los grandes aciertos visuales de la película, fue, como no podía ser de otra manera, una casualidad. Yo planteé la escena con Antonio gritando en una zona cercana al portal, pero él me propuso salir corriendo como un loco hasta el final de la calle. Le pedí a David, el operador de steadycam, que le siguiera en plano corto, pero en un ensayo me mostró que si le seguía perdíamos la señal por radiofrecuencia. Al detenerse, vi a Antonio hacerse cada vez más pequeñito en el plano, y me pareció que era mucho mejor que la cámara le dejara marcharse, como consciente de que irremediablemente, iba a volver. Como si la cámara fuera cómplice del cautiverio de estos tres personajes en el piso. Si Antonio no hubiera propuesto la carrera, o si la señal de radiofrecuencia hubiera llegado más lejos, no tendría ese plano en la película”.