EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'La encargada de vestuario': el fantasma de la posguerra

Patrick McGrath aborda con maestría una historia de espíritu gótico ambientada en el Londres teatral de 1947

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Mauricio Bernal

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Hay un momento de sutil potencia narrativa, uno de esos momentos que el lector sabe que abren una puerta por la que habrá de entrar todo lo demás, que tiene lugar cuando la protagonista intuye el espíritu de su marido muerto en el actor que lo ha sustituido en escena. Se trata, en concreto, del papel de Malvolio en 'Noche de reyes'. "Porque era su Gricey, visibilizado de alguna forma bajo la guisa de Malvolio. ¡Y ella podía verlo! ¡Gricey estaba allí, estaba allí!" La novela había empezado con el funeral de Charlie Grice, el actor famoso y admirado por todos que deleitaba con su talento al público de las noches teatrales de Londres, pero ahora sabemos que era ese momento, cuando la viuda percibe a su amado en el cuerpo de otro, el que había acunado el autor para realmente desencadenarla. La puerta que se abre, y por la que entra todo lo que hace estupenda la última novela de Patrick McGrath.

El escenario es Londres, y el año, 1947. La ciudad se halla atenazada por las penurias de la posguerra, hay racionamiento y las calles que elegantemente recorre en bicicleta la protagonista, Joan Grice, exhiben dolorosamente las cicatrices de los bombardeos. En este decorado adquiere forma la relación de la viuda con Frank Stone, relación enfermiza porque se basa en una descarada sustitución, relación sincera porque acerca a dos seres inseguros y maltratados, cada uno a su particular manera. Relación contaminada, también, por la fantasmal presencia de Gricey. Exuda el arte que debe emanar de la narrativa de calidad el momento en el que ella, encargada de vestuario en el Beaumont y por lo tanto hábil a los mandos de la aguja y el dedal, decide consumar turbadoramente la sustitución vistiendo al pobre y casi andrajoso Stone con los ropajes fastuosos del difunto. La prosa de McGrath toca cotas altas cuando describe esas escenas en que lo lleva a probarse los trajes y decide dónde hay que arreglar, dónde hay que cortar, dónde hay que poner la aguja para que el sustituto se parezca lo máximo posible a su añorado Gricey.

Todo lo cual daría para una magnífica novela corta, pero 'La encargada de vestuario' (Literatura Random House) respira por otros poros igual de palpitantes. Como en la vida, casi nada es lo que parece, y rápidamente la protagonista descubre el secreto que lo cambia todo. Otra puerta, una por la que se cuela otro tema principal: los fascistas británicos siguen en pie de guerra y se niegan a aceptar la derrota, pero hay quienes no están dispuestos a cederles ni un milímetro. Y Joan Grice en medio de todo. Ha creado un personaje indeleble el escritor británico, una mujer fuerte y asediada, con tendencia a lo incólume pero amenazada a cada página por el derrumbe, dura y a la vez sentimental. El despliegue de secundarios –empezando por su hija, Vera, pasando por el marido de esta, Julius, incluyendo el reparto de nazis frustrados y a su némesis, Gustl Herzfeld– y la rigurosa exploración de los mimbres del teatro de la época terminan de dar lustre a un artefacto literario impregnado por todas partes de espíriru gótico, símbolo del saber hacer de un artista en plena madurez.

Quizá sea intencionada, en más de un sentido que el aparente, poner en el centro de todo a la encargada de vestuario: al fin y al cabo, la novela de McGrath es una elegante metáfora sobre cómo coser lo descosido.