ANÁLISIS DE OCHO ESCRITORES DEL GÉNERO
'Noir' mediterráneo vs atlántico
Ocho autores analizan si existe una dicotomía en la novela negra escrita desde las distintas orillas del país
Rosa Ribas, Toni Hill, Alexis Ravelo, Laura Gomara, Jordi Ledesma, Leticia Sánchez Ruiz, Diego Ameixeiras y Noelia Lorenzo Pino exponen sus puntos de vista

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La novela mediterránea se ha convertido por derecho propio en una categoría dentro del género negro. El peso que han tenido en esta tradición autores como Manuel Vázquez Montalbán, Petros Márkaris, Jean Claude Izzo o Andrea Camilleri avalan esta teoría. Destacan como rasgos identitarios el carácter de sus protagonistas y la pasión por la gastronomía. Una pasión en la que se recrean describiendo la elaboración de algunos de los platos más típicos de la zona. Sin embargo, si ampliamos el marco, podemos ver que el vigués Domingo Villar le da un enorme valor a los descansos para comer del inspector Leo Caldas (protagonista de ‘La playa de los ahogados’, con más de medio millón de ejemplares vendidos, 'Ojos de agua' y del reciente 'El último barco', en Siruela y Columna). O José Luis Correa, creador de la serie de Ricardo Blanco, que acaba de publicar 'Las dos Amelias' (Alba), que acostumbra a escribir en las terrazas de bares y cafeterías de Las Palmas, lugar que ha afirmado que tiene "terrazas como para una boda". O Xavier Gutiérrez, que desde San Sebastián ha creado toda una tetralogía en torno a la comida. ¿Existe, pues, la novela negra mediterránea? En ese caso, ¿podríamos hablar por contraposición de una novela negra atlántica? ¿Tienen elementos diferenciadores o se parecen más de lo que podríamos suponer?
Que la comida sea uno de los rasgos que se consideran diferenciadores de la tradición mediterránea resulta curioso cuando uno conoce la relevancia de la restauración en la costa cantábrica. Las relaciones humanas no se comprenden sin una reunión en un chigre, o sin un tercio en una mano. Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) en el 2019 ha despuntado con ‘Cuando es invierno en el mar del norte’ (Pez de Plata). “No es que utilice la gastronomía, es que me parece fundamental. Al igual que la lluvia, en mis libros siempre hay bares, bebida y comida, que son tres de las mejores formas de conocer al ser humano”, afirma. Sin embargo, Diego Ameixeiras (Lausana, 1976), escritor en gallego que publica este febrero ‘La noche del caimán’ (Fondo de Cultura Económica), plantea que en sus historias no tendría mucho sentido detenerse en esos detalles: “Quizás porque responden a una expresión placentera de la vida que no suelo reflejar en lo que escribo”.
"Lo del detective mediterráneo cocinitas y 'gourmet' amenaza con convertirse en un tópico del calibre del detective bebedor y solitario"
Rosa Ribas (El Prat de Llobregat, 1963), que estrenó el año pasado serie detectivesca con ‘Un asunto demasiado familiar’ (Tusquets / Capital Books), sirve de balanza. “Mis novelas alemanas, las de Cornelia Weber-Tejedor, son más ‘nórdicas’, es decir, se come relativamente mal, excepto cuando Cornelia va a casa de sus padres. Su madre, gallega, es una excelente cocinera. En las novelas que transcurren en Barcelona, se come más, pero se come, digamos, normal. Lo del detective mediterráneo cocinitas y 'gourmet' amenaza con convertirse en un tópico del calibre del detective bebedor y solitario”.
La elección del espacio
Esto conecta de forma directa con la elección del espacio en el que se enmarcan las historias. Ameixeiras lo tiene claro. “La ciudad debe respirar en el texto, hacerse presente como una persona más en la sombra”. Escoge ambientes urbanos, pero también su prolongación hacia el extrarradio. “El barrio y su espíritu libre, la calle estrecha, el solar. Los balcones con la ropa tendida, la vida en los patios traseros, la gente que lucha por sobrevivir. La relación que los personajes establecen con ese lugar es muy importante”. Toni Hill (Barcelona, 1966) declara que “la ambientación espacial me interesa en tanto a que contribuye a crear algo que para mí es importante dentro de una novela que es la atmósfera. En ‘Tigres de cristal’ (Grijalbo / Rosa dels vents, 2018), la ambientación era algo más que eso: era el retrato de un barrio muy concreto (Ciudad Satélite, en Cornellà), y el lugar se convertía claramente en protagonista del relato, no en un mero escenario”.
Jordi Ledesma (Cambrils, 1979), autor entre otras obras de ‘La noche sin memoria’ (Alrevés, 2018), asegura que “por lo general buscamos ópticas que concedan a las novelas un grado de universalidad capaz de ser explicado desde el localismo, una acotación que se ajusta a una serie de rutinas, costumbres y rasgos culturales propios de donde transcurre la historia”.
El valor de la denuncia
El valor de denuncia parece algo que debe ir por necesidad unido al género negro. Pero, ¿de verdad es así? ¿Es imprescindible? ¿Le aporta valor social a la historia el punto geográfico desde donde transcurre? “Por supuesto” confirma Sánchez Ruiz. “Aunque ni siquiera sea un espacio real con nombre concreto, sino una zona o un lugar en el mundo. El Norte, el Sur y la Meseta compartimos problemas, sí, pero también hay problemas específicos de cada zona”. Ribas no espera “que las novelas ‘tengan’ que denunciar cosas por principio, sino que denuncian porque miran, porque enfocan lo que sucede y lo muestran”. “No creo en la obligatoriedad de que la literatura denuncie nada, ya sea una novela negra o de cualquier otro color -apunta Hill-. Sí me gusta que la denuncia se entrevea a lo largo de la historia sin ser explícita”.
"La novela negra refleja las contradicciones de la sociedad en la que viven los personajes"
“Una novela es siempre una imagen especular del mundo -plantea Alexis Ravelo (Gran Canaria, 1971), autor de ‘La ceguera del cangrejo’, homenaje a César Manrique (Siruela, 2019)-. En ese sentido, igual que refleja las costumbres, las conductas y el mundo lingüístico de los personajes, acaba reflejando también las contradicciones de la sociedad en la que viven. La desigualdad y la corrupción adoptan diferentes formas dependiendo de cada lugar”.
Noelia Lorenzo Pino (Irún, 1978), creadora de la serie policíaca de Eider Chassereau y Jon Macua, tiene claro que el punto geográfico aporta valor social a la obra. “Y debemos utilizarlo”, añade. “Creo que exprimir y criticar lo social de cada lugar es, para mí, necesario. En ‘Corazones negros’ (Erein, 2018) quise dar visibilidad al tema de la prostitución. Irún es una ciudad fronteriza y en los años 90 había varios clubs de alterne en cada barrio”.
El clima
La climatología puede ser un factor determinante. La humedad o la lluvia por la cercanía del mar pueden marcar los pasos de los protagonistas. “No hay una fórmula para conjugar esos factores, ni creo que deban aplicarse de manera prototípica, cada novela tiene su ritmo, su espacio y su mecánica”, opina Ledesma. Laura Gomara (Barcelona, 1989), autora de ‘En la sangre’ (Roca, 2019), acota la época del año en la que transcurren sus historias, especialmente en las fases iniciales. “El clima afecta a los personajes como afecta a las personas, pero en una novela tú tienes el control y debes hacer que el clima te ayude a llevarlos a dónde tú quieres”.
Para Hill, “el tiempo ayuda a veces, aunque hay que ser cautos y no caer en comparaciones demasiado obvias. A veces funciona mejor el contraste: una tristeza devastadora en un día maravilloso y soleado puede funcionar mejor”. Ravelo certifica que el clima “no es una mera cuestión de ambientación. A las personas nos influye el clima. Eso nos conecta con la naturaleza, con lo biológico, con nuestro ser primario, previo a lo social y, en ocasiones, lo contradice”.
La omnipotente presencia del mar
Y el mar. La omnipotente presencia del mar. “Se dice que Barcelona es una ciudad costera que vive de espaldas al mar y hasta cierto punto es cierto. También es cierto que la gente que vive aquí, aunque nunca baje a ver el mar, cuando se marcha a un sitio sin él lo echa de menos. Porque el mar está presente aunque no te acerques, en cosas como la humedad del aire o los gritos de las gaviotas”, comenta Gomara. “El mar tiene especial relevancia paisajística, lo que me permite ligar pasajes de mayor intención poética en los que busco, sobre todo en el cielo que hay sobre el mar, metáforas y texturas que emparenten con las emociones de lo que sucede”, señala Ledesma.
¿Cómo se percibe el mar en la costa Atlántica? Sánchez Ruiz presenta el mar en todos sus libros. “Y cuando transcurren tierra adentro, entonces al mar se le nombra. En mi pueblo parece que utilizamos ‘el mar’ y ‘la mar’ indistintamente. Pero no es así. Cuando queremos dar un paseo por el simple placer de pasear, decimos ‘voy a ir a ver el mar’. Cuando queremos saber si hay bajamar, pleamar o corrientes porque vamos a bajar a pescar o a bañarnos, decimos ‘voy a ver la mar’. Cuando forma parte del paisaje, es el mar. Cuando forma parte de nosotros, es la mar. De esa forma lo aprendimos”.
"El mar está muy presente en mi vida. Me gusta pasear por la costa y es casi imposible que no surjan capítulos en esos lugares"
De igual modo, el mar aparece en cada uno de los libros de Lorenzo Pino. “En ninguna ha sido premeditado. Está muy presente en mi vida. Me encanta pasear por la costa y es casi imposible que no surjan capítulos en esos lugares”. También puede jugar un papel fundamental en la distancia, que es como lo utiliza Ameixeiras. “En ‘Conduce rápido’, que está ambientada en Santiago, el mar es una especie de promesa. Es el lugar al que quieren huir los protagonistas. Para ellos, la ciudad es un territorio oscuro que pesa sobre sus hombros, una cárcel de piedra. Justo lo contrario que el mar, símbolo de libertad y despreocupación. Vivir en una ciudad lluviosa dispara su fantasía hacia la playa y la luz”.
Noticias relacionadasLa relación de Ravelo con el mar puede resumirse en una sola frase: “Soy isleño”. “Otro isleño, Pedro García Cabrera, en una conferencia titulada ‘El hombre en función del paisaje’, vino a decir que el lugar geográfico en el que un creador ha pasado su infancia, en el que se ha educado su mirada, condiciona para siempre su trabajo -argumenta-. El mar (o su ausencia) modula todas y cada una de mis descripciones de espacios abiertos. Y hasta el ritmo que imprimo a cada texto”.
¿Podemos concluir que hay más similitudes que diferencias? Sí. Parece quedar claro que pesa más la cercanía a la costa, tenga esta mareas o no, que la influencia de un espacio en concreto. Que no tiene por qué ser imprescindible en el desarrollo de la literatura del lugar, pero que de un modo u otro el salitre se pega a las yemas de los dedos de quienes escriben, y eso se nota cuando nos sumergimos en las profundidades de una obra nacida a los pies del mar.
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