CRÍTICA DE ÓPERA

Stéphanie D'Oustrac encandila al Liceu en 'La clemenza di Tito'

La ópera menos difundida de Mozart regresó este miércoles al coliseo en un sólido montaje que traslada la acción a la Europa napoleónica

Icult   La Clemenza di Tito

Icult La Clemenza di Tito / periodico

Pablo Meléndez-Haddad

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Aunque ya se habían estrenado unas 40 óperas con el libreto de Metastasio de 'La clemenza di Tito' por otros tantos compositores, Mozart quiso realizar su propia versión. Fue la última que compuso, y la estrenó en Praga en septiembre de 1791, solo tres meses antes de su muerte. Más que para ganar dinero en un momento de necesidad, el compositor sacó adelante la empresa -un encargo que había rechazado Salieri- para asegurarse la simpatía del emperador Leopoldo II de Austria al ser coronado rey de Bohemia, ya que la obra muestra la imagen idealizada de un todopoderoso gobernante con un generoso espíritu de clemencia con su pueblo, e incluso con aquellos que conspiran en la corte. A pesar del éxito de su estreno en Praga -el monarca quedó satisfecho, pero su esposa la calificaría de "porcheria tedesca"-, esta ópera es una de las menos difundidas del genio de Salzburgo; no llegó al Liceu hasta 1963, en cuyo escenario se ha programado solo en cinco temporadas. En este curso, sin embargo, se ofrecerá con dos repartos diferentes y en dos periodos, estando en cartelera con seis funciones hasta el 27 de febrero para regresar también en abril con otras cuatro representaciones.

La alegoría política que encierra el libreto de Metastasio -reelaborado para Mozart por Caterino Mazzolà- es la que el director de escena David McVicar ha querido subrayar en este montaje que lleva a los personajes desde la Roma de la tiranía a una Europa decimonónica con Napoleón y su decadente imperio como telón de fondo. El cambio de época crea algunas incoherencias con el libreto, como sacar de contexto el famoso incendio de Roma, pero eso es un mal menor, ya que la acción fluye sin problemas. Estrenada en el 2011 en el Festival de Aix-en-Provence, se concibió en coproducción con la Opéra de Toulouse, la Scottish Opera y la Opéra de Marseille, espectáculo que ahora el Liceu ha adquirido y que, sorprendentemente, en Barcelona no ha sido montado por quien lo firma. La propuesta funciona porque permite una narración adecuada y por lo atractivo de los vestuarios de Jenny Tiramani, elegantes y funcionales, todo insertado en un espacio escénico minimalista concebido por McVicar y Bettina Neuhaus, bien iluminado por Jennifer Tipton.

Stéphanie D'Oustrac encandiló como un Sesto de colores atractivos y cuidadas sonoridades en un debut liceísta bien recibido por el público. Como Tito Vespasiano se contó el tenor Paolo Fanale, que conocía la producción, lo que le permitió desenvolverse con soltura aplicando un canto seguro y convincente, aunque su coloratura es áspera y nada ágil. Como la intrigante Vitellia la soprano griega Myrtò Papatanasiu, muy entregada vocal y escénicamente, supo utilizar su vibrato y su canto como elemento dramático, pero no pudo con las agilidades ni con las sutilezas. Como Servilia no defraudó Anne-Catherine Gillet, dominando sin problemas su aguda tesitura. El eficaz Annio de Lidia Vinyes-Curtis estuvo mejor en los recitativos que en los dúos y arias. En los papeles secundarios se contó con el correcto Matthieu Lécroart como Publio y con David Greeves como Lentulus. Gran actuación la de los figurantes que encarnan la guardia de palacio.

Regresaba al podio del coliseo de la Rambla el francés Philippe Auguin, y lo hizo consiguiendo un adecuando desempeño tanto de sus solistas como de una reducida Simfònica del Liceu –genial el clarinete 'obbligato' en el 'Parto, parto'– y del eficaz Coro de la casa que dirige Conxita Garcia, consiguiendo el beneplácito del público por su trabajo.