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El Gaudí recupera 'Tenors', una comedia musical sobre la lucha de egos

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Eduardo de Vicente

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El mundo de la lírica, visto desde fuera, parece muy serio, con artistas que son auténticos dioses en la Tierra, admirados y reverenciados y que guardan entre ellos una gran complicidad. Pero muchos intuímos que, en realidad, sus relaciones no son tan idílicas. Recordemos los célebres conciertos de los Tres Tenores (Luciano Pavarotti, Josep Carreras y Plácido Domingo) en los años 90 en grandes ciudades. En ellos parecían amigos de toda la vida, compañeros de fiesta que se respetaban y se turnaban para brillar cada uno en distintos momentos del espectáculo. Pero… y si en realidad era mero postureo y se llevaban fatal.

De esta premisa parte el cómico espectáculo Tenors, de la compañía Illuminati, que recupera los fines de semana el Teatre Gaudí interpretado por tres grandes cantantes (Ezequiel Casamada, Miquel Cobos y Toni Viñals) pero a los que también les gusta ponerse algo gamberros, divertirse y divertirnos con la ayuda de dos pianistas que se turnan (Gustavo Llull y Daniel García). Escucharemos grandes temas operísticos, pero también canciones populares y siempre con un tono de slapstick sin palabras.

El escenario está ocupado por tres atriles, un fondo con tela roja, unas pequeñas escaleras y, en el lateral derecho, casi escondido, el piano. Los tres protagonistas aparecen elegantemente vestidos con esmoquin y pajarita, como corresponde, aunque el pianista llega algo justo de tiempo provocando los primeros equívocos.

Tras calentar voces con algo tan poco habitual como la infantil Frère Jacques y la canción napolitana Funiculì Funiculà (también la cantaban Pavarotti y sus amigos, no debe ser casualidad) inician el repertorio clásico con Una furtiva lacrima (L’elisir d’amore), Largo al factótum (El barbero de Sevilla), E lucevan l’estelle (Tosca) y Je crois entendre encoré (Los pescadores de perlas). Pero que nadie espere interpretaciones normales, en cualquier momento se les va la olla.

Los atriles y las luces son muy juguetones, los divos se retan continuamente e intentan lucirse por encima de los otros y boicotearse, no saben cuándo entrar o se equivocan con los tonos, se disputan los aplausos o rivalizan para ver quién da la nota más alta. Su aparente compañerismo es, en realidad, una lucha a muerte, una competición para destacar a cualquier precio, hasta bailando.

En el siguiente tramo el repertorio es más moderno, uno de ellos se deja llevar para emular a Tom Jones en Delilah a escondidas de los otros dos y entonan temas más populares como el Tonight de West Side Story, Moon river de Desayuno con diamantes o el My Way de Paul Anka, entre carcajadas, sorpresas y grandes aplausos. El pianista también tiene un papel relevante.

La zarzuela hace su aparición con No puede ser, esa mujer es buena (de La tabernera del puerto) y temas célebres como el Granada de Agustín Lara, Amapola, el bolero Perfidia o la ranchera Canta y no llores, en la que piden la colaboración del público. Por el camino ya se han retado en varias ocasiones, han perdido los papeles (y las partituras) y todo se ha convertido en un auténtico caos.

Para acabar nos dedican Amigos para siempre (irónico después que se hayan pasado una hora tirándose los trastos, ¿no?) pero siguen en plena enemistad y buscan el tono más elevado para ridiculizar a los otros hasta llegar a niveles inverosímiles. Por si fuera poco la combinarán con una canción muy famosa con coreografía incluida (mantendremos el secreto para no estropear el efecto sorpresa), se atreverán con bailes inesperados (hasta el infantil Swish swish) y sacarán al escenario los objetos más impensables para seducir al público, que se retuerce de risa en su butaca.

En poco más de una hora y sin ningún tipo de amplificación (a los tres les sobra voz) han conseguido demostrarnos que son grandes cantantes, pero también que tienen mucho sentido del humor. Tanto que son capaces de reírse del egocentrismo de su profesión y cuestionar ese mundo ideal que nos muestran de los grandes tenores que quizás no sea tan perfecto. Hemos disfrutado de espléndidas interpretaciones pero con un tono sarcástico que desdramatiza y humaniza este sector. ¡Bravo bravissimo!