CRÍTICA DE CINE
'You go to my head': la memoria del desierto
El filme de Dimitri de Clerq tiene algunos momentos y composiciones hipnóticas, pero un conjunto demasiado ligado a un tipo de cine de vanguardia europeo algo superado
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
'You go to my head' es el título de un estándar jazzístico compuesto en 1936 y que han grabado, entre otros, Billie Holiday, Coleman Hawkins, Bill Evans, Betty Carter y Cassandra Wilson. En el filme del mismo título, la versión escogida es con la delicada y trémula voz de Chet Baker. No es ninguna pista sobre el estilo del filme, ya que su pausa es bien distinta, la cadencia no tiene nada de melancólica y la atmósfera resulta demasiado pesada.
La película se centra en la relación entre dos personajes en unos espacios únicos e inalterables. Ella ha sufrido un accidente de coche en pleno desierto. Él la rescata días después, pérdida, muerta de cansancio y de sed. Ella no recuerda nada de los sucedido ni quien es. El rescatador dice ser su marido, pero tanto él como nosotros sabemos que no es así. ¿O quizá si lo sea?
Podemos pensar en títulos como 'Walkabout', rodado en 1971 en el desierto australiano por Nicolas Roeg y centrado en la odisea de dos jóvenes en un territorio peligroso e inexplorado para ellos. Pero el director de 'You go to my head', el belga Dimitri de Clercq, parece acercarse más al estilo de algunos de los cineastas a los que ha producido, como Alain Tanner y Raoul Ruiz, o al de su anterior película rodada hace dos décadas y media, 'Un bruit que rend fou', que contó con la colaboración de Alain Robbe Grillet, representante principal del nouveau roman y guionista de 'El año pasado en Marienbad'.
De Clercq intenta ser igual de abstracto que ellos, rechazar el naturalismo para abrazar una cierta idea de lo fantástico, pero el resultado es harto parsimonioso, cuando no algo ensimismado. Fracasa en su intento de dotar al espacio –la inmensidad del desierto de Marruecos– del mismo protagonismo que tienen las figuras humanas que se desplazan por él. Hay demasiado formalismo en la interpretación antidramática de los dos actores, en el uso de la música más o menos de vanguardia y la rigidez de los encuadres. El resultado tiene algunos momentos y composiciones hipnóticas, pero un conjunto demasiado ligado a un tipo de cine de vanguardia europeo algo superado.
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