CRÓNICA

091, vida más allá del siglo XX en Apolo

La banda granadina exhibió clase y poderío en la presentación de 'La otra vida', su primer álbum con canciones nuevas en 24 años, y el repaso a sus hitos

El grupo 091, en su concierto en la sala Apolo.

El grupo 091, en su concierto en la sala Apolo. / periodico

Jordi Bianciotto

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El retorno de 091, hace cuatro años, no podía derivar en un ‘revival’ perpetuo y ahí tenemos ese notable nuevo disco, ‘La otra vida’, con fondo suficiente como para inyectar en los conciertos hasta ocho canciones sin bajar la tensión. Así fue este sábado en Apolo (festival Guitar BCN), donde esta banda directamente venida del siglo XX nos dio a entender que en el XXI puede haber lugar para su rock’n’roll sin concesiones, altivo y poético.

Los granadinos representan una actitud, la fidelidad a una tradición que hunde raíces en los 60 y en el posterior punk, que casa ‘riffs’ resabiados y ambición literaria, y que acude a una sobria liturgia en escena: seis cabelleros de negro tocando guitarras eléctricas a los 50 y tantos largos, con la figura de José Antonio García, gafas de sol y hecho un pincel, invocando la vieja chulería juvenil. Y cantando con esa emotividad seca que tanto echábamos de menos desde la primera pieza, ‘Vengo a terminar lo que empecé’, que el grupo enlazó con otro título de estreno, ‘Condenado’, con su complexión peleona y su letra sobre juicios, malas cartas y batallas perdidas encajadas con deportivo sarcasmo: “habrá que admitir que el futuro ya no es lo que era”.

La guitarra, el talismán

Público adulto en la sala, con más presencia femenina de la que cabía esperar para una banda de rock antigua, siguiendo sílaba a sílaba las estrofas de culto y las nuevas. En ‘La otra vida’ hay canciones que bien pueden integrarse en un ‘grandes éxitos’ de 091: destaquemos ‘Naves que arden’ y ‘Leerme el pensamiento’, esta colocada en los bises. Líneas de guitarra que sortean el campo de clichés del rock’n’roll a cargo de los hermanos Lapido, con la Gibson SG que José Ignacio, el señor compositor, se compró a los 19 años como talismán: mágico influjo en los rescates de ‘Huellas’, ‘Tormentas imaginarias’ o ‘Cartas en la manga’.

Las canciones son su capital, y en Apolo sonaron hasta 24, con furia y sentimiento, fundiendo crudeza ejecutiva y acordes menores, e invitando a que cada uno las hiciera suyas en su cabeza y entre sus recuerdos: de la ‘Canción del espantapájaros’ a ‘La torre de la vela’ y ‘La calle del viento’, la traca de salida. Antes de despedirse del todo con ‘La vida qué mala es’, con su cuña tribalista a lo Bo Diddley, nos recordaron que en 1989 se adelantaron a la caída del muro y a Eric Hobsbawm al dar aquella centuria por acabada en ‘Qué fue del siglo XX’, resumen melancólico de una era que nos recordó que José Ignacio Lapido y 091 siempre han sido una gloriosa panda de sentimentales.