CRÍTICA DE LIBROS

'Enfermos antiguos'. empezar a ser lo que uno es

Vicente Valero ha encontrado una estrategia de escritura para recordar su niñez con la que resuelve con creces el desafío

El escritor ibicenco Vicente Valero.

El escritor ibicenco Vicente Valero. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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El libro de recuerdos infantiles plantea, como producto literario, un desafío tan lógico como paradójico: la mucha importancia que para el autor puede entrañar ese buceo en su primera memoria suele ser proporcionalmente inversa al interés del lector, acechado por el tedio y la carcoma de la inanidad. Es natural que la brumosa niñez del descubrimiento del mundo constituya, como dijo Rilke, la patria verdadera del autor, a la que se complace en regresar, pero no lo será un poco también de sus lectores si el escritor no agrieta el círculo de la mera recreación egocéntrica, elevando las anécdotas y experiencias rememoradas a categoría general, es decir, universalizándolas.

Vicente Valero ha encontrado en el gesto retrospectivo una estrategia de escritura generacional a través de la que ha resuelto con creces ese desafío. Le funcionó bien en 'Las transiciones' (2016) y, con otro enfoque, le vuelve a funcionar en estos 'Enfermos antiguos', que se remontan hacia los primeros 70, sin salir del escenario de una vida ibicenca de aire provinciano, aún no invadida por el turismo. Por fortuna, Valero no se limita a enhebrar aleatoriamente recuerdos dispersos (una vía que convoca el bostezo) sino que ha escogido una actividad social concreta, la de visitar a los enfermos, como hilo conductor. En él ensarta sucesivas visitas (con su abuela, con su madre) a enfermos de toda laya, leves o graves, animosos o taciturnos, que son a menudo el centro de toda una reunión social. El doctor y el cura, las vecinas y los deudos, los compañeros de escuela y sus sugestivas hermanas pueblan ese escenario y brindan primeras experiencias y cavilaciones a un niño que quería ser médico de mayor.

Con sutil humor, Valero recorre la sarta de visitas a esos enfermos de su infancia como una práctica no tanto de caridad como de sociabilidad antigua y, al mismo tiempo, en el reverso de su relato, da a entender cómo la vocación de médico se fue debilitando hasta ser sustituida por otra bien distinta, la de los libros y la escritura. Valero cuenta de manera elíptica como empezó a ser quien es y, puesto que vence en el desafío al que me he referido, también cuenta cómo quienes nacimos en los años 60 empezamos a ser quienes somos.