CRÍTICA DE CINE

'Sinónimos', de Nadav Lapid: un grito de alerta

El director israelí confirma su voz particular en este epidérmico filme sobre un joven que viaja a París para renunciar por completo a su nacionalidad, su cultura y su viejo yo

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Sinónimos'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Sinónimos'. / periodico

Quim Casas

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'Sinónimos' es el cuarto largometraje de Nadav Lapid, posiblemente la voz más personal del actual cine israelí, aunque esta película sea una coproducción con Francia. Esa voz tan particular ya la mostró en 'Policía en Israel' y, sobre todo, en 'La profesora de parvulario', de la que rápidamente se rodó un 'remake' estadounidense protagonizado por Maggie Gyllenhaal. 'Sinónimos' va un poco más allá en su apuesta tanto formal como temática.

Las dos o tres primeras escenas son desconcertantes. El espectador no acaba de situarse. Pero al mismo tiempo seguro que se siente intrigado por ese chico que entra en un apartamento parisino completamente vacío, se quita toda la ropa, se golpea, hace ejercicios para combatir el frío, baja por las escaleras del inmueble y termina medio inconsciente en la bañera tras ducharse con agua fría. ¿Quién es este individuo que parece tan enajenado como perdido en un mundo que no parece ser el suyo?

El personaje se va asentando, no así el relato, bifurcado en varias y atractivas direcciones. Yoav, el protagonista, ha escapado de Israel, de una vida militar y una familia posesiva. No solo espera encontrar una existencia mejor en París: quiere también que los franceses lo salven de la situación delirante que vive su país. La desnudez inicial es algo más que física. Yoav se desprende de todo porque necesita volver a nacer.

Lapid lo relaciona entonces con una curiosa pareja joven y burguesa que vive en el mismo inmueble. Ambos se sienten atraídos por él y acaban siendo una especie de benefactores y renovados pigmaliones. Ella está interpretada por Louise Chevillotte, la franca revelación de 'Amante por un día' de Philippe Garrel. La impronta francesa no queda solo ahí. Como si se impregnara de la forma de filmar de algunos realizadores galos –entre ellos el mismo Garrel o Jacques Doillon–, Lapid busca constantemente el cuerpo a cuerpo entre sus personajes y todo, las relaciones entre ellos y el resto del mundo, acaba siendo esencialmente físico. El cuerpo como catarsis liberadora.

No será un filme que caiga muy bien en Israel. A ratos parece un grito de alerta. En otros una evocación afectiva por las raíces que acaban perdiéndose. Está contado de forma muy directa y epidérmica, con situaciones que van del naturalismo dramático a la irracionalidad casi cómica.