CRÍTICA DE CINE
'Vida oculta': nuevo sermón de la montaña de Malick
A lo largo de tres horas de metraje, el director no se molesta en prestar atención al tormento interior de su protagonista, sino más bien en la contemplación ensimismada del paisaje
Decir que 'Vida oculta' representa el intento de Terrence Malick de volver a contarnos una historia sonará a buenas noticias para quienes empezaron a apreciar al cineasta gracias a sus películas más tempranas -'Malas tierras' (1973), 'Días de cielo' (1978)- y han renegado de él a causa del amaneramiento 'arty' y la falta de rumbo narrativo de sus películas más recientes, como las supremamente inanes 'To the wonder' (2012) y 'Knight of cups' (2015). Sin embargo, no es del todo exacto. Para llevar a cabo el retrato de Franz Jägerstätter, un granjero austriaco que se negó a jurar lealtad a Hitler durante la segunda guerra mundial y fue ejecutado a causa de ello, Malick recurre al mismo método que a estas alturas ya ha convertido en su fórmula personal: la cámara se mueve sin descanso y observa a los actores y su entorno como si fuera el ojo de Dios; la acción -es un decir- transcurre a través de un montaje permanente de imágenes de miradas solemnes y manos que acarician trigales; los personajes hablan casi exclusivamente en 'off' y entre susurros, a menudo dirigiéndose directamente al Todopoderoso. Incluso aquellos espectadores que no se sientan inmediatamente irritados por tanta afectación coincidirán en que todos estos trucos han perdido buena parte de la gracia que tenían en 'El árbol de la vida' (2011). Pero ese no es el único problema.
A estas alturas, todo cuanto parece importar a Malick es la contemplación ensimismada del paisaje. En lugar de explorar los dilemas morales, religiosos y políticos que el caso de Jägerstätter plantea, prefiere dedicarse a encadenar planos de montañas, y valles sobre los que se cierne la niebla, y cielos nublados, y ovejas que pastan, y arroyos que murmuran, y más montañas. Los personajes humanos parecen importarle menos que los accidentes geográficos, y eso hace difícil que nos importen a nosotros. El tiempo que su protagonista pasó en prisión, por ejemplo, es su excusa perfecta para recrearse en las sombras que el sol proyecta al colarse por los barrotes de la ventana.
A lo largo de tres horas de metraje, dicho de otro modo, 'Vida oculta' en ningún momento se molesta en prestar atención a la lógica de Jägerstätter o a su tormento interior. Aunque, a decir verdad, tal y como la película lo retrata es un hombre sin tormentos, ni crisis, ni dudas o tentaciones; es simplemente un mártir o, directamente, un trasunto de Jesucristo. Malick se esfuerza tanto por convencernos de su santidad -la Iglesia, recordemos, lo beatificó en el 2007- que en el proceso se olvida de humanizarlo.
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