QUÉ HACER HOY EN BARCELONA

El histórico circo Raluy nos invita a hacer 'Un viaje por el tiempo'

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Eduardo de Vicente

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El tiempo no está ayudando demasiado y los niños estos días están alterados. Ya han regresado a la rutina escolar para descanso de los padres pero las irregulares temperaturas provocan que estén nerviosos. Para calmarlos hay que buscar un espectáculo que los mantenga con los ojos abiertos y les divierta y para ello no hay nada mejor que el circo. Uno de los más legendarios es el Circo Histórico Raluy, que puede disfrutarse hasta el 16 de febrero en el Port Vell con su nuevo montaje, Un viaje por el tiempo.

El camino hacia la gran carpa ya nos introduce en su universo, con los carromatos donde viven, un órgano con unos muñecos en movimiento y hasta las tiendas de chuches tienen un encanto propio. Mientras esperamos en la cola para entrar veremos desfilar ante nosotros a los artistas que luego nos entretendrán, todo el trato es muy cercano, son una gran familia con más de un siglo de tradición en esta especialidad. Y es como un gran museo con una carpa presidida por el color rojo y una cúpula inspirada en la Capilla Sixtina donde se combinan los ángeles con payasos y trapecistas.

Humor y acrobacias

Unas cuerdas sostienen un velo en forma de V invertida y salen ráfagas de humo. Un pasodoble empieza a sonar (la música es pregrabada pero la batería es en directo) y el público lo acompaña con palmas sin necesidad de que se lo pidan. La expectación es máxima y la emoción se palpa en el ambiente cuando se inicia la cuenta atrás que los peques siguen con entusiasmo. La música de Nino Rota, inseparable del espectáculo circense desde sus películas con Fellini, da inicio a la función con la aparición del divertido Sandro Roque, ayudante del jefe de pista que rápidamente conecta con los niños (es tan travieso como ellos). Hace unos malabarismos y equilibrios y toma el pelo a su jefe… y al público.

Tras la presentación de artistas suena el clásico Night and day y nos presentan a una acróbata que se mueve por la tela subiendo, bajando, enredándose y mostrando su flexibilidad. La especialista en telas aéreas lo hace cada vez más complicado sin perder la elegancia y levanta los ¡guau! del público cuando se desenreda y baja a gran velocidad quedándose a dos palmos del suelo. El simpático Sandro volverá a aparecer para jugar con su compañero a averiguar en qué mano está un caramelo escondido con resultados hilarantes.

El hula hoop, la princesa y la rana

¡Baila con el 'hula hoop'! La popular canción de Enrique y Ana podría servir para ilustrar el siguiente número pero suena música de los años 20 para acompañar las evoluciones de Sharon, que juega con los aros y los mueve con la cintura, con el cuello y con la mano una y otra vez hasta complicarse la vida con una decena de ellos sorprendiéndonos por su elasticidad y dominio.

Le sigue una chica que parece disfrazada de princesa Disney que viene acompañada por una especie de rana verde que nos recuerda al monstruo de Guillermo del Toro en La forma del agua. ¿Será una referencia a Tiana y el sapo? El caso es que el anfibio es un espectacular contorsionista que retuerce su cuerpo hasta límites inimaginables. Es conveniente en este punto recomendar a los niños que no lo intenten en casa.

El forzudo y el malabarista

Sandro regresa para hacer malabarismo y deleitarnos con una canción pese a la oposición de su jefe de que no lo haga y nos invita a que le acompañemos interpretando Stand by me. Acto seguido llega el hombre más fuerte del mundo, Arthur Robinson, sosteniendo un tronco del que colgarán dos columpios en el que se sentarán dos jóvenes. Dobla una barra de hierro o una lámina de acero como si fuera plastilina y forma dos grupos de espectadores para que les estiren de los brazos (alguno se lo toma demasiado en serio y parece tener ganas de romper al artista, tampoco es eso) para acabar recogiendo con su cuerpo una bala de cañón. La osadía del coloso provoca algo de tensión entre los niños que se encuentran en la trayectoria del disparo, pero no pasa nada y acaba convirtiéndose en su número favorito.

Antes del descanso, Sandro nos hace bailar y nos invita a descubrir los alrededores de la carpa para que admiremos los tesoros históricos de la compañía y nos fotografiemos con ellos. Tras la pausa de 15 minutos, la segunda parte se inicia con dos chicas bailando una versión instrumental de I ain’t got nobody para dar paso a los malabaristas Colombaioni, apellido asociado al famoso payaso. En este caso, el artista juega con unas pelotitas, con unos aros naranja o unas mazas y prueba a batir varios récords Guinness utilizando cada vez más elementos para acabar sosteniendo con la frente una gran estructura metálica e introduciendo en la misma las mazas y una pelota. ¡Impresionante!

Un títere humano y el mago

A continuación, el jefe de pista saca del baúl a un títere humano con la forma de Pinocho sostenido por unas cuerdas y lo mueve. Más adelante someterá sus extremidades a pruebas impensables. Da la impresión de que no tiene articulaciones y, la verdad, da un poco de grima pero es sencillamente increíble. Los niños más despiertos caen en la cuenta que no puede ser otro que el que antes hacía de rana… Sandro vuelve a divertirnos enfrentando a los espectadores en dos bandos armado únicamente con un silbato para introducirnos en el número final.

Es el que da título al espectáculo, Un viaje por el tiempo, que se inicia con un artista montado en un ingenioso triciclo con luces. Es un mago, Jimmy Sailor que, con un vestuario impactante y acompañado por sus tres ayudantes, aparece y desaparece en unas cajas, juega con el fuego y las sombras chinas y nunca sabes dónde va a estar. Sandro nos propone para acabar un divertido juego con cuatro espectadores a los que hace representar una escena medieval.

Un epílogo con lagrimita

La compañía sale a despedirse del público pero que nadie se levante porque aún hay una sorpresa más, un epílogo delicioso que puede servir de homenaje a su creador, Carlos Raluy, fallecido justo al inicio de estas representaciones en Barcelona. A más de uno se le escapa una lagrimita. Y, como colofón, los artistas esperan a los niños a la salida para que, quienes lo deseen, se hagan una foto con ellos. Una jornada extraordinaria para disfrutar con el circo de siempre hecho con amor, cariño y mucho talento.