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Clara Peya convierte 'L'infanticida' de Caterina Albert en una ópera electrónica

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Eduardo de Vicente

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La literatura es cosa de hombres. Esta absurda afirmación era una realidad hasta hace bien poco. Basta recordar los problemas que tuvieron escritoras como Mary Shelley, la creadora de Frankenstein, o Colette (ambas objeto de sendas biografías cinematográficas recientes). Las mujeres no venden libros, les decían. Por ello, algunas se parapetaban tras unas iniciales como Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, que fue durante un tiempo A. M. Barnard o incluso un caso famoso más reciente, el de Joanne Rowling que se convirtió en J. K. Rowling para evitar un posible rechazo de los adolescentes varones ante su Harry Potter. Lamentable…

Pero no hace falta que nos vayamos tan lejos, aquí también tenemos tristes ejemplos de esta tendencia y uno de los más conocidos es el de Caterina Albert. Puede que el nombre no nos suene y es que debió convertirse en Víctor Català. Fue considerada una pionera en el Modernismo catalán por su novela Solitud, recibió múltiples premios pero la obra que la dio a conocer fue la que provocó el escándalo. El monólogo interior La infanticida obtuvo el premio en los Jocs Florals d’Olot, pero el jurado estimó que el tema que trataba era demasiado duro para ser escrito por una mujer y le pidió que rebajara un poco el tono a lo que ella se negó y, para evitar más problemas, decidió firmar desde entonces con ese seudónimo masculino.

Una versión actualizada con música

Ha pasado más de un siglo desde aquel incidente y ahora un grupo de artistas pretenden reivindicar su nombre y su obra respetando sus palabras pero adaptándola a un marco más contemporáneo convirtiéndola en una ópera electrónica. La composición musical la ha ideado la ascendente Clara Peya, la adaptación es de Marc Rosich, la dirección de Marc Angelet y la interpretación está a cargo de Neus Pàmies y Gerard Marsal en el apartado musical. El resultado podemos descubrirlo en la Sala Atrium hasta el 2 de febrero.

Es una obra dura, contundente, imposible que alguien quede indiferente, que muestra la pasión femenina en estado puro y deja huella. El título ya es un spoiler en sí mismo de a lo que nos enfrentamos en poco más de una hora de intensa función. El escenario está ocupado por una mesa con dos sillas, unas fotografías y un antiguo magnetófono. En las tres paredes vemos una franja que podría representar un muro y sobre la cual se proyectarán diferentes imágenes. A la derecha, Gerard Marsal lleva los mandos del sonido y la protagonista aparece vestida con una camisa y unos pantalones beige que parecen recordar a los de una prisionera.

La pasion y la muerte

Es Nela, una mujer que se encuentra en una sala de interrogatorios (en el original era un psiquiátrico) y recuerda el episodio que marcó su vida mediante saltos temporales. Rememora sus días en el campo junto a su temible padre en el molino familiar y la fascinación que sintió por Reiner, un hombre muy distinto a los paletos pueblerinos de su entorno. La enseña a arriesgarse, a creer en sí misma y ella piensa que quizás podrá rescatarla de esa sociedad patriarcal en la que vive anclada.

La descripción de sus relaciones amorosas era de alto voltaje en el siglo XIX. No era habitual que una mujer mostrara su sexualidad tan claramente, que sintiera placer, que disfrutara y Nela lo hace. El abandono, el miedo a la hoz del padre, su soledad e indefensión la llevan a tomar decisiones erróneas. Ha descubierto otro mundo y no le resulta fácil apearse del mismo y salir adelante sin ayuda.

El terror por miedo de palabras y canciones

No nos hace falta ver imágenes desagradables, las palabras nos estremecen y su descripción de los hechos es tan detallada que, en ocasiones, un silencio aterrador se apodera de los espectadores y parece que lo estemos viendo. Conmueve, te deja destrozado por dentro y resulta difícil esbozar una sonrisa al salir de la sala, acabas de recibir un shock.

Esta versión es definida como una ópera electrónica pero que nadie espere gorgoritos, el término se emplea de la misma manera que Jesucristo Superstar o Tommy son consideradas óperas rock. Prácticamente toda la obra es cantada o recitada. El apunte de electrónica es el que nos da la clave, ya que la mayor parte de la música consiste en unas bases sobre la que se puntean algunas notas, al tiempo que se juega con los ecos y la diferente sonoridad de su voz modificada.

Una interpretación impresionante

El trabajo de la protagonista es inmenso, de una entrega total y absoluta. Resulta difícil imaginar cómo alguien puede subir al escenario cada día para pasar la peor hora de su vida. Tiene sus momentos de gozo, es cierto, pero el tramo final es todo un reto para cualquiera y es ejecutado con sensibilidad y delicadeza pese a la dureza de lo que explica. Infanticida es una reivindicación de la autora, un grito femenino desesperado ante la incomprensión social, un musical diferente y una obra que es como un puñetazo en el estómago. Incómoda, desagradable, pero necesaria. Un golpe de realidad.