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El regreso de una leyenda: el humorista Godoy vuelve al Capitol con '1941'

Wellington Ángel Romero, Godoy.

Wellington Ángel Romero, Godoy. / periodico

Eduardo de Vicente

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Hay algunos artistas, en su mayor parte de avanzada edad, que ya están por encima del resto y se han convertido en una leyenda. Mitos cuya mera presencia sobre un escenario se convierte en todo un acontecimiento que hay que aprovechar. Uno de ellos es el uruguayo-catalán Godoy al que admiran profundamente los humoristas de generaciones posteriores como Andreu Buenafuente. Este cómico irónico, punzante y desvergonzado regresa ahora al teatro y podemos verlo cada viernes en un extraño horario (a las 17.30 horas, ideal jubilados) en el Capitol con su nuevo espectáculo, 1941.

Su edad, tiene ya 78 años, podría hacernos pensar que ha perdido algo de su ingenio y lucidez. En absoluto, su humor sigue sin perder fuerza y juega precisamente con su falta de memoria para reírse de sí mismo pero también aborda otros temas como su familia, el sexo o los animales apuntalando muchos de sus comentarios con citas de autores famosos.

Recuerdos e ironía

El escenario está únicamente ocupado por un atril con el guion (que sigue a su manera introduciendo siempre algún comentario improvisado), una mesita con un vaso de whisky y un reloj (que utiliza para controlarse y no divagar en exceso, no quiere pasarse de la hora y poco que tiene programada), un taburete y una bata. A nuestra entrada nos recibe con un fragmento de una vieja película de Bob Hope.

Aparece en el escenario, entre grandes aplausos de un público que le reconoce su categoría, elegantemente vestido con su traje beige, pajarita y pañuelo granate. Suena de fondo el In the mood interpretado por la orquesta de Glenn Miller y rememora aquella época de grandes bandas de jazz. Recuerda con retranca el artículo de la Constitución que se dedica a la libertad de expresión y utiliza un poema (Banderas de color) de Léopold Sédar Senghor, un artista que llegó a ser presidente de Senegal para cuestionar el racismo (no pierde la oportunidad para, entre chiste y chiste, recomendarnos algún libro interesante).

La memoria y la familia

Nos advierte que él no hace monólogos, sino charlas y que pregunta cosas a a su público. Repite una frase como un mantra: “¡Qué poco queda de las cosas cuando se explican!”, cita frases en latín (“Alea iacta est”, “La suerte está echada”), recuerda las tertulias en el Café Gijón y habla sarcásticamente en primera persona de la vejez y la memoria (sobre todo, de la pérdida de la misma).

La familia es uno de los puntales de su espectáculo y nos cuenta sus anécdotas con su nieto, su padre (“que pintaba de oído”), su tío alcohólico o su madre cantante. Siempre jugando con el surrealismo y lo absurdo, los dobles sentidos y haciendo largas pausas en las que parece estar pensando por dónde nos va sorprender a continuación. El sexo ocupa el siguiente apartado: cómo hacerlo a su edad, su relación con el mus o la masturbación.

Tres razones para un título

Nos descubre el motivo del título del espectáculo que atribuye a tres grandes acontecimientos que tuvieron lugar en 1941: el bombardeo sobre la base norteamericana de Pearl Harbor que provocó la entrada de EEUU en la segunda guerra mundial, la aparición de la añorada revista humorística La Codorniz (y nos recuerda dos divertidas portadas a modo de ejemplo) y el último y más importante, su propio nacimiento.

Reflexiona sobre la vida y la muerte (“¿la vida es la muerte o es al revés?), los estúpidos (“nunca discutas con un idiota”) y la relación entre los hombres y los animales; los perros (“¡la gente habla con ellos!”), las hienas (repasa sus características y se pregunta de qué se ríen) o los gatos (“hacen vida de jubilados”).

Un epílogo inesperado

Ya en el tramo final aprovecha una anécdota del escritor Eduardo Galeano para explicar el concepto de utopía y destaca la importancia de desnudarse por dentro y por fuera sorprendiéndonos con un epílogo tan coherente con lo narrado como hilarante. Una excelente oportunidad para reencontrarnos con este genio del humor inteligente que, aunque pasen los años, no ha perdido ni un gramo de su talento e ingenio. No parece que haya nacido… en 1941.