CRÍTICA DE LIBROS

Paisaje después de la batalla

El debut de Íñigo Redondo, 'Todo esto existe', reúne dos vidas aisladas, la de un director de escuela y una alumna de 16 años, con un final casi apocalíptico tras un accidente nuclear

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Ricardo Baixeras

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Con esta primera novela el arquitecto Íñigo Redondo (Bilbao, 1975) parece querer dejar a las claras que ha venido al mundo de la ficción para quedarse. Porque 'Todo esto existe' es, si se quiere, un debut prometedor, claro que sí. Y no tanto porque este arquitecto bilbaíno afincado en Madrid haya querido extrañamente ambientar una ficción española en los años 80 con final casi apocalíptico en una ciudad ucraniana devastada por un accidente nuclear, sino porque los hilos -dos- que tejen la ficción producen una devastadora sensación de ahora o nunca, una sensación de que el meollo de la cuestión narrativa que aquí se cuenta viene marcado por unas emociones plurales en choque perpetuo con la realidad. Ese ahora o nunca es el acantilado que asola a los dos protagonistas de esta huida hacia delante cuando sus vidas se aproximan peligrosamente. Alexéi, un director de escuela que acaba de ser abandonado por su mujer y que vive de día como puede para llegar a unas noches sin fin acompañado de una nada empapada de alcohol, e Irina, una alumna de 16 años absolutamente desorientada por una situación familiar que el lector atisba dantesca. Parecen una pareja, pero no lo son: “De lo que aquí se trata es de dos personas, dos vidas aisladas, dos universos impermeables con intimidades impermeables”. 

Aire de 'thriller'

Habrá personajes más dispares pero estos dos juegan en campo contrario. Desde fuera uno puede ser visto como el que secuestra a la chica en busca de una aventura amorosa tras una ruptura matrimonial; la otra, como la joven rebelde en franca oposición a un núcleo familiar que no la quiere ni la entiende buscando el amparo en el adulto que sí le comprende. Pues va a ser que no. Y ahí reside el valor de un texto que mantiene su interés argumental, a pesar de lo kafkiano de la situación. Dos años estará encerrada Irina en casa de Alexéi para cumplir ahí la mayoría de edad y poder así iniciar una nueva vida. Pues va a ser que tampoco. Redondo ha sabido dar un giro inesperado a la trama y en unas páginas finales trepidantes conformar un desenlace con aire de 'thriller' para decir que esta aventura vital entre un hombre y una chica jovencísima se conforma como el paradigma de la soledad compartida: viven juntos sin saber quiénes son, conviven cercanamente lejanos porque desde el principio saben que no se conocen: "Restregamos la vida los unos contra los otros pero no nos conocemos... Nos miramos sin vernos. Nos sonreímos cada día. Y cada día nos desconocemos, nos ignoramos, nos rechazamos”.

Sin pronunciar una palabra más fuerte que la otra y con una mirada sintáctica libre y sin aspavientos, Redondo ha configurado el mapa emocional de dos vidas solitarias paralizadas en un mundo que, por momentos, se resquebraja. Es el paisaje después de la batalla que los dos personajes han estado viviendo desde una frágil intimidad sin apenas tocarse. Un juego narrativo en equilibrio de contrarios.