CRÍTICA DE CINE
'Sobre lo infinito': la mirada omnisciente de Roy Andersson
Estamos ante una de las obras más hipnóticas del inclasificable cineasta sueco, uno de aquellos filmes en los que se te permite posar la vista en el encuadre todo el tiempo necesario. A Edward Hopper, seguro, el cine de Andersson le fascinaría
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
El último trabajo del inclasificable cineasta sueco Roy Andersson se basa en 'Las 1001 noches'. Lo hace, ciertamente, pero de manera mucho más que libre. Andersson acude a la estructura del cuento de los cuentos oriental y la lleva a su terreno, el de los retablos vivientes. 'Sobre lo infinito' solo puede defraudar a quienes no comulgan con este tipo de planteamientos. A los demás, los tiene ganados de antemano: es una de sus obras más hipnóticas, uno de aquellos filmes en los que se te permite posar la vista en el encuadre todo el tiempo necesario, observando y descubriendo sus matices como si estuvieran muchos minutos contemplando un mismo cuadro. A Edward Hopper, seguro, el cine de Andersson le fascinaría.
Porque también hay algo del pintor estadounidense en esa forma de pintar en la pantalla, con colores pálidos y siempre en planos medios y generales –no hay ni un solo primer plano en 'Sobre lo infinito'–, yendo de una escena a otra, de una historia a la siguiente, de un retablo al que le sigue, a partir de una idea cohesionada de las distintas etapas en la vida de cualquier ser humano.
Aparecen un predicador en crisis de fe que sueña que lo crucifican. Un hombre que protegió su honor matando a su hija. Una violenta pelea conyugal delante de una pescadería. Un momento en el búnker de Hitler durante los últimos bombardeos aliados. Una voz, siempre omnisciente, nos dice que ha visto a un hombre que rogaba por su vida (y Andersson filma a un soldado frente a un pelotón de fusilamiento), pero también algo tan simple como una mujer que tenía problemas con sus zapatos.
En una de las imágenes más singulares del filme, dos amantes flotan sobre una ciudad en ruinas. La cámara se mueve tan imperceptiblemente que casi ni se nota, y el efecto es de una belleza inigualable en el cine contemporáneo.
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