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Las mujeres se rebelan contra el patriarcado en 'Ritos de amor y guerra'

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Eduardo de Vicente

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Están hasta los ovarios… y razón no les falta. Cada día miran a su entorno, leen las noticias y están cada vez más hartas. Discriminación laboral, violencia sexual, injusticias sociales y judiciales… son ya demasiadas afrentas. Por eso, algunas de ellas se han unido para formar el Comando Señoras, un grupo femenino reivindicativo inspirado en el filme El club de la lucha, dirigido por Alicia Reyero que hoy representa en La Bonne, Ritos de amor y guerra. Definen el montaje como un acto político de resistencia porque, afirman, que lo personal es político y pretenden contar historias desde sus trincheras y ocupar los teatros públicos.

Es un grito desesperado pero lleno de esperanza que combina humor y drama con la lucha, el movimiento y la energía. Un espectáculo coral con una veintena de actrices de diferentes edades ataviadas en su mayoría con faldas o vestidos antiguos, un poco al estilo de La Cubana, que conforman este colectivo feminista que ejerce su activismo tanto en los teatros como en las calles. En este montaje alzan la voz, se indignan y consiguen que riamos, nos emocionemos y, lo más importante, nos solidaricemos con su causa en tan solo una hora. Misión cumplida.

Del silencio a la rebelión

Aparecen todas juntas en formación mirando de frente al público durante unos cuantos minutos provocando expectación y un silencio algo incómodo. Un escenario desnudo ocupado únicamente por una tela negra al fondo y el suelo parece cubierto por serrín. Siempre estarán todas en escena. Se balancean, toman aire y caminan pisando fuerte. A continuación empiezan a lanzar sus mensajes provocadores: “Las locas abundamos”, “Tengo el coño en rebelión”, “Vosotros tenéis la bala, nosotras la palabra". Gritos llamando a la revolución femenina cuyo principal lema sería: “¡Me levanto del polvo!” Imitan los movimientos de una formación militar pero sus armas no son fusiles, sino bolsos.

La siguiente escena se centra en tres pequeñas historias en un tono satírico explicadas por tres de las actrices en la que hablan sin tapujos de sus sensaciones en una felación, sus relaciones sexuales y la obsesión masculina por hablar y no escuchar. La perfecta metáfora de su situación es un caramelo que significa el silencio que deben asumir. Reniegan de la sumisión a la que parece obligarlas el amor romántico y se declaran “¡Cansadas!”. “Las señoras también bebemos birra”, apostillan.

Coreografías frenéticas y reivindicativas

Acompañan sus evoluciones con una coreografía que parece extraída de uno de esos temas discotequeros de baile colectivo estilo Saturday night pero acompañadas únicamente por un tambor hasta acabar agotadas. Una de ellas interpreta fragmentos de Los días de la semana, aquella popular canción de los payasos de la tele sobre una niña que iba a jugar pero antes tenía que barrer, fregar, planchar… Sus compañeras no la dejan pronunciar el verbo. Es una crítica subliminal al machismo que han tenido que soportar desde pequeñas. Lo primero es, antes que nada, que las mujeres cumplan con las tareas domésticas.

Nuevas proclamas sobre lo hartas que están de sentir miedo a caminar solas por la calle o seguir sumando mujeres asesinadas que son acompañadas por la platea con un silencio estremecedor. Tararean una canción, se sientan en el suelo y juegan entre ellas por grupos, definen con una sola frase la indumentaria y el lugar donde, suponemos, tuvieron una relación con un hombre. Forman un corro en el que depositan algunas de sus pertenencias, quieren deshacerse del pasado y giran a su alrededor, como si bailaran alrededor del fuego. “¡Me levanto de las cenizas de vuestra hoguera” y advierten “¡Aquí estoy! Soy una loba, una puta, una señora pero esta vez no he venido sola”. La unidad entre ellas es lo único que las puede ayudar a conseguir sus objetivos.

Un montaje necesario

Ejecutan un baile casi tribal para derivar en otro más sensual, de liberación. Se sienten libres y quieren demostrarlo aunque acaban exhaustas. El tramo final es el de la solidaridad y cada una de ellas se confiesa miembro de una divertida asociación ficticia desde las brujas castradoras (como las llamaban algunos por ser independientes), los culos revoltosos o las que abogan por hacer lo que les dé la gana.

Un montaje que vale la pena descubrir y apoyar, en el que las mujeres dicen las cosas por su nombre y a la cara, destapan las mentiras del patriarcado, ríen, lloran, se indignan y nos muestran la verdad desnuda, sin eufemismos, con valentía, coraje y argumentos sólidos. Imposible no escucharlas. El club de las señoras sigue en lucha…