EL LIBRO DE LA SEMANA
'La cucaracha': la política de los insectos
Ian McEwan ha urdido una fábula urgente sobre el 'brexit' en un libro breve, oportuno y oportunista,
Sergi Sánchez
Crítico literario
Periodista cultural, colaborador de medios como 'Fotogramas', 'Rockdelux', 'Caimán Cuadernos de Cine' y 'La Razón'. Profesor de la Facultat de Comunicació Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra y jefe de departamento de Estudios Fílmicos en ESCAC.
Sergi Sánchez
Sabíamos que, en realidad, Gregor Samsa siempre fue una cucaracha que soñó con ser un hombre, pero que un día iba a despertar conociendo la cruda realidad sobre su estado. No hay sueño ni vigilia en 'La cucaracha', solo una intensa resaca, un dolor de cabeza ideológico, el que produce llamar a sus cosas por su nombre. Una cucaracha siempre será una cucaracha, sobre todo si se parece a Boris Johnson. Aquí no hay la tragedia de la negación de la obra de Kafka, porque McEwan, que no es novato en la tarea de reinterpretar clásicos intocables –Joyce en 'Sábado', 'Hamlet' en 'Cáscara de nuez'-, ha escogido el camino de la sátira urgente, y la metáfora en cuestión no va mucho más allá de invertir la premisa kafkiana siendo literal en sus dardos envenenados. El Primer Ministro británico es una cucaracha que se ha reencarnado en hombre, lo mismo que su Gabinete. Esto es, la clase política que defiende el 'brexit' no es más que una piara de insectos que ni siquiera podemos pisar, porque son demasiado grandes, huelen a alcohol de alta graduación, llevan la camisa a medio abrochar y siempre van despeinados.
Como decía Seth Brundle en 'La mosca' de David Cronenberg, no hay nada más cruel y brutal que la política de los insectos, aunque los de McEwan se comportan como pandilleros urdiendo la broma pesada definitiva. El hallazgo más ingenioso de esta novela breve, oportuna y oportunista, tal vez sea su desvío distópìco en forma de delirante teoría económica que certifica la validez de ese mundo invertido, de esa casa de locos, en la que parece haberse convertido el Reino Unido desde que el Brexit ganó su famoso referéndum. Hablamos de lo que McEwan denomina "reversionismo", y que bien podría servir como eje argumental de un episodio de 'Black Mirror'. La solución para que el país no dependa de los que habían sido sus aliados económicos es invertir el flujo de la economía: es decir, que los trabajadores paguen por su empleo y que el Estado les pague por consumir.
Es mérito de McEwan abrazar el potencial de su premisa hasta las últimas consecuencias, aun a sabiendas que hay algo muy obvio en su formulación. Cuando, en el discurso triunfalista de Jim Sams, que así se llama nuestro Primer Ministro blatodeo, se dirige a sus colaboradores, las antenas negruzcas bien afiladas, y dice que no es fácil ser homo sapiens sapiens porque “sus deseos están a menudo en pugna con su inteligencia (…) A diferencia de nosotros, que formamos una totalidad”, la novela ha puesto todas sus cartas sobre la mesa. Con la elegancia habitual de la prosa de McEwan -con una ceja vagamente levantada y una sonrisa oblicua, autoconsciente- coloca un petardo en el 10 de Downing Street para que la ‘intelligentsia’, británica y comunitaria, se dé cuenta de que el Brexit no solo es un disparate sino que está tramado por lo peor de cada casa, esa especie que lleva colonizando la Tierra desde hace 300 millones de años, que sobreviviría a una guerra nuclear, que es gregaria hasta morir y que se siente como en casa en una montaña de mierda.
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