CRÍTICA DE LIBROS

Crítica de 'La casa holandesa': la vida, material de remiendo

La estadounidense Ann Patchett acompaña el recorrido vital de dos hermanos víctimas de un temprano expolio emocional

ann patchett

ann patchett / periodico

Mauricio Bernal

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Parece al principio un cuento de hadas 'La casa holandesa' (AdN), con su mala de campeonato –la madrastra, naturalmente– y sus buenos sin mácula, y uno cree que va a ser todo así, pero no es del todo así: la malvada magnética rápidamente pasa a un segundo plano y al primero salta la historia de los Conroy, Danny y Maeve, víctimas de un expolio que va a marcarlos de por vida. Y ahí empieza en verdad 'La casa holandesa', cuando los dos hermanos son arrojados a un vacío sin red y privados de una parte sustancial de su identidad. Cómo se lidia con eso. Cómo opera la reconstrucción. Cómo se remienda el vacío.

La malvada madrastra ha despojado a los Conroy de su patrimonio, cuyo valor no es material sino espiritual, puesto que incluye el lugar donde se asienta nada menos que la memoria –en efecto: la casa holandesa–. Pero además, los hermanos han perdido al distante padre, y mucho antes a la madre, por razones que nunca estuvieron claras. El abismo de los Conroy es un cóctel hecho de varias pérdidas y los remiendos pendientes también son varios, algunos de vital envergadura. En esas aguas de la reconstrucción, procelosas, navega la estadounidense Ann Patchett con una escritura tranquila, precisa, atenta a la construcción de personajes sólidos, con psicologías que apuntalan con naturalidad cada giro de la historia. Se sube uno a la prosa de Patchett como a un coche de los que aíslan al conductor del mundo.

Es una novela de largo aliento: acompañamos a los Conroy durante décadas. Es tan desgarrador lo que les pasa y al mismo tiempo tan normal que uno termina creyendo que existen, que aparecerán un día a la vuelta de la esquina. Sin embargo, acaso por descuido de la autora, acaso porque es parte de la magia de la obra, a veces parece que el paso del tiempo no hace mella en los hermanos: siempre son los mismos, incluso a los 50. Siempre hablan igual. Huelga decir cuánto molesta un detalle como este en cualquier novela.