CRÓNICA FOTOGRÁFICA

La Catalunya vencida de la guerra civil: el paisaje tras la batalla

Foto aérea e inédita de autor desconocido del pueblo de la Granadella tras los bombardeos franquistas del 22 al 247 de diciembre de 1938.

Foto aérea e inédita de autor desconocido del pueblo de la Granadella tras los bombardeos franquistas del 22 al 247 de diciembre de 1938. / periodico

Anna Abella

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A doble página impacta una imagen aérea de un pequeño pueblo arrasado por las bombas. Sin más datos cualquiera podría confundirla con las de otras localidades francesas durante la invasión de Normandía de 1944 o el Dresde de 1945. Pero, tras seguir la pista de la estructura semiderruida de la iglesia, los historiadores David Gesalí y David Íñiguez identificaron que se trataba de la Granadella, en la provincia de Lleida, lugar de paso de las tropas hacia el Ebro, que los aviones de Franco castigaron sin tregua en diciembre de 1938, pocas semanas antes del final de la guerra civil. Es una de las fotografías, muchas, como esta, inéditas, que han logrado reunir en ‘Catalunya any zero’ (Angle), una crónica gráfica que ofrece un fresco de la derrota de 1939 con imágenes tomadas, puntualizan, por “soldados del bando vencedor, con el contrapunto de textos de los vencidos que explican pequeños episodios, la microhistoria”.

Muchas de las imágenes, comenta Íñiguez, documentan “el preludio de lo que será la segunda guerra mundial, la gran barbarie de la historia de la humanidad. La guerra civil fue un precedente a pequeña escala de lo que pasaría entre 1939 y 1945 cuando hubo, según cifra el historiador Keith Lowe en ‘Continente salvaje’ (Galaxia Gutenberg), un muerto cada cinco segundos. En la guerra civil hemos calculado que hubo uno cada tres minutos, un total de medio millón. Y las escenas dantescas, la sensación de que el mundo se acaba, el miedo a si te matarán o matarán a los tuyos, la amenaza permanente del bombardeo aéreo, todo ese Armageddon abrumador… se vivieron por primera vez en Europa en Gernika, Madrid, Barcelona…”.

Puentes y barcos hundidos

Certeramente contextualizadas, se suceden fotos de destrucción física: puentes volados por los republicanos para ganar tiempo para que los exiliados pudieran huir hacia la frontera con Francia (en Lleida, en Manresa, en el Prat de Llobregat…), los arrasados depósitos de carburante de Can Tunis o los barcos semihundidos en el puerto de Barcelona, sobre el que las aviaciones italiana y alemana se encarnizaron con más de 300 toneladas de bombas. 

Pero también las que documentan la dimensión humana y que la vida -para muchos la supervivencia- continúa: las sábanas blancas colgadas espontáneamente en los balcones de las casas de la bajada de la Peixateria, en Tarragona, en señal de no beligerancia ante la llegada de las tropas rebeldes; grupos de niños pidiendo golosinas en Sabadell a los soldados de la Legión Cóndor; mujeres jóvenes confraternizando con las fuerzas ocupantes, como las que posan en un sidecar de la Legión Cóndor o las fotografiadas ante una limusina de un alto jefe alemán; o largas colas de gente en Barcelona, una en los Jardinets de Gràcia, probablemente para el Auxilio Social, y otra de prisioneros en la plaza de las Arenas en un centro de detención preventiva desbordado de “enemigos del régimen”. 

Las cámaras de soldados italianos y alemanes captaron a niños pidiendo golosinas y mujeres  confraternizando con ellos  

Es una perspectiva diferente a la que nos han acostumbrado los épicos trabajos de los fotoperiodistas de la época y que documenta el paisaje después de la batalla buscando, señala Íñiguez, “la fuente primaria”. De ahí que los también autores de ‘Sota les bombes’ hayan rescatado del olvido álbumes de soldados alemanes, negativos comprados por internet o archivos adquiridos a lo largo de los años con imágenes de autores anónimos. Las dos principales fuentes han sido militares: la Leica del alemán Carl Schmidt, de la Legión Cóndor, de quien poco más se sabe, y el objetivo del ingeniero italiano Michele Francone, de la División Littorio, que murió de una infección tras perder una pierna luchando en la segunda guerra mundial. Este, encargado de documentar la reconstrucción de infraestructuras, tomó más de 2.500 fotos, conservadas por sus hijos. 

Ambos tienen “una mirada bastante neutra, no evitan fotografiar la destrucción que han cometido los suyos”, añade el historiador, y a menudo toman fotos con ojos de turista de militares y civiles en las Ramblas frente al Liceu o en la plaza de Espanya; de cómo quedó en la Gran Via, el tramo del Coliseum, tras la bomba que en 1938 hizo estallar un camión de trilita matando a un millar de personas; dejando constancia de su visita a Montserrat avanzándose a un Heinrich Himmler en busca del Santo Grial; o  posando sobre un camión en Arenys con una hiena disecada sacada, quizá, de la campaña de Abisinia o de alguna casa abandonada. 

No hay fotos de la Barcelona del “sálvese quien pueda, del miedo y de la barricada”, apuntan los historiadores, ni de la primera represión contra los ciudadanos, que será aleatoria, indiscriminada e incontrolada”, solo de cuando llega el Ejército franquista y de los días inmediatos. Algunas imágenes aéreas de la Diagonal cuestionan “la visión de los vencedores, que es la que ha prevalecido durante años”, de la multitudinaria y entusiasta acogida en las calles de la capital catalana del desfile de la victoria franquista del 21 de febrero de 1939. Si las fotos de plano corto difundidas por el régimen mostraban un gentío entregado, estas revelan inmensos espacios vacíos, “mucho uniforme y evidente ausencia de civiles”. 

Imágenes aéreas cuestionan la versión de la multitudinaria acogida al Ejército nacional en Barcelona

Apuntan los historiadores que hay que recordar que medio millón de republicanos estaba cruzando la frontera hacia el exilio, que el recibimiento en los barrios obreros de la capital catalana fue de indiferencia y que si muchos se alegraban del fin de la guerra era porque, creían, significaba que se acababa el hambre, pues como recuerdan, “hace tiempo que las mascotas han desaparecido: no hay gatos, ni palomas, ni otros pájaros”... 

Además de “la religión y los actos litúrgicos y misas en la plaza de Catalunya”, los ocupantes trajeron “leche y chocolate” y algunos se aprovecharon de la escasez de alimentos, como las tropas marroquís de Franco, como ilustra la foto de uno en Terrassa, vendiendo en la calle latas de alimentos por duros de plata. “Un testimonio -cuenta Íñiguez- vio cómo cortaba el membrillo con el mismo cuchillo con que se quitaba los callos de los pies. La guerra fue eso también”.

Hay fotos que desvelan más de lo que parecen. Como las de dos mujeres de campo, que captaron la atención de un soldado alemán desconocido en las tierras del Ebro; en la pared, dos carteles de propaganda nacional con un ‘Arriba España’, semiarrancados en 1939 por alguna mano temeraria. Otra, una panorámica de Barcelona con los nacionales a las puertas, salpicada del humo de fuegos. No eran bombas. Eran ciudadanos quemando todo rastro del pasado republicano.